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Novela ejemplar de Cervantes

El mundo conmemora en 2016, el Cuarto Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, confirmando una vez más, el carácter imperecedero de su obra

José María Pérez Nuñez | Flickr.com | Creative Commons

13 de julio 2016

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Aunque se ha hablado en abundancia de la majestuosa obra El Quijote -siempre habrá algo más por decir y refrescar a las nuevas generaciones-, después de esta novela precursora de la moderna narrativa española, muchos señalan –asunto de gustos y preferencias-, que la mejor es: Rinconete y Cortadillo, una de las doce novelas cortas que el autor denominó “ejemplares”, escritas entre 1590 y 1612, publicadas en 1613, compuesta por una docena de narraciones y un prólogo. Ambas publicaciones han sido suficientes para considerar a Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) como uno de los mejores escritores en lengua castellana de todos los tiempos. El mundo conmemora en 2016, el Cuarto Centenario de su muerte, confirmando una vez más, el carácter imperecedero de su obra. Rubén Darío, en unos versos del poema Un soneto a Cervantes (París, 1903), lo refiere: “parla como un arroyo cristalino” y “viendo cómo el destino / hace que regocije al mundo entero / la tristeza inmortal de ser divino!”.

El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, capítulo XLVII: “Del extraño modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos”, dice: “El ventero se llevó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro (bolsillo) de la maleta donde se halló la Novela del Curioso impertinente, y que pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos, que pues él no sabía leer, no los quería. El cura se lo agradeció y, abriéndolos luego, vio que al principio de lo escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, por donde entendió ser alguna novela y coligió que, pues la del Curioso impertinente, había sido buena, que también lo sería aquella, pues podría ser fuesen todas de un mismo autor; y así, la guardó, con presupuesto de leerla cuando tuviese comodidad”. De ello se deduce, no sólo el valor que Cervantes atribuyó a esta otra obra, sino que ya había circulado algún manuscrito en 1604, antes de la publicación de la primera parte de El Quijote (1605).


Los protagonistas del relato picaresco son dos jóvenes, Pedro del Rincón y Diego Cortado, (“…el uno ni el otro no pasaban de diecisiete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados”), quienes se encuentran en el entorno sevillano de fines del siglo XVI, en aquel entonces, con mucha actividad comercial, una de las ciudades más ricas de España por ser su puerto principal. Se conocen en el camino de Toledo a Córdoba y deciden acompañarse en la ruta a Sevilla en donde se relacionan con el mundo de la mafia en el que intentan formar parte. “Cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella genta tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza”. ¡Ya desde aquel tiempo!, no es un asunto nuevo eso del hampa y los carteles sobre los que ahora existen telenovelas, se escriben diversos relatos, se filman un montón de películas con gran audiencia y hay una multitud de referencias en las redes sociales...

Un mozo que encontraron los atrevidos jóvenes aventureros por el camino les preguntó: “…Si son vuestras mercedes ladrones. Más no sé para qué les pregunto esto, pues sé ya que lo son. Más díganme: ¿Cómo no han ido a la aduana del señor Monipodio?” Y es que este hombre es, como diríamos ahora, el “capo del cartel”, el jefe mafioso que controla aquel territorio: “el señor Monipodio que es su padre, su maestro y su amparo, y así, les aconsejo que vengan conmigo a darle la obediencia, o si no, no se atrevan a hurtar sin su señal, que les costará caro”. Y agrega: “que en cuatro años que ha que tiene el cargo de ser nuestro mayor y padre”. Pedro preguntó al mozo: “¿Es vuestra merced por ventura ladrón? –Si –respondió él-, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados; que todavía estoy en el año del noviciado”. Cortado dijo: “-Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente. El mozo respondió: Señor, yo no me meto en tologías (teologías); lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados. –Sin duda- dijo Rincón-, debe ser de buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios. – Es tan santa y buena –replicó el mozo-, que no sé yo si podré mejorar en nuestra arte. Él tiene ordenado que de lo que hurtemos demos alguna cosa o limosna para el aceite de la lámpara de una imagen muy devota que está en esta ciudad”.

Cervantes, en esta novela –una de las virtudes de la literatura-, relata con humor un contexto social, político y cultural de la época que resulta imprescindible y vigente. En México y otros países latinoamericanos, en donde a veces prevalece una creencia y práctica religiosa fantástica, mágica y providencial, es común encontrar en la entrada a los centros nocturnos –principalmente los más populares y periféricos-, de prostitución, juegos, alcohol y droga, una repisa con la imagen de la Virgen de Guadalupe, adornan el altar con luces, flores y otras estampas, según la devoción de quienes allí laboran o visitan. Las muchachas y hombres, que llegan a cumplir su agotadora jornada, y los clientes a satisfacer sus necesidades y placeres, suelen encender una veladora al pie del altar, persignarse y rezar. En Colombia, cuenta el escritor Fernando Vallejo en la novela La virgen de los sicarios (1994), que los “gatilleros” (como les dicen en El Salvador a los pandilleros encargados de ejecutar a las víctimas), pasan, antes de cumplir su arriesgada encomienda, por la iglesia de María Auxiliadora en Medellín para encender con devoción una candela o veladora encomendándose con fervor para que la tarea a cumplir salga bien, que los devuelva sanos y salvos a sus quehaceres cotidianos.

Los muchachos, interesados en el oficio de los maleantes, van a visitar al jefe. Cortado dice: “muero por verme con el señor Monipodio, de quién tantas virtudes se cuentan”. Fueron presentados: “Estos son dos buenos mancebos… verá cómo son dignos de entrar en nuestra congregación”. Al conocer los nombres de los aspirantes, por potestad de quien manda en el gremio y sabe del oficio, se los cambió, ahora serán Rinconete y Cortadillo. Les asignó el distrito en el cual cumplirían su cometido, pasando varios meses en aquella “infame academia” bajo el experimentado maestro Monipolio…

Aquí está pues, uno de los agradables relatos del Manco de Lepanto, sobre otros, como La Gitanilla, El licenciado Vidriera, El casamiento engañoso, comentaremos en otra ocasión. El memorable autor escribió en el prólogo: “Heles dado nombre de ejemplares, y si bien lo miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso…/… soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lengua extranjera y estas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma…”.

www.franciscobautista.com


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Francisco Bautista Lara

El autor es escritor, académico y consultor nicaragüense, especialista en seguridad ciudadana y policía. Economista, master en Administración y Dirección de Empresas.

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