23 de febrero 2016
Ha llegado a mis manos un interesante documento de tesis de una joven estudiante de la Facultad de Urbanismo de la Universidad de Columbia, Nueva York, a quien tuve el gusto de conocer durante su estancia en Nicaragua como parte de su investigación académica realizada en 2013. El estudio se centra en el tema “La Memoria Colectiva y la Política de Monumentos en Managua, Nicaragua” .
Elementos y criterios que han marcado el día a día, pasado y presente de nuestra ciudad, y a los cuales no hemos dado la dimensión que realmente tienen, aparecen retratados en este pequeño estudio, poniendo en evidencia la “tradición de destrucción y abandono motivados por la política iconoclasta” que prevalece en nuestro país. Un gobierno destruye lo que el anterior ha hecho, motivado por diferencias en sus convicciones políticas.
Los monumentos erigidos en cada caso, obedecen al ansia de control del espacio público por parte del partido de turno, en lugar de contribuir a consolidar la historia y la cultura de la sociedad, hacer que la población asuma como propios dichos monumentos y se conviertan en testimonios del pasado que influencien positivamente el futuro.
“Existe una delgada línea roja entre la creación de un monumento y la creación de un elemento de propaganda” . El punto es la determinación de qué conmemorar o a quién elevar a los altares.
Y ese es precisamente uno de los elementos que ponen en peligro la creación de monumentos en nuestra capital: la poca o nula vinculación de la población en la toma de decisiones y su alejamiento de los criterios asumidos por los círculos del poder.
Los leoneses dicen, quizás con razón, que los managuas carecemos de interés y de orgullo por la historia de nuestra ciudad. Ciudad destruida una y otra vez, carente de un centro que la articule y le dé una identidad propia; una población dispersa y, en gran mayoría, proveniente de otros puntos del país, es material ideal para imponer creaciones artísticas de dudosa estética y que obedecen, en buena parte de los casos, a glorias transitorias o a temas coyunturales de poco arraigo entre la población. Estos factores los hacen “vulnerables a la destrucción cuando haya cambio de gobierno y amenazan con continuar el ciclo de inseguridad paisajística de Managua” .
Bastan unos cuantos ejemplos: el abandono y lenta destrucción del Parque de la Paz; La destrucción de los murales de la Avenida Bolívar; la destrucción de la Fuente de la Plaza de la República; la demolición de la Concha Acústica… entre otros. Podríamos hacer una larga lista pero me limito a lo más representativo. Creo que las justificaciones para la destrucción en cada caso fueron, además de banales, un irrespeto a nuestra inteligencia. Todos estos monumentos han sido sustituidos por intervenciones urbanas de discutible valor y criterio estético, reflejo fiel de una política de desarrollo impositiva y a menudo desarticulada de un verdadero plan de Desarrollo Urbano.
Nuestra falta de visión de futuro, quizás originada en la vulnerabilidad del país ante los desastres naturales y su consecuente ola de destrucción, es clave en esta actitud de no valorar lo construido, de abandonar lo que es ajeno a los intereses del partido de turno. Somos un país de memoria corta y de recursos económicos aún más cortos. El ciclo Construir – Destruir-lo-construido afecta enormemente las finanzas del país, además de afectar seriamente su memoria histórica.
Y quiero dejar para el debate ciudadano la siguiente pregunta: ¿Qué pasará en un futuro con los costosos Árboles de la Vida? ¿Seguiremos en la ruta conocida de destruir todo lo que antecede o no coincide con nuestras convicciones políticas? Todos tenemos la palabra.
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Bibliografía: Annelise Finney 2013, “The Cycle of Impermanence”, Urban Studies, Barnard College.