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Bill Gates, ¿oráculo de la nueva arcadia o del apocalipsis?

Se trata de un hombre con inversiones millonarias en el campo de la educación, medicina, comercio, tecnología, inteligencia artificial

Bill Gates

Bill Gates, multimillonario estadounidense. Foto: EFE

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“Si hay alguna forma de controlar la inteligencia artificial, debemos descubrirla antes de que sea tarde”. Geoffrey Hinton

I


Desde hace buen tiempo, Bill Gates, patrón de Microsoft, ha sido escogido por los medios de comunicación, como vocero principal para anunciar a la humanidad, el porvenir que nos depara el prodigioso desarrollo tecnológico. Un ejercicio retórico que asume encantado. Siente gusto especial ejercer como portavoz oficioso de todo cuanto ocurre en los predios de las mastodontes tecnológicas. La selección no ha sido al azar. Se trata de un hombre con inversiones millonarias en el campo de la educación, medicina, gestión de residuos, comercio, empresas bursátiles, tecnología, inteligencia artificial, etc. Su prominencia obedece a su curiosidad investigativa, aguda visión y a su más reciente anuncio: la desaparición de numerosas profesiones desempeñadas por los seres humanos. Una constante en la que se encuentra inmerso desde hace más de un quinquenio.

Uno de sus anuncios más controversiales lo formuló en Vancouver (2015), al vaticinar que el mundo se enfrentaría a una enfermedad, cuyos resultados se traducirían en el fallecimiento de más de diez millones de personas. Aunque su anuncio pasó ligeramente desapercibido, una advertencia de esta magnitud, era inevitable que generara escozor. En una clara demostración que la memoria de los medios no es tan corta como se piensa, con la explosión del covid-19, en marzo de 2020, hubo personas que vincularon su nombre y apellido, con la aparición de la peste. Otros más avezados afirmaron que su predicción se debía a la cantidad de plata que tiene invertida en el ámbito de la salud. Volteando la vista hacia atrás, hubo quienes enlazaron las afirmaciones formuladas durante la conferencia TED, realizada en Canadá, con el horror provocado por el virus.

Asumir la posición de agorero en pleno siglo veintiuno, tiene sus desventajas. Por muy desinteresada que sea su actitud, el alcance y tamaño de sus predicciones, causan perplejidad y desconcierto. Hay quienes ven en sus pronósticos algo parecido a los vaticinios que hacían antaño algunas personas. La decodificación que realizan es automática. Una especie de retorno de los brujos. En estos casos, la buena voluntad no basta. Aun cuando no lo desee ni se lo plantee, cunde una especie de temor. Al no saber lidiar con el contenido de algo que roza con el futuro inmediato, el miedo se apodera de todos. La vida continúa siendo lo más precioso que poseemos. Todo aviso que augure la desaparición de millones de personas, produce alarma y desesperanza entre los mortales. Ni siquiera los gobiernos estaban preparados para hacer frente al covid-19.

Como conocedor de las implicaciones de las tecnológicas, Bill Gates se había atrevido mucho antes a certificar la desaparición de los medios impresos. El revés recibido el mismo lo creó. Afirmó a grandes voces, que para 2018 deberíamos despedirnos para siempre de diarios y periódicos en su versión en papel. El atrevimiento le restó seriedad. Por muy sabio que sea Bill Gates y aun disfrutando del privilegio de disponer de información privilegiada, no puede andar cronometrando la defunción de los medios impresos, como si se tratara de un asunto menor. Ya pasaron cinco años y nada de lo prescrito ocurrió. Un error mayúsculo. Las migraciones hacia la red, de diarios, periódicos, radios y estaciones televisivas continúan. A corto plazo no se visualiza el cumplimiento del vaticinio formulado por el dueño de Microsoft. Tendrá que esperar.

La nueva predicción de Gates cimbró en las graderías, fue como si se tratara de un terremoto. Entusiasmado por el desarrollo vertiginoso de la Inteligencia Artificial (IA), sin discreción afirmó que se avecina un futuro trágico, para todas aquellas profesiones vinculadas con el mundo de las letras, la docencia, la literatura y el derecho. Se les viene encima una situación absolutamente adversa. Están en riesgo de desaparecer como el oso Koala. Las mudanzas serán drásticas. Ninguna profesión relacionada con el campo de la ingeniería entra en su baremo. Con aplomó adujo que están en proceso de extinción, las siguientes profesiones:

  • Docentes, maestros y profesores
  • Escritores y autores
  • Especialistas en relaciones públicas
  • Periodistas, analistas de noticias y reporteros
  • Taquígrafos judiciales y subtitutladores
  • Correctores de estilos
  • Secretarios legales y asistentes administrativos
  • Contables

II

Millones de personas dispersas por el mundo deben poner su barba en remojo. La guillotina terminará cortando sus cabezas. Serán los magos de la IA los que se encargarán en el futuro de escribir libros de literatura y los profesores serán enviados a un receso permanente. Igual infortunio espera a los correctores de estilos. La angustia que consumía a Octavio Paz, hoy es mayor. En su celebrado ensayo, La llama doble (1993), el Nobel mexicano planteó estos temores. Pensaba que el impulso de la tecnología y la biología desencadenarían procesos que podrían culminar con la creación de seres superiores. Algo que le horrorizaba. No acabó de dilucidar cuál de las dos disciplinas triunfaría. Una vana preocupación. Ambas caminan a pasos agigantados. Con el desarrollo incontenible de la IA, el desasosiego acrecienta. Estamos frente a una espiral que pareciera no tener fin.

El llamado de centenares de científicos, pidiendo paralizar por un tiempo el desarrollo de la IA, ha desatado polémicas encarnizadas. Bill Gates fue de los primeros en salir al paso. Argumentó lo inoportuno de la medida. ¿Será tan grave el error de frenar el progreso acelerado que experimenta la IA? ¿Tendrá algún sentido escuchar las voces divergentes de Geoffrey Hinton, Elon Musk y Yuval Noha Harari? Algunos despistados han llegado a comparar el desarrollo de las máquinas industriales y la oposición del Movimiento Ludita, con lo que acontece en el presente. El más convencido de pausar la IA es Geoffrey Hinton, pionero en su desarrollo. Es tanto su temor, que renunció al cargo de vicepresidente de ingeniería de Google. Expresó que no ejercitaría la crítica contra la empresa. Lo hacía con el propósito de hablar de los graves peligros que encierra la IA.

El inglés Geofrey Hinton, uno de los más grandes impulsores de la Inteligencia Artificial. Tomada de Internet

Las contradicciones y valoraciones, negativas o positivas, dejémoslas en manos de los expertos. Solo debo adelantar que la aparición de la computadora produjo cambios sustantivos al interior de los medios impresos. Algunos de los trabajos y maquinarias desaparecieron (máquinas de escribir mecánicas y eléctricas, levantado y corrección de textos, armada, revelado de fotografías, etc.). La IA impactará de manera negativa en las profesiones señaladas por Gates. Hinton aconsejó que, para evitar estragos irreparables, solo cuando esté disponible el marco jurídico, debería darse carta abierta a la IA.  Angustiado expuso, que “en los últimos meses los laboratorios de IA han entrado en una carrera sin control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable”. Muy revelador.

Una de mis preocupaciones (creo compartidas por poetas, novelistas, cuentistas), está relacionada con el estilo literario. ¿Crearán nuevos estilos o se atendrán con los ya establecidos? Al desaparecer el oficio de escritor, ¿qué escritores les servirán de modelo? ¿Será algo totalmente distinto o se decantarán por el estilo de Joyce o Lezama Lima? ¿Les gustará más Carpentier que Vargas Llosa? ¿Qué temas atraerán su atención? ¿Las drogas y el narcotráfico? ¿Surgirán nuevos escritores? ¿Los novísimos escribirán a la usanza de Dostoievski, largas y sorprendentes novelas? ¿Abrirán espacio a la literatura fantástica y se alejarán del realismo mágico? ¿Ya nadie estudiará magisterio? ¿Tampoco contabilidad? ¿Los nuevos gurús serán más atrevidos en sus planteamientos propagandísticos que Dick Morris? ¿Las máximas de Maquiavelo serán cuestión de niños? ¡Todo está por verse!

Al desaparecer los correctores de estilo, ¿quién se hará cargo de esta actividad o ya no serán necesarios, los superdotados son portadores de estilos que no necesitan pasarse por la criba de nadie? En cuanto al periodismo (especialmente en lo referente a reporteros), ¿qué tipos de noticias privilegiarán? ¿Los analistas de medios tendrán rostro? ¿Con cuáles temas impondrán la agenda? ¿Los medios, dada la sapiencia de los recién llegados, únicamente requerirán de un solo reportero? ¿Habrá equidad de género? ¿Qué clase de belleza será destacada entre las presentadoras de televisión? ¿La IA instalada en los periódicos desaparecerá la discriminación racial en el abordaje noticioso? ¿Cuánto falta para que, en todo este embrollo, los seres humanos salgamos sobrando? Ojalá que Frankenstein no se les salga de las manos y termine engulléndonos a todos.

III

La IA nos está colocando frente a la disyuntiva más importante y trascendental en la historia de la humanidad. ¿En qué dirección viajamos? La velocidad con que lo hacemos genera riesgos y peligros jamás vistos. El momento exige cautela y mucho tacto. Tenemos que evitar que las nuevas promesas de redención no terminen convirtiéndose en un chasco. Entre los artífices de la IA, hay investigadores que convencidos apuestan por una nueva Arcadia. ¿Terminarán imponiendo su criterio? No existe ninguna certeza de que viajamos a puerto seguro. A esto se debe la oposición de quienes desean evitar un desastre del que no podamos recuperarnos al corto plazo. Ninguna de las prevenciones está demás. Para evitar traspiés, Bill Gates afirmó esta vez, no saber con precisión, dentro de cuántos años ocurrirá la desaparición de las profesiones puestas en su listado.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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