29 de enero 2019
Como nación oficialmente soberana, autónoma o independiente, Nicaragua no había conocido, ni el pueblo vivido en un estadio de vida política más complicada y particularmente atrapada en una trágica situación como la que vive en la actualidad.
Y no se trata solo de su desvencijada institucionalidad con las reformas regresivas a su Constitución Política, los permanentes desacatos y las violaciones a sus preceptos relativos a los derechos humanos y políticos de los nicaragüenses, derechos que aún sobreviven en su articulado.
Se trata de la crisis social y política provocada a raíz de la represión contra la juventud estudiantil, desde cuando ese hecho convocó al pueblo a levantarse con cívicas protestas, a las que, para impedirlas, el gobierno orteguista ha venido castigando con persecución, encarcelamiento y muerte, de tal forma brutal, que ha conmovido a la opinión internacional y los organismos defensores de los derechos humanos de la OEA y la ONU, los han condenado.
Son los hechos conocidos por todo el mundo y de sobra sufridos por todos los sectores de la población nicaragüense. A la sombra de los sucesos sangrientos, casi de modo inadvertido, se ha tejido la situación dramática, consistente en que, siendo víctimas desarmadas de una dictadura criminal, su indefensión frente a las armas, amplios sectores populares depositan su esperanza de verse libre de ella, en las acciones políticas y diplomáticas desde el exterior.
He aquí, lo funesto del caso: depositar esperanzas de liberación en lo que quiera o pueda hacer desde y con la OEA… ¡el gobierno de un país que nos recetó una invasión militar que duró 21 años, nos impuso varios gobiernos títeres y una dictadura que nos aplastó las libertades durante 45 años con su apoyo político y militar!
Esto es más que paradójico, no solo una cuestión ilógica, que se combinen esos intereses exteriores, con la necesaria y urgente defensa de los derechos humanos de los nicaragüenses, amenazados cotidianamente por la dictadura de quienes se apellidan revolucionarios, pero se comportan peor que los anteriores dictadores.
Complementa este drama, el hecho de que el pueblo oprimido, en vez de recibir la solidaridad del movimiento revolucionario y de izquierda de otros pueblos —en especial, los latinoamericanos—, recibe la bofetada de que esos movimientos les niegan su solidaridad… ¡pero se la dan a los verdugos que lo oprimen, encarcelan y asesinan!
Mientras esos sectores se muestran insensibles ante la tragedia de nuestro pueblo, sea por equivocación, sectarismo político o fanatismo ideológico –eso no importa, porque el resultado es igual a complicidad con la dictadura— alguna gente refuerza su esperanza de libertad, y de liberarse de la muerte misma, en la solidaridad internacional que (¡vaya paradoja!) encabeza los Estados Unidos.
¿Acaso esta situación no tiene signos de tragedia? Sí, la tiene, porque al pueblo nicaragüense lo coloca en una especie de emparedado entre dos fuerzas internacionales contradictorias. Y la solidaridad existe e ilusiona, pero llega parcial y distorsionada.
Parcial, porque ante la desgracia diaria de sentirse reprimido, los gobiernos que ofrecen solidaridad no todos están solventes con la justicia social de sus pueblos, y algunos la ofrecen con ulteriores objetivos geopolíticos.
Distorsionada, porque, por la otra parte dizque revolucionaria, la solidaridad no se la ofrece al pueblo que la necesita, sino a los dictadores que lo oprimen.
En ambos casos, no es la cabal ni la sincera solidaridad que el pueblo necesita con más humanismo y menos política, tal como lo demanda este drama histórico nicaragüense, sin reparar en las tonalidades políticas de quienes la ofrecen, pues las cuestiones ideológicas le son absolutamente menos urgentes que defender su libertad y su vida.
En este caso, importante es señalar al auténtico responsable de esta dramática situación, y a la vez responsable de crear condiciones propicias para la probable injerencia de intereses ajenos a la solidaridad: y ese responsable, no es otro que el régimen dictatorial de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
Nuestro pueblo debe adquirir plena conciencia de este drama. Saber que podemos ser víctimas de la geopolítica de cualquier potencia. Que en lo geográfico, estamos en el centro de la más pobre región del continente, que somos un vecino pobre, y a veces molesto, de vecinos grandes y ricos, que acostumbran manifestar sus complejos de tutores, patronos y hasta de policías, pretendiente determinar nuestra vida política y económica.
Y por ello, conviene recordar que Nicaragua, ante las situaciones dramáticas que ha tenido como vecino pobre, a la par de saber demostrar sincera amistad a quienes le ayudan, puede también hacer recordar que cuándo a Nicaragua la han tratado de humillar, sus hijos han sabido responder a los abusadores.
¿Por qué este llamado de alerta? Porque en nuestro país hay políticos que han creído –y actuado en consecuencia— que ser demócrata es igual a ser incondicional de la política exterior norteamericana, o porque suponen que sus intereses solo pueden tener respeto y vigencia bajo un gobierno sumiso políticamente.
Quienes tienen cualquier ideología y actividad política, que son la mayoría, saben que el tamaño geográfico del país donde nació no le condena a carecer de respeto. Al mismo tiempo, saben respetar el derecho de los otros países, cualquiera sea su tamaño, y es lógico que lo exprese reconociendo a cada quien su derecho a regirse bajo el sistema político y social que quiera vivir.
Este pueblo nicaragüense, ha superado trampas históricas. Hoy ha caído bajo un sistema de gobierno que no le conviene a la mayoría, y optó por rebelarse desarmado, obteniendo de respuesta represión y muerte. No se rinde, pero necesita solidaridad.
El pueblo sabrá identificar cuándo la ayuda que necesita de los países a los que ha recurrido, se la pretenda ofrecer bajo condiciones lesivas a sus derechos de pueblo soberano e independiente, aunque, por el momento, esa independencia se la hayan escamoteado y reducida al texto de su Constitución Política.
No parece necesario recordarlo, pero es conveniente, que el apoyo y la solidaridad que nos puedan dar desde el exterior, no deben tener rasgos de hipocresía ni ulteriores intenciones lesivas a nuestra dignidad nacional.
Bueno es recordar que los nicaragüenses debemos estar conscientes de las dificultades de toda clase con las que nos vamos a encontrar en el camino que aún nos queda por recorrer –que esperemos no sea tan sangriento de lo que ha sido—. Tener presente que nada será olvidado, que la justicia llegará y que serán muy grandes los esfuerzos que tendremos hacer para construir una nación democrática.
A partir de ese día, deberemos demostrar que no solo merecemos la libertad, sino que también somos capaces de saber sacar la lección del ominoso pasado y aprender a pensar sin sectarismo y saber erradicar la intolerancia hacia quienes no se hayan convencidos de que esos errores dividen y les crea condiciones a toda clase de oportunistas para satisfacer sus ambiciones.
En esa próxima labor patriótica de construirnos una sociedad democrática sin condicionamientos de ninguna especie ni de ningún país, debemos demostrar que podemos ser amigos de todos los países, y que todos nos respeten igual.
Entonces, el drama que hoy vimos comenzará a desvanecerse.