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Algunos vicios de la política latinoamericana

La tendencia de los expresidentes latinoamericanos a mantener su protagonismo es un serio problema que afecta la renovación de las elites políticas

No es extraño que los de izquierdas

Carlos Malamud

22 de enero 2017

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Es notorio que todo lo que rodea a la política atraviesa momentos difíciles en América Latina y el mundo en general. Esto afecta no sólo a los partidos políticos y sus dirigentes, sino también a las instituciones democráticas, como apuntan una y otra vez las encuestas que muestran sus bajos índices de aprobación y la falta de confianza popular.

Curiosamente, cuando se insiste en algunas cuestiones polémicas de la realidad latinoamericana siempre hay voluntarios dispuestos a responder con argumentos manidos del tipo: “cuidado, esto también ocurre en otros lados”, o “es verdad, estos roban, son corruptos o autoritarios, pero qué pasa en tal lugar o con tal persona”. Quienes así argumentan suelen ser partidarios de los criticados y los contraejemplos que ofrecen están en las antípodas políticas o ideológicas.


En estos casos, la comparación sólo sirve para reflejar cuestiones muy extendidas en el mundo globalizado, pero es estéril para profundizar en el caso analizado. Tampoco se puede olvidar la libertad del autor para escribir sobre lo que le venga en gana, sin responder a las presiones de lectores bienpensantes, ansiosos o con agendas ocultas (en realidad, muy visibles).

Esta Ventana se dedica a tres vicios políticos latinoamericanos. No son nuevos, pero por uno u otro motivo han sido informativamente relevantes en la última semana. Estos son: 1) la resistencia de las viejas glorias, especialmente presidentes, a retirarse de la primera línea, dificultando la renovación de la dirigencia y la regeneración partidaria, 2) la elección de outsiders para encabezar la gestión de sus países, provincias o ciudades, que terminan en un desastre total, dada su falta de competencia y 3) el ritornello de la reelección presidencial, con la consecuente modificación de las reglas de juego en mitad del partido en propio beneficio.

Las viejas glorias

En Chile, la Junta Nacional del Partido por la Democracia (PPD) acaba de elegir su precandidato para las elecciones presidenciales. Por una abrumadora mayoría (158 votos contra 13) eligió al ex presidente Ricardo Lagos (78 años) para competir por la candidatura de Nueva Mayoría. Por ese puesto también compite el ex secretario general de la OEA José Miguel Insulza (73), del Partido Socialista (PS). Pero, las encuestas consideran al senador y ex periodista Alejandro Guillier (63) como el candidato de centro izquierda mejor situado. Guillier señaló recientemente: “Hay un tono de ajuste de cuentas de la sociedad con sus dirigentes políticos”. En la coalición de centro derecha el también ex presidente Sebastián Piñera (67) tiene aspiraciones similares y, de momento, encabeza las encuestas.

En Costa Rica hay un caso similar pero diferente. El expresidente Óscar Arias (76 años) descartó en septiembre pasado ser el candidato del Partido Liberación Nacional (PLN) en las elecciones de 2018. Desde entonces se ha mostrado muy beligerante para cerrar el paso a su enemigo y expresidente José María Figueres (62). Para ello ha decidido apoyar a Antonio Álvarez Desanti (58) en una campaña de tono catastrofista. Y al igual que en 2005, cuando era precandidato para las elecciones del año siguiente, que finalmente ganó, señaló que si en 2018 el PLN no gana las elecciones terminaría desapareciendo.

La tendencia de los expresidentes latinoamericanos a mantener su protagonismo se ha convertido en un serio problema que afecta la renovación de las elites políticas. El fenómeno se vincula al excesivo presidencialismo, al caudillismo y los liderazgos carismáticos y a la deriva reeleccionista de los últimos 15 años. La reelección permanente ha sido un paso más en esta dirección.

Los outsiders incompetentes

El presidente guatemalteco Jimmy Morales ha cumplido su primer año en el cargo. Mientras la población comparte un sentimiento de desánimo y frustración frente a todas las promesas incumplidas, el balance que de su mandato hacen analistas y periodistas es muy negativo. Morales, hasta entonces sólo un discreto cómico de televisión, ganó las elecciones tras el estrepitoso fracaso de Otto Pérez Molina y su Partido Patriota (PP), sumido en graves acusaciones de corrupción. El jefe de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) afirmó: “El PP fue una empresa criminal dedicada al expolio del Estado”.

Morales, que compitió con el lema “Ni corrupto ni ladrón” ya ha enfrentado casos de corrupción donde se han visto implicados familiares suyos. Pero, lo peor es la parálisis de su gobierno, que no ha impulsado ninguna reforma para acabar con la corrupción y con la ola de violencia existentes. José Elías recoge en El País el testimonio de un académico guatemalteco: “Morales ha sido incapaz de abrir un horizonte para enfrentar la problemática. No ha formulado una sola política pública, su aparato gubernamental está atrofiado y tampoco ha cumplido la promesa de luchar contra la corrupción y establecer la transparencia. Ha sido un presidente anodino”.

A vueltas con la reelección

En Honduras y Paraguay estaba prohibida la reelección presidencial y sus anteriores presidentes, Manuel Zelaya y Fernando Lugo, cesaron traumáticamente. En Honduras, la intervención militar contra Zelaya buscó impedir la modificación constitucional que habilitaría la reelección. Tras declarar la Suprema Corte en 2015 inaplicables los artículos de la Constitución que prohibían la reelección, hoy se asiste a un escenario impensable meses atrás, ya que en los próximos comicios se enfrentarán el actual presidente Juan Orlando Hernández (48 años) y Manuel Zelaya (64). En Paraguay, los partidarios del presidente Horacio Cartes impulsan la reforma constitucional por la reelección. De consumarse, asistiríamos a una situación similar a la hondureña, una lucha de Cartes (60 años) contra Lugo (65). Otra vez se trata de forzar la ley y las instituciones en beneficio del que manda.

La reelección no es buena ni mala, sólo es una norma constitucional más que debe ser respetada. Pero, cuando se crea necesario introducirla, lo correcto sería que sólo estuviera vigente a partir del siguiente mandato. De este modo, el impulsor de la medida quedaría al margen de sus réditos inmediatos. Por otra parte, y para limitar las pulsiones que repetidamente llevan a los ex presidentes a competir electoralmente una y otra vez, se podrían limitar los supuestos de la reelección. Por ejemplo, una sola vez allí donde se permite un nuevo período de forma inmediata, o reducir a uno o dos los mandatos que hay que estar fuera del poder para volver a presentarse. Si bien los políticos y los partidos son necesarios para fortalecer a las democracias latinoamericanas, también hay que exigirles unos estándares mínimos de seriedad y honradez.


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Carlos Malamud
Carlos Malamud

Catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos.

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