1 de diciembre 2016
Hoy te vi llorar por un compañero herido.
Te vi interceder por un policía infiltrado. “Déjenlo ir, ellos obedecen órdenes”, dijiste.
Centenares de hombres raudos y curtidos por el sol, cansados y encachimbados por el asedio del poder, te obedecieron sin chistar.
Hoy te vi desde un camión dirigirte a tus compañeros botas de hule. Los animaste, les recordaste que la lucha es pacífica y que no queremos más sangre en Nicaragua.
¡Qué grande te vi! ¡Cuánta dignidad en tus palabras! ¡Cuánta valentía y esperanza me regalaste hoy!
Quiero decirte que me encantó tu frase: “Dejar de luchar es empezar a morir”. Por favor, no dejés de luchar.
¿Sabés, Francisca? Ayer escuché el discurso de Daniel en Cuba, vacío y falso como él, un discurso de ayer que se llevará el viento. Vos seguí luchando y caminando. Tus palabras son luces en el horizonte ahora nublado, pero que irremediablemente se despejará.
¡Nos vemos en el camino, hermana campesina!