9 de agosto 2015
Cerca de 150 hermanos de la Iglesia Apostólica Unida de la Fe en Cristo Jesús, se reunieron la noche de este sábado para dar gracias al creador tras las innumerables horas en que oraron y ayunaron –en sus casas y en la iglesia, en grupo y personalmente- rogando por la salud de Axel Reyes Gamboa y Miriam Natasha Ramírez, de cuatro y cinco años respectivamente.
Son los dos niños sobrevivientes de la matanza de Las Jagüitas, ocurrida el 11 de julio pasado, cuando una veintena de policías encapuchados disparó contra una familia que regresaba de un servicio religioso en Lomas de Guadalupe en el marco de un supuesto operativo antidrogas. En la emboscada fallecieron tres personas. Los policías fueron acusados de “homicidio imprudente”, y recibieron penas de cárcel que van desde los 2 hasta los 11 años de prisión.
Axel es hijo de Milton Reyes, el padre de familia que conducía el auto aquella fatídica jornada, mientras que Miriam Natasha es hija de Katherine Ramírez, fallecida esa noche, y si bien Axel fue dado de alta hace quince días, los hermanos esperaron hasta que ella salió del hospital para efectuar una vigilia de acción de gracias.
Mientras se van ocupando las largas hileras de sillas plásticas acomodadas de tres en tres a ambos lados del pasillo de tierra del improvisado templo ubicado frente a la casa de la familia doliente, la pequeña Miriam Natasha ocupa un lugar en la segunda fila de la derecha, mientras Axel va de un lado para otro.
El hermano Jaime Santos Carballo abre la jornada de adoración, entonando himnos dulzones que cantan la gloria de los cielos, mientras Miriam Natasha juega absorta con la tableta de 11 pulgadas que le presta una de sus primas. Viste un elegante vestido de tonalidad fucsia que hace juego con la peineta color rosa que lleva en el cabello, adornado por cuatro largas trenzas.
Poco después, el hermano Jimmy se hace cargo del micrófono y entona cánticos más alegres, mientras el yerno del hermano Carballo maneja con habilidad el sintetizador marca Yamaha con que se acompañan los movidos coros que piden dar “un brinquito para Jehová”, o alabarle con las manos, con los pies, con el alma y con todo su ser.
Miriam Natasha sonríe y comienza a danzar suavemente al ritmo de la música. Después de un rato, la niña está totalmente invadida del espíritu de hermandad y júbilo que impera en el lugar, y canta con entusiasmo, mientras aplaude para acompañar los coritos que cantan los hermanos mayores (desde ancianos a adolescentes) de la congregación.
Poco después, ella y su prima toman el micrófono una y dos veces, para cantar ‘especiales’, o sea, cantos de alabanza con los que el oferente patentiza su agradecimiento por alguna razón particular. En su caso, la congregación –y hasta los miembros mundanos de la familia, el abuelo que sabe todo sobre la Biblia, pero le falta fe para cumplir los mandamientos del Señor, o la tía que reconoce que no va a la iglesia, pero pudo orar de rodillas durante una hora en el hospital mientras operaban a la niña- agradecieron con cantos y testimonios, el tener de vuelta a la menor.
Esta vez no hay reclamos a las autoridades policiales, judiciales ni políticas. El dolor de la familia sigue presente como el primer día: apenas han pasado 4 semanas exactas, y el recuerdo de sus seres queridos los acompaña a cada momento. Pero esta noche es para dar gracias. Es para decirle a Dios que no entienden por qué les tocó vivir esa tragedia, pero que aceptan sus designios, seguros que Él tiene un propósito para los que sobrevivieron.