9 de diciembre 2018
A escasos metros de la esquina donde la bala del paramilitar lo asesinó, la familia de Sandor Dolmus abrió las puertas de su casa la noche de este siete de diciembre para gritar a la Purísima Concepción de María. Al pie del altar de la inmaculada yacía el retrato de este joven monaguillo: mirada altiva, respaldado con la bandera de Nicaragua, y un santísimo prendido del pecho a modo de escarapela santa. En la acera de la pequeña casa ubicada en el barrio San Juan, de León, estaban los familiares de esta víctima de la represión de la dictadura Ortega-Murillo.
Una prima de Sandor repartía la “gorra” a los grupos que, espaciados, se agolpaban sobre la pequeña baranda a gritar “¿Quién causa tanta alegría?”. La Gritería es de esos tiempos que Sandor disfrutaba. De no haber sido asesinado por un paramilitar al servicio del régimen de El Carmen el 14 de junio, esta noche tibia de siete de diciembre de 2018 estaría con su túnica blanca y roja auxiliando en el altar mayor de la monumental catedral leonesa al obispos Bosco Vivas. Sandor abriéndole paso al prelado con el incensario hasta el borde del atrio para dar por iniciada la festividad de la patrona que con su pie venció al fiero dragón. Pero no fue así.
El obispo Vivas no tuvo palabras para su monaguillo asesinado. Tampoco para la represión que mancilló a esta ciudad ilustrada. Vivas ofició la misa ante centenares de feligreses, entre ellos la Presidenta del Poder Judicial, Alba Luz Ramos, cuya institución procesa (bajo serios cuestionamientos) a seis jóvenes presos políticos, a quienes en León echan de menos durante esta Gritería: Nahiroby, Byron, Juan Pablo, Luis, Sergio, y Amaya, la de la sonrisa perenne.
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El obispo Vivas dio el grito oficial a las seis de la tarde. “¿Quién causa tanta alegría?”, preguntó. “La concepción de María”, contestó la masa. La multitud ocupaba la mitad del parque central de León. Había espacio suficiente para moverse, para caminar con holgura. Para los leoneses que asistieron y para quienes llevan años viniendo al Grito, la comparación fue inevitable. En años anteriores la plaza mayor está repleta a tope. Caminar no es opción entre el molote. Uno escapa de ahogarse o ser aplastado. Pero este siete de diciembre hay espacio suficiente como para ver a los centenares de policías y antimotines ejecutando el “Plan María”. A los oficiales los acompañan unos tipos uniformados con camisetas y gorras negras, quienes cuchichean constantemente.
El barullo de las Gigantonas y el Enano cabezón hacen inaudible el cuchicheo entre los policías y los uniformados de negro. En el parque hay una presencia pronunciada de empleados públicos. Un trabajador del Ministerio de Economía Familiar, Cooperativa, Comunitaria y Asociativa (MEFCCA) intenta un selfie con la fachada de la Catedral de fondo. El tipo está afanado sobre la tarima que sirve de escenario a la Camerata Bach.
Pasada las seis de la tarde, los juegos artificiales deslumbran el cielo oscuro. Un dron de un canal oficialista filma el Grito. El aparato se eleva bastante, al punto que la lucecita roja que le tirita se torna difícil de seguir. Los canales de los hijos de la pareja presidencial habla de un lleno total en la Gritería de León. Muestran los habituales altares de las instituciones del Gobierno, los únicos que tienen fila de gritadores.
La Universidad Nacional de Nicaragua (UNAN-León) y el Centro Universitario de la Universidad Nacional (CUUN) instalaron sendos altares en las esquinas del atrio de la Iglesia la Merced. Con parlantes atraían a los gritadores a su regazo. Muchas de las iglesias de León estuvieron cerradas hasta las 6:30 de la noche. Abrieron sus altares y develaron mucha sencillez en ellos, algo inusual en esta ciudad, donde los altares los caracteriza la pompa, la soberbia de la belleza colonial en honor a la patrona. Byron Estrada, uno de los presos políticos leoneses, era uno de los fieles que montaba altares de epifanía.
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La iglesia católica llamó a sencillez y sobriedad para esta Gritería que se celebró en medio de la crisis sociopolítica. Las iglesias leonesas —excepto Catedral— siguieron la directriz pastoral. Igual sucedió en las casas donde hubo altares apenas adornados y perfumados de madroño. Al ser la meca de la Gritería en Nicaragua, este año no hubo altares por doquier en León. En celebraciones anteriores, los retablos abundan. Una mujer (que prefiere no revelar su identidad) nos contó que ella sí hizo altar, pero lo mantuvo a puertas cerradas. En la jerga de los creyentes le llaman a eso “en vela”. Es uno de los modos de protestas encontrado por la ciudadanía. "Es por eso que se ve un siete de diciembre palmado. Sin mucho ánimo", nos dice otro ciudadano leonés.
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Las estrechas calles de León no estuvieron desbordadas como en la Gritería de 2017. A las 9:30 de la noche comenzaron a quedar desiertas (menos las colindantes al parque central). La muchedumbre que vino a gritar desde comunidades y otras ciudades regresa al Parque San Juan, como suele suceder cada año, adonde los buses los esperan para el retorno. Después que ellos se van, los leoneses quedan repartiendo —si les queda— "gorra", y otros sacan sillas para comentar la jornada, y tomar tragos. Pero esta noche no hay movimiento. En Sutiaba, uno de los barrios más golpeados por la represión, una que otra casa leonesa sigue esa costumbre. Sin embargo, la mayoría de viviendas están cerradas. Incluso, la gasolinera que está sobre la vía que conecta con Poneloya está poco concurrida, cuando a esta hora, a las 10:30, los jóvenes que se dirigen a la fiesta de playa se detienen a comprar cervezas o a recargar el tanque. En las calles y barrios, los antimotines patrullan la ciudad sin descanso.
En la casa de Sandor Dolmus la Gritería sigue. Es una mezcla de devoción y congoja, algo que, podría decirse, percibimos en León este siete de diciembre. En el parque La Merced los parlantes de la UNAN y el CUUN han aumentado el volumen a falta de gritos. Más tarde, a la media noche, el repique de cohetes y bombas sacude la ciudad. Pese a las prohibiciones de la Policía Nacional, León desafía y detona sus morteros en honor a la Purísima Concepción de María, los mismos que, antes de ser prohibidos, explotaron por Sandor, Nairobi, Byron, Juan Pablo, Luis, Sergio, y Amaya.