5 de enero 2019

Nicaragüenses viven dos viacrucis por la represión del régimen

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Ortega perdió la batalla política estratégica al imponer el estado de excepción de facto y la criminalización de la protesta cívica
Una pancarta con los nombres de los asesinados, cargada en la marcha del Día de las Madres. Archivo | Confidencial
La revolución pacífica que demanda el fin de la dictadura, transita por un camino plagado de incertidumbre, pero Ortega ya perdió la batalla política
Ortega luce más fuerte ahora que al inicio de las protestas, mientras la rebelión cívica atraviesa un momento de reflujo. El caudillo lanzó una ofensiva militar similar a la “operación limpieza” de Somoza durante la insurrección armada de 1978, y una a una, atacó las barricadas en el suroriente, occidente, norte, y centro del país, hasta arrasar con la Universidad Nacional Autónoma en Managua, y finalmente ocupó Masaya y el emblemático barrio indígena de Monimbó. Ganó una batalla militar contra un ejército inexistente de ciudadanos que resistieron con morteros caseros y armas hechizas, y después se replegaron para evitar una masacre mayor. Ortega recuperó el control de ciudades y carreteras, imponiendo una fuerza militar de ocupación, pero perdió la batalla política más importante sobre las mentes y los corazones de un pueblo que, liberado del miedo, le arrebató las calles y ahora demanda que sea procesado ante la justicia internacional por crímenes de lesa humanidad.
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El ascenso y colapso de Ortega: un régimen autoritario diseñado para gobernar sin oposición, termina en un baño de sangre
Daniel Ortega y Rosario Murillo, durante un acto político, el 29 de agosto, en Managua. EFE | Confidencial
El autócrata que prometió terminar con el presidencialismo, instauró el régimen más personalista de la historia de Nicaragua, superando incluso a Somoza con el grado de concentración de poder con su sistema de Estado-Partido-Familia. Pero cuando le tocó empezar a gobernar sin el músculo económico de los petrodólares de Venezuela, y a enfrentar las primeras protestas populares de los estudiantes universitarios, el régimen que nunca fue diseñado para gobernar con una oposición democrática, desató una escalada de represión y provocó un baño de sangre que continúa hasta hoy. Ahí comienza la nueva historia que, entre el dolor y la esperanza, se está escribiendo en Nicaragua desde el 18 de abril.
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Brandon Lovo y Glenn Slate son los primeros presos políticos condenados por una dictadura que les imputa la muerte de las víctimas de su propia masacre
Migueliuth Sandoval, esposa del periodista Ángel Gahona. Foto: Noticias de Bluefields | Confidencial
Al colapsar el sistema de justicia y el Estado de Derecho, Nicaragua necesita una Comisión Internacional de la Verdad, con Ortega fuera del poder, para restablecer el derecho a la verdad y la justicia. Ortega puede llenar, por ahora, las cárceles de prisioneros políticos, como Brandon Lovo y Glenn Slate, condenados por delitos que nunca cometieron, mientras su régimen se aferra a la fuerza en espera de alguna negociación para dejar sus propios crímenes en la impunidad. “Jamás aceptaríamos una amnistía, o que estos crímenes queden en la impunidad”, remarcó la vocera del Comité Pro Libertad de Presas y Presos Políticos, que demanda la anulación de todos los juicios de la dictadura.
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Ortega pretende endosarle a la Iglesia sus propios crímenes, pero todo el país sabe quiénes son los asesinos, golpistas y violadores
Una gigantesca bandera de Nicaragua fue colocada sobre la entrada principal de la Catedral Metropolitana, este domingo, en apoyo a los obispos y la Iglesia. EFE | Confidencial
Hace un año, el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, reveló en una entrevista en Esta Semana la advertencia que el papa Francisco le hiciera a los miembros de la Conferencia Episcopal, durante un encuentro en la Santa Sede. Tomen en cuenta, alertó Francisco, que si la Iglesia de Nicaragua mantiene su compromiso con el pueblo, denunciando la injusticia y diciendo la verdad, también será objeto de “espionaje, persecución y martirio”. Esas palabras proféticas se probaron con creces después del 18 de abril, cuando los obispos y el clero, sin ninguna clase de ambigüedad, se pusieron del lado de las víctimas de la represión desatada por Ortega.
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Lea las tres entregas previas de este especial:
I: La rebelión de abril y la matanza de Ortega
II: Los dilemas de una revolución pacífica
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Periodista nicaragüense, exiliado en Costa Rica. Fundador y director de Confidencial y Esta Semana. Miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Ha sido Knight Fellow en la Universidad de Stanford (1997-1998) y profesor visitante en la Maestría de Periodismo de la Universidad de Berkeley, California (1998-1999). En mayo 2009, obtuvo el Premio a la Libertad de Expresión en Iberoamérica, de Casa América Cataluña (España). En octubre de 2010 recibió el Premio Maria Moors Cabot de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York. En 2021 obtuvo el Premio Ortega y Gasset por su trayectoria periodística.
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