18 de mayo 2021
Cuando los primeros síntomas aparecieron, Larry estaba de pie, junto a la banca de una iglesia de la ciudad de Bilwi, ubicada en el olvidado Caribe Norte de Nicaragua. Un minuto atrás estaba platicando y al siguiente, recuerda, sintió como un escalofrío subió por su cuerpo y lo hizo tambalearse. Luego, ya no tenía control sobre sí mismo, intentaba aliviarse frotándose el cuerpo, hasta que simplemente ya no pudo. “Tuve que ir a mi casa”, recuerda el hombre de 30 años.
Arropado en su hogar, llegó la fiebre, seguida de unos fuertes dolores de cabeza que terminaron por convencerlo de ir al centro hospitalario más cercano. Allí reconocieron sus síntomas y de prisa le hicieron la prueba de malaria. Minutos después le confirmaron que era positivo al plasmodium vivax, el tipo de malaria o paludismo más común en Nicaragua. El segundo tipo es el falciparum o malaria cerebral, que es mortal. Mientras los tipos malariae y ovale, no se han identificado en el país.
Durante la última década, igual que Larry, 84 221 nicaragüenses han enfermado de malaria, una epidemia que el Ministerio de Salud (Minsa) planificaba erradicar para 2020. Incluso, su trabajo epidemiológico fue premiado, pero justo en el año de la pandemia de covid-19, multiplicó por 33 la cantidad de contagios identificados en 2011 y alcanzó un número de casos que no había reportado en los últimos 20 años: 31 004, según confirmó la institución estatal en enero de 2021. Este dato ubica a Nicaragua como el segundo país con más incidencia en Latinoamérica, solo superado por Venezuela, según los datos publicados por la OMS en noviembre de 2020, que corresponden a 2019.
Pero la malaria no es la única epidemia que se salió de control. De acuerdo con un análisis realizado a partir de estadísticas oficiales, el dengue pasó de tener una incidencia de 62 contagios por cada 100 000 habitantes, entre 2001 y 2010, a 952 en la última década. En aquel año, el país ocupaba el sexto lugar de Centroamérica con más casos de dengue y una década más tarde está a la cabeza de la región, ocupando el segundo lugar de toda Latinoamérica, solo por debajo de Paraguay.
Las razones oficiales del incremento no han sido explicadas. CONFIDENCIAL solicitó una entrevista con la ministra Martha Reyes, pero no obtuvo respuesta. Sin embargo, las conclusiones de los epidemiólogos independientes al Gobierno, consultados para esta investigación, coinciden en que las estrategias estatales para controlar y erradicar estas epidemias —como la fumigación, la abatización y la entrega de mosquiteros a poblaciones vulnerables— no están funcionando. El presupuesto destinado a la lucha contra las epidemias tampoco es transparentado por las autoridades, aunque en los últimos cinco años han recibido 31 millones de dólares de fondos internacionales para combatir la malaria.
Otro factor determinante es que la pandemia de covid-19 agudizó la demanda de atención y mostró las fragilidades del sistema sanitario, mientras el paso mortal en el Caribe Norte de los huracanes Eta y Iota, en noviembre pasado, causó destrozos materiales y un incremento de la malaria.
Pero a pesar del incremento de casos de malaria en el Caribe, las autoridades de Salud no han lanzado una alerta epidemiológica, que sí hicieron por el dengue 2019. Pese a eso, los salubristas de la comunidad científica nacional ya han mostrado su preocupación. En enero pasado, el médico Carlos Hernández, miembro del Comité Científico Multidisciplinario, dijo que pese a la alerta por el dengue de 2019: “Llevamos más de ocho años con la epidemia de dengue sin control”.
“Nos han dicho que en el último año redujimos, pero llevamos ocho años en unos niveles que nos han puesto en los primeros lugares del continente en número de casos”, agrega.
De la malaria, no se dice nada.
Para analizar el impacto de ambas enfermedades en Nicaragua, CONFIDENCIAL creó dos bases de datos: una sobre la incidencia de ambas enfermedades en Latinoamérica entre 2010 y 2020 y la otra nacional entre 2000 a 2021. Las mismas se han nutrido con cifras publicadas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el Mapa de Salud del Minsa (actualizado hasta agosto de 2020) y un monitoreo de los informes semanales leídos por la vicepresidenta y vocera gubernamental, Rosario Murillo, la única que brinda declaraciones sobre el tema en el Estado desde que en mayo de 2020 suspendieron la publicación en línea del boletín epidemiológico semanal.
Ese secretismo estadístico coincidió con el momento cuando se reportaba extraoficialmente un incremento de las víctimas de covid-19 y los familiares de estos denunciaban que en esos casos el Estado registró como neumonía atípica la causa de muerte. Los datos sobre la malaria y el dengue no han sido presentados al detalle por las autoridades.
Los tres contagios de “Glenda”
El Caribe de Nicaragua es siempre una postal. Bellas playas y mucho sol, pero también es pobreza y la historia de “Glenda”. A sus 28 años, ella sabe identificar con precisión los síntomas de malaria. En su familia cuatro de sus hermanos se han contagiado y ella misma se ha infectado al menos tres veces durante el último año. A principios de abril, cuando fue contactada para este reportaje, tomaba medicina tras dar positivo a malaria vivax en su casa ubicada en Puerto Cabezas, a 517 kilómetros de Managua.
“Malaria sí, malaria es un mal que está dando duro acá en Puerto Cabezas. Hay muchos casos. A veces no hay pastillas y la gente muere. Está muy duro aquí”, dice vía telefónica. La primera vez que se contagió fue en agosto de 2020. Tres meses después, en diciembre, los síntomas volvieron. Cuando pensó que ya no podría volver a contagiarse, cayó de nuevo. Según cuenta, nunca le ha dado fiebre, pero sí ha sufrido de fuertes dolores de cabeza que parecen “quemarla”.
En su pueblo, que pertenece a una de las regiones más pobres de Nicaragua, la malaria es común. Todos conocen a alguien que al menos una vez se ha infectado en los últimos años. Aunque la mayoría de quienes se contagian, no mueren, según las estadísticas disponibles, hay uno o dos casos que no corren esa suerte. Hace unos meses una vecina suya no sobrevivió.
“Ella fue varias veces a hacerse el examen en el hospital, y le salían negativos. Fue hasta que ya de último recayó que le salió positivo, pero ya tenía muchos de esos parásitos, entonces se murió”, relata “Glenda”.
En el Caribe hay dos formas de confirmar el diagnóstico de malaria. En las zonas urbanas las personas acuden a los puestos de salud para hacer la prueba de laboratorio, y en las comunidades a los colaboradores voluntarios, conocidos popularmente como “Col-Vol”. Ellos son voluntarios que se encargan de realizar una labor preventiva y de erradicación en conjunto con el Minsa y además son los encargados de aplicar las pruebas rápidas. Sin embargo, también tienen limitaciones para poder realizar su trabajo.
“A veces cuando vas a los “colvoles” te dicen que no hay prueba. Si vas al puesto de salud, hay veces que en los laboratorios te la hacen mal y es cuando la gente se muere. Por ejemplo, esta vez yo fui hacerme la prueba dos veces y me salió negativa, fue hasta la tercera vez que me la hice que di positivo”, cuenta la joven.
El médico salubrista Harold Campos, quien tiene años trabajando el tema de la malaria en Nicaragua, explica que las pruebas pueden dar negativo por tres causas: porque se tomó cuando no había pico febril (es hasta que da la fiebre que se revientan los glóbulos rojos y el parásito sale y se mueve al torrente sanguíneo); porque la muestra que se tomó es insuficiente o porque la persona que está viendo la malaria en el microscopio no la reconoce.
"Luis", quien ha trabajado durante más de siete años desde una fundación que lucha en pro de la erradicación de la malaria en el municipio de Rosita, Caribe Norte de Nicaragua, todavía más remoto que Puerto Cabezas, y explica que los Col-Vol han sido de mucha ayuda para atender esta epidemia; sin embargo no los proveen del abastecimiento de medicinas suficientes para ayudar a la población.
“Hubo un momento en que los colaboradores voluntarios se quedaron sin medicamentos y en otro momento se quedan sin pruebas rápidas, y eso tiene implicaciones en el abordaje de la malaria porque si tenemos un paciente con malaria que no ha sido tratado, los días que este paciente no esté usando el mosquitero está haciendo un foco de contaminación, porque el zancudo se infecta y va a ir a contaminar a los vecinos y así se va a creando la cadena de contaminación”, señala "Luis".
En el Caribe es común la transmisión de malaria porque presta las condiciones ambientales y geográficas para que se formen los criaderos. Por las constantes lluvias, predominan los suelos pantanosos, y la movilización de personas de zonas de las comunidades a las zonas comerciales esparcen la transmisión de la enfermedad.
“(En el Caribe) es común que los criaderos se formen en las uniones de las ramas. Por ejemplo, allá abunda un árbol que es conocido como ‘platanillo’, estos recogen agua en la juntas de sus ramas y allí se reproducen los zancudos”, explica el salubrista.
El paso mortal de los huracanes Eta y Iota
A finales de 2020, el Caribe Norte de Nicaragua fue fuertemente azotado, en menos de 15 días, por el paso de los huracanes Eta y Iota. Estos ciclones de categoría 4 y 5 mataron a 20 personas, destruyeron comunidades enteras y cambiaron la geografía de esa zona. Como secuela a largo plazo, también detonaron la proliferación de contagios de malaria que se mantiene seis meses más tarde.
“La situación se empeoró en 2020 y 2021 por los efectos de los huracanes Iota y Eta”, afirma Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
De acuerdo con los datos oficiales, en los primeros cinco meses de 2020 la malaria superó el acumulado total de casos de 2019 que fue de 13 219 casos, pues según la vicepresidenta Rosario Murillo hasta mayo hubo 14 614 contagios. Sin embargo, en la actualización del Mapa de Salud del Minsa solo admitieron 13 440 contagios de malaria hasta agosto de 2020.
En una actualización reciente de esta última fuente de información oficial, las autoridades aseguran que en todo el 2020 hubo 23 942 casos de malaria, 12 932 de tipo vivax y 11 010 falciparum. Sin embargo, en enero de 2021, el Minsa aseguró que la cifra total ascendía a 31 004.
En Nicaragua la malaria ha estado asentada principalmente en el Caribe Norte, pero desde 2017 se han identificados casos en Matagalpa, Boaco, Managua, Granada y Río San Juan. Lo más destacable es que los casos de paludismo cerebral han incrementado hasta 609% a nivel nacional.
“La OPS está al tanto del incremento de malaria cerebral y está apoyando al país con medicamentos para responder mejor a esta situación. Para evitar este tipo de malaria es muy importante que las personas con fiebre acudan temprano a los servicios de salud. Esta es una enfermedad que se puede tratar bien, si se diagnostica rápido”, calma Espinal.
En los últimos cinco años, Nicaragua ha recibido aproximadamente 31.5 millones de dólares, en su mayoría del Programa del Fondo Mundial contra la Eliminación de la Malaria. Y de esta suma 1.2 millones de dólares corresponden a un premio que obtuvo el país en 2017, “como resultado de los logros alcanzados en el proceso de eliminación de la malaria en el país”. Nicaragua tenía tan buena tendencia que, la actual ministra Martha Reyes, aseguró que en 2020 se lograría la eliminación de esta epidemia.
“Ha habido un esfuerzo y plan integral para abordar de forma coordinada con las diferentes instancias, instituciones y la comunidad, la disminución de la malaria y poder definir que para el año 2020 tengamos ya eliminación de la malaria y poder certificar que nuestro país está libre en el año 2025”, dijo Reyes, en 2014, al medio oficialista El 19 Digital.
Pero al contrario, las infecciones de paludismo se han triplicado y lo que antes parecía el preludio de un récord feliz, ya no lo es.
Politización de servicios de salud golpea labor antiepidemias
El Ministerio de Salud ejecuta las respuestas más directas contra las epidemias a través de las brigadas médicas. Se trata de grupos de doctores que son enviados a todas las regiones del país, incluido el Caribe de Nicaragua. En noviembre, tras el paso de los huracanes, varios grupos fueron enviados a apoyar tras la devastación y días antes de partir comenzaron a subir a las redes sociales mensajes de apoyo al Gobierno de Daniel Ortega.
Un grupo de ellos, originario del Centro de Salud Guadalupe Potosí, en Rivas, al sur del país, gritó la consigna que fue famosa en los años ochenta, durante el primer Gobierno sandinista, cuando el país estaba en guerra: “¡Ni un paso atrás!”.
“Nosotros respaldamos al 100% las gestiones de protección de la vida que ha gestionado el presidente comandante Daniel Ortega (...) También, estamos dispuestos a integrar las brigadas ‘médico sandinistas’ que se necesiten para apoyar a nuestros compañeros de la Costa Caribe”, dijo uno de los médicos junto a más de diez personas que alzaban banderas rojinegras del Frente Sandinista.
El epidemiólogo Álvaro Ramírez, exdirector nacional del departamento de vigilancia epidemiológica en los años noventa y quien ahora está radicado en Irlanda, opina que este incremento de casos, agudizado en los últimos dos años, está también influido por esta politización que predomina en el Minsa.
“El deterioro de las enfermedades endémicas no es algo que aparece este año, y son dos países que están en Latinoamérica con las tasas más altas de incidencia: Nicaragua y Venezuela. Y esto se debe a las políticas de Salud Pública que no se están aplicando. El financiamiento que se debería dedicar a eso se va a financiar otras actividades de interés político del Gobierno”, reitera.
Covid-19, malaria y dengue: una sindemia en Nicaragua
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Gobierno de Nicaragua invierte en Salud un per cápita de 77.19 dólares, el más bajo de Centroamérica, aunque en sus notas de propaganda asegura que ha aumentado el 14% del presupuesto en 2020, comparado con 2007 cuando Daniel Ortega asumió el poder. El Gobierno también destaca un incremento de la infraestructura hospitalaria y las estrategias para acercarse a la población con brigadas móviles y ferias de salud.
Sin embargo, el sistema está aquejado por la politización y la crisis económica general. En 2020, el país destinó para la compra de medicamentos siete dólares por habitante. El mismo año, se enfrentó a una sindemia, es decir la convergencia de pandemias: el dengue, la malaria y la covid-19.
“La transmisión de covid-19 por sus efectos en casi todas las esferas, afecta de manera importante la respuesta ante una epidemia porque limita el acceso temprano de la población a los servicios de diagnóstico y tratamiento, y también las acciones de los trabajadores de Salud”, amplía el director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la OPS.
Según las estadísticas, en los últimos 20 años han muerto 170 personas por dengue grave y 38 por malaria cerebral. Aunque en apariencia no resultan mortales, la covid-19 incrementa el riesgo de morir.
“Si a la vez, a una persona con dengue le da covid-19, que es bien probable, no es una cosa que no sucede, yo he tenido varios casos, el riesgo de morir se multiplica”, dice el epidemiólogo Rafael Amador, quien también señala que cuando la pandemia llegó al país, ya había una demanda de personas solicitando servicios altamente tecnificados y de altos costos para atender otras enfermedades.
“Esto puso mayor tensión a la capacidad de respuesta del Ministerio que no tenía ni el presupuesto ni el personal para atender simultáneamente varios frentes (de enfermedades)”, agrega.
El mayor efecto, ante la baja mortalidad, es el deterioro de la salud de los pacientes a consecuencia de que se contagian más de una vez por la elevada proliferación del mosquito transmisor. Esto provoca una alta demanda de atención, medicinas y subsidios, que representan un gasto en salud y en atención hospitalaria que no se conoce con precisión en el Estado porque la información no es pública.
Hasta abril de 2021, las autoridades de Salud no han anunciado ningún cambio en su estrategia de lucha contra las epidemias. El 25 de marzo pasado, el Minsa entregó 23 microscopios a centros de salud y hospitales de las zonas urbanas y rurales del departamento de Managua, para “fortalecer y contribuir al diagnóstico de la malaria”. Sin embargo, en los datos oficiales de los últimos dos años no se ha identificado un solo caso de malaria en la capital, mientras en el Caribe nicaragüenses como Larry o “Glenda” sufren la enfermedad en el olvido.
Dengue cumple 13 años incontrolable
Mientras en el Caribe Norte predomina el contagio de malaria, que es transmitido por el mosquito Anopheles; en las zonas urbanas, principalmente en Managua, ubicada en el Pacífico de Nicaragua, es el Aedes Aegypti el que infectó a más de 53 000 personas en 2020 y, hasta la tercera semana de marzo de este año, provocó 9207 casos de dengue.
Esta es una epidemia que entre 2001 y 2008 mantuvo una incidencia de menos de 50 casos por cada 100 000 habitantes, pero que en 2009 sufrió un pico epidémico que elevó los casos a 297 y desde entonces ha repetido altos picos de contagios alcanzando el mayor número en 2019: 2844 casos por cada 100 000 personas.
En 2020 hubo una disminución del 71.3% de los casos, pero Nicaragua sigue ubicada entre los primeros países con mayor incidencia de Latinoamérica por cada 100 000 habitantes. Incluso, Belice que en 2019 se situó a la cabeza, el año pasado bajó al puesto número cuatro. En las primeras 10 semanas de 2021, Nicaragua se ubica como el país con más casos de Centroamérica.
“Después de cada epidemia de dengue existe una disminución de casos, debido a que se disminuyen en gran medida en el número de personas susceptibles. Por eso las epidemias ocurren cada tres o cinco años”, explica el doctor Espinal de la OPS.
Según este organismo internacional, en el dengue se trabaja directamente con fondos destinados por el Ministerio de Salud. Sin embargo, no hay registros públicos en el presupuesto del Minsa sobre el monto específico que es destinado a la lucha antiepidemias.
Para el salubrista Harold Campos, dedicado a la atención de la malaria, el incremento podría deberse a que la estrategia de fumigación también está fallando porque se realizan las jornadas en horarios en que la masa poblacional del zancudo no está presente en casas y al esparcir el veneno son pocos los mosquitos que mueren.
“De acuerdo al ciclo de vida el mosquito tiene su horario, la masa poblacional del Aedes Aegypti está entre las cinco y ocho de la mañana y entre las 4:30 p.m. y las 7:00 p.m. Entonces si se fumiga a las 10:00 a.m., ¿qué están fumigando?”, cuestiona el experto y enfatiza en que se deben hacer esfuerzos por destruir los criaderos y no solo los zancudos ya adultos.
El dengue es una epidemia que no se puede erradicar, reitera la OPS. Sin embargo, sí puede controlarse y reducir su incidencia de casos a niveles bajos. El mosquito transmisor está altamente adaptado a la vida doméstica, y la región de Latinoamérica presta las condiciones socioeconómicas, ambientales y climáticas para favorecer su proliferación del Aedes.
“Los problemas de saneamiento, falta o poco acceso a servicios de agua potable que obliga a las familias a acumular agua, inadecuada eliminación de desechos sólidos, cinturones de pobreza en las grandes ciudades (asentamientos informales), urbanización no controlada ni planificada, y el cambio climático con eventos extremos que van desde grandes sequías hasta lluvias sostenidas... todas estas condiciones o factores favorecen al aedes aegypti”, explica Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles y Determinantes Ambientales de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Por esto, la respuesta ante esta epidemia debe ser una responsabilidad compartida entre el sector salud, los ministerios, el sector privado, la academia científica y las familias. Espinal destaca que “esta participación y compromiso social en el combate del vector es algo en lo que debemos mejorar mucho más y lograrlo sigue siendo un gran desafío”.