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Zoom a un pasado presente

Ambas estirpes sangrientas, la de los Somoza y la de los Ortega-Murillo, nacen el 21 de febrero de 1934.

Luis Rocha Urtecho

7 de octubre 2018

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La esencia de sufrimiento y esperanza, que deseamos plasmar en forma de párrafos seleccionados en este artículo, evidencian que no es mío sino del autor de ESTIRPE SANGRIENTA: LOS SOMOZA, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Mi labor se concreta a esa selección en forma de secuencia, o enfoque cronológico, tal un lente zoom que nos sustrae del pasado hasta este presente no menos brutal, sino más. La idea es que el análisis testimonial y objetivo que inicia Pedro en una estirpe sangrienta, nosotros la concluyamos en esta otra que sufrimos.

El libro se inicia el 21 de septiembre de 1956, cuando a toda costa los Somoza quisieron involucrar a su autor, y a otros patriotas igualmente inocentes, en el ajusticiamiento de Anastasio Somoza García, pero este zoom, fiel a la historia nacional, nos acerca a los verdaderos acontecimientos y a sus orígenes, y nos demuestra que ambas estirpes sangrientas, la de los Somoza y la de los Ortega-Murillo, nacen el 21 de febrero de 1934, cuando la Estirpe Sangrienta de los Ortega Murillo, asesina a Sandino.


En el Prólogo a la edición de 1978, dice Gregorio Selser: “Y se asesinará de nuevo a Zeledón, a Sandino, a Chamorro y a los miles de nicaragüenses que como ellos pagaron con su vida la pasión de patria y libertad.” Para reforzar su afirmación, cita un artículo de Pedro publicado en LA PRENSA, el 25 de febrero de 1965, titulado, QUIEREN OTRA VEZ MATAR A SANDINO: “Esto está pasando este año con Augusto César Sandino, auténtico héroe de nuestra patria, a quien mientras todo el país reconoce como el exponente más alto de su bravura y de su independencia en el siglo presente, tratan de matar de nuevo, quienes lo mataron físicamente”.

Al atardecer del lunes 9 de enero de 1978, hace más de 40 años, Pedro y yo coincidimos saliendo de nuestros despachos en LA PRENSA, y al despedirnos Pedro me dijo: “Nos vemos mañana”, día que por entrar de vacaciones ya tenía destinado para tomar unas fotografías en Diriamba, por lo que, antes de darle esta explicación, le respondí una frase que resultó premonitoria: “No hombre, mañana no nos vamos a ver.” Al día siguiente, martes 10 de enero de 1978, lo asesinaron y junto con él, aquella estirpe y la actual, siguen uniendo muertos, héroes y mártires al de 1934, con los de 1944, 1956, 1978, a los de todas las guerrillas contra las dinastías, y los que siguen hoy a los del 19 de abril de 2018. Siguen torturando, secuestrando y asesinando, como si no hubiera un mañana en que nos vamos a ver. Y lo hay y lo habrá para todos. Por eso es que aquí se inicia esta historia de estirpes sangrientas, con los seleccionados párrafos testimoniales de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal:

-“Y los custodios hicieron sentir sus culatas apresuradamente hasta que se abrió una gran puerta de madera enrejada con gruesas varillas de hierro que daba a una celda con camarotes repletos de gente. (Allí estaba toda Nicaragua). Las condiciones políticas del país de unos días antes, según el diario oficial, eran de absoluta paz, y las libertades públicas atravesaban una de sus mejores épocas. Era cierto que el domingo anterior una manifestación de 30,000 personas se había levantado en el pintoresco pueblo de Boaco, y todas las gargantas habían gritado: ¡BASTA YA!, significando el deseo unánime de hacer desistir al Presidente de su reelección…Viejos de 70 años, muchachos de toda edad, profesionales, políticos y gente que jamás había militado en partidos de oposición, unos a medio vestir, otros descalzos, y los demás en pijamas, habían sido arrancados de sus lechos para alimentar el creciente río de “chischiles” y vehículos militares que continuamente llegaban a las cárceles.

-“¿Quién sos vos…?—Pedro Joaquín Chamorro —dije yo. —Pasá por aquí, pues —repuso sonriendo y abriendo suavemente la puerta del “Cuarto de Costura”… Estaba cierto de que me iba a torturar. Y cuando uno estaba cierto de no poder evitarlo, tiene la misma sensación del enfermo que se encuentra ya en la sala de operaciones… Porque una cosa es contar que uno tuvo sed durante cuatro días, y otra cosa es sentir la sed durante apenas cinco horas… ¿Cómo definir el dolor…? ¿Cómo narrar lo que se siente cuando las fibras de los músculos distendidas por obra de los torturadores, se ponen como un hilo de alambre que vibra en el último espasmo de su continuidad…?... En ese lugar debía pasar yo los seis días más horribles de mi vida. Porque una cosa es contar que uno tuvo sed durante cuatro días, y otra cosa es sentir la sed durante apenas cinco horas; yo, por ejemplo, tuve sed y cansancio durante cinco días, y si ahora me dijeran que me van a privar de agua durante cinco horas, yo no sabría adivinar dónde está la tortura… Porque la tortura que aplican los Somoza va desde lo primitivo que busca únicamente la venganza y el solaz sádico en el sufrimiento ajeno, hasta lo científico que tiene ribetes de siquiatría diabólica… Yo era un hombre bajo amenaza y con la mente desquiciada por el constante suplicio… y sin embargo, no pude confesar lo que se pedía de mí”.

- “Estaba mi madre, estaba mi esposa y estaba mi primo. Me veían de cerca, pero increíblemente lejos, sus miradas semejaban una sorpresa que armonizaba perfectamente bien con la mía. Eran caras dignas y altivas, pero repletas de un cariño inexpresable. Habían dejado el dolor lejos, en el altar de la Virgen de la casa, lleno de veladoras, y llegaban allí desafiando todo para ver de cerca la injusticia y conocer otra vez la verdad que ya sabían. Mi madre no lloró y mi esposa tampoco”.

-“La perspectiva de saber una vez más de nuestras casas y de recibir un beso cariñoso, levantó el espíritu de todos durante el tiempo que duró el viaje. Fue un trayecto corto. Pero en su etapa final terminaron abruptamente las sonrisas y se oscurecieron las agradables perspectivas, porque cuando la camioneta llegó frente al cuartel del Campo de Marte (altos muros de piedra almenados de garitas con ametralladoras de trípode, largas avenidas de arena y edificios prefabricados de acero), vimos los alrededores repletos de gente que al descubrir la presencia de los presos, lanzó un alarido resonante y tremendo: –¡Asesinooos…! Y detrás del polvo que levantaba el vehículo, como en un eco nebuloso de voces heterogéneas, masas de hombres y mujeres vestidas de gala, como salvajes que danzan ante la víctima, portando cartelones y gritando en un barullo indescriptible: –¡Matémoslos, matemos a sus hijos, incendiemos sus casas, asesinooos! ¡De aquí no salen vivos…!”

-“LA LUCHA DEL FUTURO: A pesar de que del régimen de la Dinastía de Somoza parece haberse consolidado en Nicaragua, la reestructuración política de ese país, impulsada por fuerzas populares que siempre han mantenido la oposición a la dictadura está en marcha. Centenares de jóvenes luchan en la actualidad por hacer que su Patria se encauce en el sendero de la democracia y asuma los caracteres de una república, perdidos por el fenómeno dinástico de la sucesión hereditaria en el mando… Lograr el respeto de los derechos humanos del hombre, con la supresión de los encarcelamientos arbitrarios, los juicios ilegales, las policías represivas, las investigaciones y venganzas a base de torturas, el allanamiento de los domicilios, y los asesinatos… No puede concebirse la lucha del nicaragüense, sin tocar el punto de vista moral. Y ello se debe a que el poder de la tiranía de los Somoza se ha asentado principalmente en la corrupción del hombre. En este capítulo los gobernantes han escrito páginas verdaderamente increíbles, que van desde los sistemas sanguinarios y amorales que se relatan sucintamente en este libro, hasta las más inescrupulosas concepciones de lo que significa el negocio con los bienes del Estado y el aprovechamiento de los puestos públicos como oportunidad para enriquecerse… Por eso los nicaragüenses hemos resumido tanto la situación de desgracia en que se encuentra nuestra Patria, como la esperanza que tenemos acerca de su recuperación, en una sola frase: “NICARAGUA VOLVERÁ SER REPÚBLICA”.


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Luis Rocha Urtecho

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