PUBLICIDAD 1M

Vivir esta muerte a pedazos

Nunca manifestaron intención alguna, doña Violeta o don Enrique, en repetir la presidencia. Esa fue la gran lección en un país de aplazados en historia

Luis Rocha Urtecho

3 de octubre 2018

AA
Share

Este lunes la expresidenta de Nicaragua, doña Violeta Barrios de Chamorro, sufrió “un accidente cerebrovascular o embolia cerebral”, por el que tuvo que ser hospitalizada en cuidados intensivos. Son los mismos cuidados que ella aplicó con devoción, cuando fue maternal mandataria, a la Patria de Pedro, su marido, víctima permanente de los Somoza desde en el tiempo de la “Estirpe Sangrienta”. Antes de escribir estas líneas, anoche lunes 1° de octubre para ser exactos, estuve viendo en la CNN el programa en el que su conductor, Camilo Egaña, entrevista al joven presidente de Costa Rica,  Carlos Andrés Alvarado Quesada.

Como había pensado expresar mis reacciones alrededor de esa entrevista, lo haré ahora enriquecida esa admiración porque en ese camino de dignatarios ejemplares, es inolvidable  nuestra doña Violeta. Ambos únicos, por ser ella la primera mujer presidenta en nuestra historia americana, y en circunstancias más que difíciles, y por ser Carlos Alvarado el más joven presidente que ha dado Centroamérica, teniendo como vecino en Nicaragua al heredero de la “Estirpe Sangrienta” de los Somoza.


Lo que me interesa y añoro, es el ejemplo de paz y honradez que nos  legó doña Violeta a todos los centroamericanos. Esa asignatura aprobada, la democracia, con honores (en “tiempos del cólera”). Y lo que envidio, es la carrera democrática emprendida con tanto acierto y madurez, por don Carlos Alvarado. Y la envidio, sanamente, porque así quisiera que hoy fuera Nicaragua, y porque siento a nuestra patria cada vez más alejada de principios tan sólidos y audaces, como los de doña Violeta, y como los de don Carlos Alvarado.

Principios que son la antítesis de la codicia, la corrupción y el horror. Y lo que es peor, ese obsceno apego al poder característico de los tiranos, en Nicaragua también rechazado públicamente y a propósito del actual dictador, por el expresidente don Enrique Bolaños Geyer, máster en antireelección.

Nunca manifestaron intención alguna, doña Violeta o don Enrique, en repetir la presidencia. Esa fue la gran lección en un país de aplazados en historia. El país de los repetidores. En Costa Rica, don Carlos Alvarado, en un momento de la entrevista que le hace Camilo Egaña, con singular aplomo responde que al finalizar su periodo presidencial lo que más le gustaría es regresar a la llanura como un ser anónimo; circular conduciendo su carro, sin escoltas o guardaespaldas, y reunirse con sus amigos, en momentos propicios, en bares y restaurantes para departir con fraternidad y libertad. La libertad de no tener miedo, sino solo miedo a infundir miedo.

Don Carlos Alvarado se declara un ferviente admirador de Lincoln y de Mandela. El final teórico y práctico de la esclavitud y de la segregación racial. Pero Mandela nunca esperó una amnistía como la que pretende otorgar, fingiéndose magnánimo, el tirano de Nicaragua a sus innumerables encarcelados de cada día, aún a sabiendas que a los inocentes no se les puede otorgar amnistía, pues no existen delitos que olvidar, sino los delitos inolvidables que inventaron sus captores y torturadores.

Doña Coquito es una anciana criminalizada porque dio de beber a los sedientos. Hace poco, en otra de las marchas indefensas que siguen derrotando a las marchas tiránicas y escoltadas por la guardia imperial, doña Coquito fue capturada y con todo y sus 78 años tirada sobre la tina de una camioneta policial. Ante la vergüenza internacional, después de haber sido vejada en su edad y bondad infinita, fue liberada, no sin antes decir: “A mí no me manipula nadie”.

“Polito”, así llamado desde siempre como un título popularmente tan afectivo que supera los de arzobispo y cardenal, sobre las marchas ha dicho: “Sería lamentable que las manifestaciones pacíficas antigubernamentales se suspendieran por las medidas de presión ejercidas por la Policía para amedrentar a los ciudadanos que desean marchar para expresarle al Gobierno sus demandas.” Pero el Gobierno es lógicamente sordo. Es la lógica de la sordera que no escucha el inmenso clamor contra la perpetuación en el poder.

Don Carlos Alvarado en Costa Rica propicia el que se oigan las voces de su pueblo. El secreto consiste en escuchar y acatar el mandato de “el soberano”, y en señal de que escucha, dice: “Me ofende lo que le hace a su pueblo nuestro vecino (refiriéndose a nuestro dictador)…Un buen ejercicio de poder es aprender que es finito, y que hay que saber regresar a la llanura”, con la convicción de haber servido y no explotado al pueblo…” Permanecer en el poder, es una enfermedad.” A propósito de este tema, el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, en otra entrevista, citó a José Martí:  “A los pueblos que emigran, le sobran gobernantes”. Y apareció en pantalla la apabullante y desconsoladora imagen de miles de nicaragüenses emigrando a Costa Rica, donde son acogidos como costarricenses y como si don Carlos Alvarado fuera su gobernante. Y da, como dije, una envidia sana.

Si ese clima de paz se respirara en Nicaragua, podríamos decir que aquí se puede vivir. Lo que ocurre es que no nos dejan vivir. Pero doña Violeta, continuando la pedagogía del respeto al pueblo que le inculcara Pedro y ella ejerciera, no ha querido ser reelegida. No quiere que tengamos que vivir esta muerte, que nos recetan los tiranos, a pedazos, como ocurre ahora. Al lado de nuestra frontera un joven presidente no puede comprender esta muerte por decretos. Nosotros tampoco, pero doña Violeta, don Enrique y don Carlos, nos están enseñando que vivir es un derecho, y que es justo, necesario y posible.


PUBLICIDAD 3M


Tu aporte nos permite informar desde el exilio.

La dictadura nos obligó a salir de Nicaragua y pretende censurarnos. Tu aporte económico garantiza nuestra cobertura en un sitio web abierto y gratuito, sin muros de pago.



Luis Rocha Urtecho

PUBLICIDAD 3D


Crean centro para Laureano y Camila Ortega Murillo en antiguo museo Juan Pablo II