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Una justa reivindicación

La democracia política era suplantada por la democracia del consumo, todos tendríamos por fin acceso al reino de la abundancia

La democracia política era suplantada por la democracia del consumo

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Nuevamente vuelve a plantearse uno de los más grandes absurdos de la sociedad del espectáculo. Desde distintos ámbitos ha venido cuestionándose la inversión de valores que vivimos. El reclamo proviene de las graderías de los científicos. La atención y valoración desmesurada de los jugadores de fútbol o tenis y la opacidad en que viven sumergidos quienes mantienen con vida a millones de personas, luego del zarpazo mortal de la covid-19, constituye una prueba contundente que el mundo viaja patas arriba. El glamur está reservado para quienes realizan distintas prácticas deportivas y artísticas.

Era de esperarse que los primeros llamados de atención proviniesen de los filósofos. En la historia de la humanidad, nadie mejor para evidenciar las grandes transformaciones de la sociedad contemporánea. El francés Guy Debord fue sumamente agudo en develar los entretelones del quiebre histórico al que nos precipitábamos. La mercancía colonizaba por completo nuestra vida social. Todo lo vivido se convertía en simple representación. El ser era subsumido por el tener y tener por simplemente aparentar. Braudillard diría después lo mismo. La publicidad cumplía con éxito su labor de afianzar el mercado.


La democracia política era suplantada por la democracia del consumo, todos tendríamos por fin acceso al reino de la abundancia. El consumo se transformaba en una poderosa máquina niveladora de las aspiraciones humanas. El brote epidémico inundó todos los rincones. La peste del consumo conquistó mentes y corazones. Consumir nos volvía iguales. A la par, todo terminaría convirtiéndose en espectáculo. El país que mejor estaba preparado para marcar rutas y destinos, era Estados Unidos. En un santiamén se erigió en rector de todo aquello a cuanto aspiraban los seres humanos. Su eje motor.

En la sociedad estadounidense todo es espectáculo, no solo el fútbol americano y los juegos de béisbol de las grandes ligas. De los diferentes calificativos para caracterizar el nuevo estadio al que se asomaba Estados Unidos —sus valores se irradiaban por todo el universo a la velocidad de la luz— lo más atinado fue llamar a sus manifestaciones deportivas y artísticas como “Big Show”. Calzaba como anillo al dedo. Fundaron Las Vegas como ciudad-espectáculo. Una réplica abigarrada de diversos estilos arquitectónicos. Se levantaron monumentos-copias de los ya existentes en otros países.

Lo más osado en esta cruzada fue hacer de la política un gigantesco espectáculo. Banderines con los colores de la Coca y Pepsi Cola, inundaban los podios. Nada más parecido al entramado de los conciertos escenificados por estrellas rutilantes —Madonna, J Lo, Beyoncé, Rihanna, Britney Spears, Lady Gaga, Miley Cyrus, etc.— que la proclamación de los candidatos de los dos partidos políticos tradicionales, demócrata y republicano. Las elecciones en Estados Unidos, algunos la llaman americanización de la política, una actividad muy parecida a las peleas de artes marciales mixtas. Todo vale.

La cantante estadounidense Madonna, durante un espectáculo. Foto: Tomada de internet

¿Qué espectáculo más deprimente y aterrador que la toma del Capitolio, sede de las cámaras de representantes y del senado? El planeta quedó pasmado. Las estaciones televisivas daban a conocer algo inaudito e inesperado. La ambición política arrastraba al país a convertirse en símil de cualquier república bananera. La asonada demolió de forma brutal una conducta ejemplar. Los medios —que todo lo pueden— difícilmente podrán ofrecer un borrón de páginas. Su gran auspiciador, según investigaciones en marcha, Donald Trump, el genio de la telerealidad, concibe la política como espectáculo.

Luego vendría Giovanni Sartori a dolerse de la caída en picada de los valores que apuntalaban a las democracias liberales. Subieron al pedestal a futbolistas y beisbolistas, ofreciéndoles pagas inimaginables. La oración fúnebre de Sartori fue un canto desesperado. Pensaba que ya no quedaba tiempo para enmendar el traspiés. No concebía los extremos a los que se había llegado en la sociedad contemporánea. Se dolía —igual que lo hace Katalin Karikó— que quienes ofrecen sus mejores luces para el bienestar de la humanidad, quedarán relegados a un tercer o cuarto plano. Una gran contradicción.

Suscribiendo la misma línea de razonamiento de Guy Debord, el italiano, a quien se deben aportes sustantivos para la convivencia democrática, llegó a la conclusión que el homo sapiens había sido desplazado por el homo videns. Una constatación justa e implacable. El debilitamiento del pensamiento hizo posible la aparición de un nuevo ser entregado a la banalidad y el divertimento. El ascenso y los usos de la televisión habían sido demoledores. Sartori concluía apesarado, que la caja mágica no era lo más adecuado para hacer política, como tampoco lo era para el ciudadano. ¿Un mal irreversible?

La doble pérdida de privacidad —entregada a la televisión a través de los Reality Show y las redes sociales— continúa provocando estragos. Los más alegres y divertidos son los estrategas y espías político-militares. Con el uso exponencial de las tecnologías de la información y comunicación, vamos dejando un reguero de pistas sobre la nube. Por mucho que el premio Nobel de Literatura, J. M. Coetzee, se oponga a estas aberraciones, el acceso a nuestra intimidad está al alcance de quienes se pasan la vida espiando al prójimo. Los operadores de Pegasus siguen dándose un festín. Son insaciables.

Los dueños del espectáculo televisivo gozaron ante la difusión a escala global, del diferendo entre Amber Heard y Johnny Deep. Los ratings, único Dios en el que creen, era previsible que crecieran. Todas las miserias salieron a flote. Millones de personas siguieron el juicio auxiliándose de las redes. Un tribunal ad hoc emitía resoluciones a diario. Se babeaban esperando el seguimiento del encontronazo. Después el santo oficio emitía su parecer. Algo a lo que tanto temían Alvin y Heidi Toffler. Los medios y sobre todo las redes, tienen capacidad para poner al rojo vivo nuestros sentimientos.

En la Nicaragua natal, miles de usuarios de las redes, se refocilaron con las filtraciones de unos videos de la joven Salma Flores. Fue increíble que las mujeres fuesen las más severas. Esperaba solidaridad de su parte. Un golpe artero propinado por apasionados voyeristas. Jamás reflexionaron acerca de las consecuencias adversas que tendrían. Marcarían su vida. Ojalá no sea para siempre. A los fisgones se los tragó el espectáculo. No hubo piedad ni condescendencia. Se mostraban insatisfechos. Salma fue crucificada. Su infortunio produjo varias lecciones. Las jóvenes sabrán aprovecharlas.

Igual ocurre con el desencuentro amoroso entre Shakira y Piqué. Los seres humanos gozan de la tragedia humana. Especialmente cuando no es la suya. Así como ganan millones y son idolatrados por sus fanáticos (nunca esta palabra ha tenido mejor uso), quedan expuestos a su humor. Algunos podrían decir que esta es la razón para ser convertidos en piezas de cacería, por los mismos que los elevaron al pináculo. Sus adoradores se encargan de bajarlos del pedestal. Entre más se prolongue la desventura de Shakira y Piqué, mayores dividendos. El espectáculo paga. Otros sufren las secuelas.

La científica Katalin Karikó, considerada "la madre" de la vacuna contra la covid-19. Foto: Efe

La húngara, Katalin Karikó, se duele que los jugadores de fútbol sean conocidos, no así las personas que mantienen a salvo el planeta. Karikó, científica muy influyente, favorita para ganar el premio Nobel de Bioquímica, lamenta que puedan “nombrar a todos los jugadores de fútbol y de tenis, pero no a las personas que les salvan la vida. Cuando toman sus pastillas cada mañana, ¿por qué no se preguntan quién las creó?”. Un reproche sensato. Karikó, una de las inventoras de la vacuna contra el covid-19, es una desconocida. Optimista, piensa que muchas personas desean saber quiénes son y qué hacen los científicos.

¿Existe posibilidad de cambiar la tabla de valores? Karikó atribuye las fallas al sistema educativo. Muestra poco entusiasmo por ofrecer a los alumnos un listado de científicos relevantes. Sus grandes aciertos. Con el predomino de las redes y medios tradicionales, mientras no exista una verdadera conjunción de intereses con el sistema educativo, va resultar difícil, cuando no imposible, revertir esta inequidad. El posmodernismo continúa galopando exitoso. Su simpleza resulta estremecedora y apabullante: con un presente hecho mierda y un futuro incierto. ¡Vivan las fiestas! ¿Qué hacer entonces?

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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