9 de marzo 2024
Que el Tribunal Supremo de Justicia de Estados Unidos haya autorizado la participación electoral de Donald Trump en las próximas elecciones de ese país es, en sí misma, una derrota para el sistema democrático institucional que ha perdurado allí a lo largo de mucho tiempo. Trump demostró claramente su voluntad de conspirar para desconocer los resultados de las pasadas elecciones generales siendo aún presidente en el ejercicio de su cargo y utilizando sus prerrogativas presidenciales. No le importó para nada el debido respeto al sistema institucional, pero al Tribunal Supremo eso lo tiene sin cuidado.
Trump ha sido, además, un persistente evasor de impuestos y un acosador sexual acusado varias veces. No le gusta jugar con las reglas del juego imperantes. Es, en definitiva, un hombre que no quiere saber nada con la democracia, más que para manipular las instituciones a su manera e imponer su propia voluntad en su propio beneficio. Es de los que pasan por encima y arrasan con los límites institucionales, sin importar el daño profundo que puede causar a la convivencia pacífica de la sociedad norteamericana.
El presidente Biden, por su parte, recibió un voto castigo en el recién pasado supermartes. Ganó la nominación en las primarias de su partido en una importante cantidad de Estados, pero muchas boletas fueron depositadas en blanco, presuntamente por su apoyo a Israel en el genocidio contra los habitantes de Gaza. Menudo problema, es una telaraña de la que le resultará difícil salir airoso. Si asume la posición de parte de su electorado, pagará un costo en su relación con Israel y el capital judío en los Estados Unidos. Si continúa apoyando a Israel, corre el riesgo de que una parte de sus electores le retiren cada vez más su apoyo y eso lo dejaría más vulnerable frente a Trump.
El pasado domingo, la vicepresidenta Kamala Harris pidió que el alto al fuego temporal en Gaza, de seis semanas, que están negociando Israel y Palestina, se implemente de inmediato. Pero este gesto no fue suficiente para evitar el voto castigo. Lo único que puede salvar a Biden del riesgo de una derrota es que esos electores vean la real amenaza que podría significar Trump y dejen en segundo plano, al menos el día de las votaciones, sus banderas contra el genocidio. Pero eso parece también difícil porque el genocidio continúa.
La fragilidad de las instituciones democráticas en la historia se ha aprovechado por líderes populistas que llegan al poder a poner orden por la vía de la fuerza. Todo depende de qué tanto las instituciones resuelven o buscan resolver realmente las demandas y necesidades ciudadanas y si juegan o no de forma efectiva el rol para el que fueron diseñadas. Si las instituciones no son eficientes para las necesidades ciudadanas, lo que se requiere es que se fortalezcan para cumplir su rol de forma eficiente, de lo contrario es muy probable que un “iluminado” populista como Trump encuentre mucha aceptación entre los electores y que se cuele por ahí un proyecto de control total del poder y de refundación de las reglas del juego institucional.
Pero Estados Unidos parece ser un país en donde la fortaleza institucional aún juega un rol muy importante y que goza del respeto de una mayoría de personas. Al menos eso pareció quedar demostrado al fracasar las maniobras de Trump para desconocer los resultados de las pasadas elecciones generales.
En este momento, todo es una incertidumbre, pero la humanidad seguramente agradecería que Trump no regrese al poder. Si Trump gana las elecciones, sería una fuerte amenaza no solamente para la estabilidad interna de Estados Unidos sino también para la estabilidad del planeta entero.