2 de diciembre 2022
El espectacular derrumbe de FTX, criptoimperio de $32.000 millones del “niño prodigio” Sam Bankman‑Fried, parece encaminado a convertirse en una de las grandes debacles financieras de la historia. Con una trama llena de famosos, políticos, sexo y drogas, los productores de películas y documentales tienen el futuro asegurado. Pero parafraseando a Mark Twain, si hablamos de las criptomonedas en sí, los rumores acerca de su muerte son muy exagerados.
Es verdad que la pérdida de confianza en las “plataformas de intercambio”, como FTX (que en esencia son intermediarios financieros para las criptomonedas), augura una firme depreciación de los activos subyacentes. La inmensa mayoría de las transacciones con bitcoines se hacen “fuera de cadena” en esas plataformas, no en la cadena de bloques de la tecnología Bitcoin en sí. Las plataformas actúan como intermediarias financieras, que son mucho más convenientes, están al alcance de usuarios sin grandes conocimientos técnicos y no consumen tanta energía.
El surgimiento de las plataformas de intercambio fue un importante factor en la valorización de las criptomonedas, y medidas de regulación estrictas provocarán pérdida de valor de los tókenes subyacentes. No extraña entonces que los precios del bitcoin y el ether se derrumbaran.
Pero un mero ajuste de precios no es el fin del mundo. La pregunta pertinente es si el lobby cripto podrá contener el daño. Y, hasta ahora, el uso que han hecho del dinero es elocuente: en Estados Unidos, Bankman‑Fried donó $40 millones al Partido Demócrata y Ryan Salame (también de FTX) dio $23 millones a los republicanos. Tanta generosidad ayudó sin duda a convencer a los reguladores en todo el mundo de adoptar una actitud de “esperar y ver” antes de regular las criptomonedas (para que no sean vistos como obstáculos a la innovación). Pues bien, ya han esperado; tras el derrumbe de FTX, solo resta pedir que hayan visto.
Pero ¿qué decisión tomarán? Lo más probable es que introduzcan mejoras en la regulación de las plataformas de intercambio centralizadas (empresas que ayudan a la gente a conservar y comerciar criptomonedas “fuera de cadena”). Sin importar lo que uno piense sobre el futuro de las criptos, resulta asombroso que intermediarios financieros cuyo valor asciende a varios miles de millones de dólares estén exentos de los requisitos de contabilidad usuales.
Por supuesto que para las empresas habrá costos de cumplimiento normativo, pero una regulación eficaz puede restaurar la confianza, y eso beneficiará a las firmas honestas (que sin duda son la mayoría, por lo menos en términos de volumen agregado).
Incluso puede ocurrir que el aumento de la confianza en las plataformas que quedan lleve a una apreciación de las criptomonedas, aunque mucho dependerá del efecto que sobre la demanda tengan las exigencias regulatorias, en particular lo referido a la identificación de los participantes.
No hay que olvidar que las principales transacciones con criptomonedas tal vez sean remesas de países ricos a economías en desarrollo y emergentes, y fuga de capitales en la otra dirección. En ambos casos, el deseo de los participantes de evitar controles e impuestos confiere más valor al anonimato.
Por otra parte, Vitalik Buterin, cofundador de la cadena de bloques Ethereum y uno de los pensadores más influyentes de la industria cripto, dice que la enseñanza real del derrumbe de FTX es que las criptomonedas tienen que volver a sus raíces descentralizadas. Aunque plataformas centralizadas como FTX facilitan la posesión y compraventa de criptomonedas, el costo implícito es que abren la puerta a la corrupción gerencial (como en cualquier firma financiera convencional). La descentralización suele aumentar la vulnerabilidad a ataques, pero hasta ahora las mayores criptomonedas, como el bitcoin y el ether, muestran resiliencia.
El problema de solo tener plataformas de intercambio descentralizadas es su ineficiencia en comparación con, por ejemplo, Visa y Mastercard, o con las transacciones bancarias normales en las economías avanzadas. Plataformas centralizadas como FTX democratizaron el ámbito cripto y permitieron a gente común, sin conocimientos técnicos, invertir y hacer transacciones con criptomonedas.
No es imposible que con el tiempo se encuentren modos de replicar las ventajas de las plataformas centralizadas en materia de velocidad y costo. Pero como no parece que vaya a suceder en un futuro cercano, cuesta imaginar por qué alguien que no se dedique a la evasión impositiva o regulatoria (por no hablar de actividades delictivas) querría usar las criptos, algo en lo que vengo insistiendo hace mucho.
Tal vez los reguladores deberían tratar de que se llegue a un equilibrio descentralizado, obligando a las plataformas a conocer la identidad de cualquier entidad con la que hagan transacciones, incluso en la cadena de bloques. Puede parecer una medida inofensiva, pero dificultaría en gran medida hacer transacciones en la cadena de bloques anónima en representación de los clientes de las plataformas.
Es verdad que existen alternativas basadas en el “análisis de cadena” que permiten hacer un examen algorítmico de los ingresos y egresos de una billetera (cuenta) de bitcoines y, en algunos casos, revelar la identidad subyacente, pero si esto bastara y pudiera eliminarse hasta el último vestigio de anonimato, cuesta imaginar de qué manera las criptos podrían competir con otras opciones de intermediación financiera más eficientes.
Finalmente, en vez de prohibir a los intermediarios, puede ocurrir que muchos países apelen a la prohibición lisa y llana de toda transacción con criptomonedas (como ya han hecho China y un puñado de economías en desarrollo). Ilegalizar el bitcoin, el ether y otras criptomonedas en general no evitará todas las transacciones, pero sin duda pondrá límites al sistema.
El mero hecho de que China sea uno de los primeros países en hacerlo no implica que sea un error, sobre todo cuando uno sospecha que la mayor parte de las transacciones involucra evasión impositiva o actividades delictivas (como sucede con los billetes de alta denominación como el de cien dólares).
Es probable que con el tiempo muchos otros países sigan el ejemplo de China. Pero no es de esperar que el actor más importante, los Estados Unidos, cuya regulación en el área de las criptomonedas es débil y fragmentaria, introduzca grandes cambios en un futuro cercano. Tal vez FTX sea el mayor escándalo de las criptos hasta el momento; lamentablemente, no parece que vaya a ser el último.
Kenneth Rogoff, ex economista principal del Fondo Monetario Internacional, es profesor de Economía y Políticas Públicas en Harvard.
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