4 de agosto 2020
Entre quienes desde el periodismo son críticos del capitalismo, e igual entre quienes hacen críticas desde la prensa capitalista a la prensa socialista, o de ideas similares al socialismo, no se suele ser muy comedidos en los términos utilizados unos contra otros, cuando critican mutuamente su respectivo estilo de periodismo.
En términos reales, eso significa practicar el sectarismo ideológico y, muy pocas veces (pienso que nunca) se nos ocurre fundamentar nuestras críticas al periodismo en general, porque se parte del criterio sectario de que lo malo es cosa del otro.
Hacemos de “nuestra verdad” el muro donde deberá estrellarse la “mentira” enemiga y, cada quién por su lado, se autosatisface con haber “destripado” a puros calificativos al otro. Conste, que no he renunciado a mis convicciones –además, nunca lo he pensado—, sino reconociendo un hecho generalizado. La autocrítica es la única forma sincera que existe para justificar la crítica a los otros, pues de lo contrario carece de valor. Sin embargo, resulta casi imposible reconocerlo y aceptarlo.
No se trata de golpearse el pecho y renunciar a ser crítico, sino de reconocer el derecho a serlo y reivindicarlo siempre y cuando haya motivos, y pueda demostrarse con los hechos. Si me dispensan la vanidad, solo trato de ser honesto conmigo y con quienes me hacen el favor de leerme, cualquiera sea la opinión que se hagan de su lectura. Trataré de explicar en qué consiste ser sectario en el periodismo.
Cuando alguien considerado de izquierda –al margen de la heterogeneidad del concepto— pretende hacer la crítica a un medio de comunicación anticomunista, saltan fáciles los adjetivos de “vendidos al imperialismo”, o “agentes de la CIA”.
¿El motivo? El motivo lo da, pero no lo justifica, la identidad de su agenda informativa y su lenguaje coincidente con el de los funcionarios que dirigen la política exterior del Gobierno de los Estados Unidos.
Pero, con eso, se mata la posibilidad de que las similitudes de esa prensa con la geopolítica norteamericana injerencista y agresora pudiera ser espontánea e independiente, pues previamente se hace un juicio condenatorio. Cuando se acepta esa acusación como un hecho real, se está negando o desconociendo que, entre ese medio de comunicación (o el periodista) también puede haber una coincidencia ideológica y de intereses políticos, sin que necesariamente medie la compra-venta de opiniones.
El sectarismo no solo niega esa última posibilidad, sino que tampoco permite pensar en nada que no sea su verdad absoluta, es decir: suponer que no existe ni puede existir otra relación posible entre la prensa y los periodistas pronorteamiercanos que no sea una relación económica.
Una opinión así, sellada a cal y canto, favorece los intereses norteamericanos, porque: 1) en su defensa, ese medio de comunicación o el periodista tendrá una reacción afirmativa de sus prejuicios ideológicos anticomunistas, y 2) sirve de mampara “democrática” a quienes realmente puedan estar comprometidos mediante dinero con la geopolítica estadounidense.
De esa realidad resulta una mezcolanza de intereses muy difíciles de identificar individualmente, lo que permite el camuflaje de los agentes del poder estadounidense por intereses monetarios, con los agentes del poder por tener coincidencia ideológica espontáneas. También puede haber la fusión de los dos tipos de agentes del poder en el periodismo. Esta es otra realidad.
(Antes de continuar, necesario es aclarar el concepto de agentes del poder, propia del profesor de periodismo estadounidense, J. Herbert Altschull: los agentes del poder no son quienes “realizan actos que puedan producir efectos jurídicos” a favor del poder político de alguien o de un gobierno en particular, sino a quienes “obran y tienen virtud de obrar” a favor de un sistema político o de la sociedad)
¿Cuál es el resultado en la práctica del sectarismo desde la otra acera ideológica, de la derecha?
Exactamente igual de sectaria que la otra, pero de sentido contrario: se juzga a la prensa y a los periodistas anticapitalistas de agentes del “castrochavismo” (antes eran “de Moscú”) y portavoces de las ideas “antidemocráticas”, de movimientos, partidos o países “enemigos de la democracia y la libertad”. Esto es de lo más barato que se puede encontrar en su mercado ideológico.
Repasemos en breve algunos ejemplos de cómo la mayoría de los medios de comunicación locales enfocan algunos conflictos del momento:
- Las indignadas protestas ciudadanas en los Estados Unidos en contra la discriminación racial y la represión policial que reciben, fueron objeto de noticias solo los primeros días después del asesinato de George Floyd, pero con sordina. Dos meses después, allá el conflicto racial aún insoluble no cesa, pero aquí, casi lo han cesado en los medios de comunicación.
- La pandemia del coronavirus que tiene su mayor nivel de mortalidad en los Estados Unidos, vino en auxilio de ese periodismo, porque la pandemia es universal y les ha permitido disimular la sordina respecto al conflicto racial, aunque la gravedad de la pandemia en Estados Unidos la atenúan en relación a lo grave que realmente es, muy diferente de como la reflejan la mayoría de los medios de prensa internacionales.
- El otro enfoque periodístico internacional prioritario de nuestros medios, lo hacen –casi sin variar— desde la óptica de la geopolítica de los Estados Unidos, y con fidelidad a las declaraciones de sus funcionarios, comenzando con Donald Trump y Mike Pompeo, y las noticias son generadas en los Estados Unidos, en su orden: por sus agentes políticos, expresidentes afines y las agencias de prensa estadounidenses.
- En lo interno, los medios de comunicación independientes se destacan por su audacia, valentía y la veracidad en el enfoque de la crisis nacional, y en su función de portavoces de las denuncias y opiniones populares en su enfrentamiento a la dictadura Ortega-Murillo y los crímenes de sus testaferros. Este el lado “bueno” de nuestro periodismo (el Míster Jekill). El lado “malo” (el Míster Hide), es el que sigue:
- Dentro de la batalla antidictatorial hay un matiz inseparable de la histórica nacional, el cual tiene que ver con la presencia, influencia e injerencia políticas de los Estados Unidos. ¿Cómo trata ese matiz nuestra prensa? En primer lugar, ignorándolo (y en casos extremos negándolo o justificándolo); y en segundo lugar, ligando la suerte de nuestra lucha por los derechos democráticos y las libertados confiscadas por la dictadura, a las decisiones del Gobierno de los Estados Unidos. Es frecuente leer o escuchar que ese país, y por ende su Gobierno, está “empeñado en ayudarnos a rescatar la democracia”. Hay otros argumentos parecidos que aparecen en la información, las entrevistas de sus políticos preferidos, en las opiniones de sus colaboradores y en sus editoriales.
No es necesario rasgar la historia, para resaltar esa falacia. Basta pensar en las respuestas que ella misma nos da a estas preguntas:
¿Cuál fue la “democracia” que los marines nos trajeron en 1912 (las injerencias previas, se las obsequio)? ¿Qué clase de “demócratas” nos recetó como presidentes el Departamento de Estado, entre 1912-1936? ¿Cuál “democracia” nos rescató entre 1936 y 1979? ¿Fue plena y soberana la “democracia” ñoña de los civiles de los noventa, que acunó a un gobernante corrupto y pactista, precursor de la actual dictadura?
Solo quise demostrar la falacia de la “democracia” que esperan algunos, de donde nunca nos ha venido ni vendrá. Hay que hacerla aquí y con los nicaragüenses no sectarios como agentes del patriotismo.