23 de febrero 2016
Una peculiaridad del libro de Alejandro Bendaña, es no ser una versión más de las hazañas patrióticas de Augusto Calderón Sandino, en contra del invasor extranjero. Con su investigación, penetra en el oleoso reino de las ideas políticas y sus contradicciones, en donde Sandino nutrió su pensamiento para con construir su visión sobre la lucha anti-imperialista en Nicaragua y en América Latina.
La estancia y actividad laboral de Sandino en México, investigadas por Bendaña, resaltan su condición de proletario, y no la de un “artesano, como se dice en este país”, según se auto definió el héroe. Fue un proletario, como lo es todo trabajador que vende su fuerza de trabajo bajo las leyes del sistema capitalista, un desposeído, distinto al artesano de cualquier época y lugar, dueño de sus herramientas y del producto de su trabajo. Carlos Fonseca Amador, le llamó “guerrillero proletario”, y “obrero de origen campesino”.
Con el libro de Alejandro nos aclaramos sobre ese asunto: Sandino fue proletario en la industria petrolera y minera, un obrero industrial, no un obrero artesano; este adjetivo no correspondía a su verdadera condición social, pues él era un pequeño comerciante. De su condición proletaria le nacieron a Sandino sus convicciones de clase, aunque no llegara a desarrollar una conciencia de clase, según la interpretación marxista del concepto.
Esta afirmación parece ortodoxa, pero no es, pues lo digo en razón de que los avatares ideológicos en los que Sandino se vio inmerso durante su permanencia en el México de los años veinte, se lo impidieron. Y porque se puede ser un proletario, y no adquirir de forma automática una conciencia de clase plena, y actuar en consecuencia.
Ese no es un fenómeno individual, eso les sucede a los trabajadores de todo el mundo, quienes se incorporan a la lucha contra la injusticia social por ser sus víctimas, pero pueden no llegar a tener conciencia clara acerca del origen de esa injusticia, de cómo funcionan las leyes económicas y sociales que la hacen posible ni cómo ponerle fin a ese sistema social. De acuerdo a los clásicos del marxismo, en ese estado, los trabajadores son parte de una “clase en sí, pero no de una clase para sí”. Recordemos que hay sindicatos cuyos líderes no orientan la lucha más allá de las conquistas laborales inmediatas y hasta se convierten en defensores del sistema.
Sandino no fue defensor del capitalismo, ni cosa parecida, pero sus concepciones políticas y su proyecto social no iban dirigidos a cambiar las estructuras del sistema social imperante. Su ideal era tener una patria libre, independiente y por ello anti imperialista; progresista, democrática y por ello anti oligárquica, y en materia de reivindicación social, lo más avanzado que concibió fue el proyecto de las cooperativas campesinas para después que lograra la expulsión de las tropas extranjeras.
En torno a Sandino y su movimiento hubo distorsiones. Mientras el imperialismo y sus portavoces lo acusaban de comunista, los de la Tercera Internacional Comunista le restaron importancia porque no tenía un partido con programa socialista, y los comunistas mexicanos degeneraron en críticas y calumnias en su contra. Pero si Sandino hubiese tenido un partido con un programa socialista y pensado en imponerlo en las condiciones de atraso absoluto de la sociedad nicaragüense de entonces, más que un infantilismo, hubiese sido una aberración política.
Con el libro de Alejandro, podemos imaginar cuán complejas, caóticas y enmarañadas fueron las contradicciones entre las corrientes ideológicas en el México donde a Sandino le tocó vivir, las que iban desde el anarcosindicalismo, hasta el estalinismo, pasando por el trotskismo, el aprismo, el espiritismo, etcétera. Toda una atrofiante marea ideológica, donde el marxismo de Marx –si se puede decir así—, tenía expresiones caricaturescas en la mayoría de los partidos comunistas de la Tercera Internacional. Incluso, el fenómeno de un marxismo sin Marx, comenzó en la URSS, con la muerte de Lenin y la ascensión de Stalin.
Cuando digo que Sandino no adquirió una auténtica conciencia de clase en el sentido marxista, de ninguna manera debe interpretarse como un menosprecio a su pensamiento. Cabe recordar que “no se concibe por separado el yo de su entorno”, y a tono con esta filosofía, es obligado reconocer que el movimiento sandinista sufrió –igual que el movimiento obrero—, las limitaciones de su entorno histórico. Ese entorno histórico, fue el sistema heredado del colonialismo español, prevaleciente en Nicaragua desde 1821, hasta principios del Siglo XX, cuando la invasión norteamericana vino con su recién adquirido carácter imperialista, y nuestro país, aún no había salido de su etapa pre capitalista.
Recordemos que Sandino vivió solo por un muy corto tiempo bajo la explotación imperialista petrolera en México y otro tiempo, aún más corto, lo vivió en Nicaragua en una explotación minera. En México conoció un imperialismo en desarrollo y en Nicaragua lo conoció como enclave semi colonial en las minas de oro y las compañías madereras norteamericanas. Aquellas circunstancias afectaron a Sandino, a la sociedad y en particular a los trabajadores.
Prevalecía una contradicción histórica: al mismo tiempo que se crearon las condiciones para las luchas sociales, esas mismas condiciones limitaban su desarrollo. En Sandino esas limitaciones se reflejaron en su lucha guerrillera exclusivamente campesina, y en los trabajadores urbanos se reflejaron en su pobre organización sindical. Además, no hubo unidad entre ambos movimientos: a Sandino le faltó el apoyo franco y decidido del sindicalismo urbano, y no todos sus líderes comprendieron la trascendencia de la lucha de Sandino.
Esas circunstancias de la realidad nicaragüense de entre los años 1927 y 1934, no han sido bien estudiadas, pero se ha llegado al colmo de acusar de “somocista” a todo el movimiento obrero de esa época por no haber apoyado la guerrilla de Sandino. Esa es falsificación histórica por ignorancia y por mala intención.
No se ha comprendido que un recién nacido movimiento sindical, apenas estaba dejando atrás el mutualismo, la más elemental forma de organización, no podía constituirse en apoyo fundamental de la lucha guerrillera de Sandino.
Sin embargo, en la V Conferencia del Trabajo en Washington, 1927, los delegados de la Federación Obrera Nicaragüense denunciaron el bombardeo aéreo contra Ocotal y condenaron la intervención militar norteamericana. En 1928, del recién nacido movimiento sindical, surgieron quienes organizaron un grupo político que proclamó públicamente su oposición a la farsa electoral montada por la intervención extranjera, y a favor de la lucha sandinista.
En 1931, en plena lucha guerrillera sandinista, y el movimiento obrero en crecimiento, se organizó el Partido Trabajador Nicaragüense, que tampoco fue ajeno a las acciones guerrilleras, aunque tan solo fuera a través de proclamas públicas. Y en ese momento histórico, ocurrió un hecho perjudicial para toda expresión patriótica: Sandino fue asesinado. Después vinieron las agresiones al movimiento obrero de parte del emergente dictador y asesino del héroe, Anastasio Somoza García. Así como sectores oligárquicos justificaron ese crimen e impusieron el silencio sobre Sandino, los medios silenciaron la represión contra la clase obrera, víctimas de los mismos intereses imperialistas.
Somoza García también utilizó el soborno, el halago y la confusión ideológica contra el Partido Trabajador, con lo cual influyó en la frustración del único encuentro físico que se intentó efectuar entre el general Sandino y una delegación del PTN, en días anteriores a su asesinato. Cinco años después, el PTN se disolvió, víctima de las contradicciones internas alimentadas por Somoza, utilizando a sus agentes políticos. Pero Somoza no pudo convencer a todos sus dirigentes ni logró matar la idea de llegar a tener una organización partidaria independiente, igual que no pudo impedir el renacimiento de la lucha sandinista con el FSLN.
El resto de esta historia, es conocido, aunque no siempre bien interpretado, menos ahora, cuando se produce la paradoja más escandalosa: mientras se utiliza el nombre de Sandino –quien nunca quiso ser presidente ni deseó un palmo de tierra para su sepultura—, algunos hacen todo para no abandonar el poder y se enriquecen a la sombra del Estado.
(Texto leído en el Auditorio PAC de Hispamer, viernes 19/02/16)
Cronología imperial (*)
1944.- Ante la presión del secretario de Estado gringo Cordell Hull, Pedro P. Ramírez rompe con los países del Eje; es desalojado del poder, y asume la presidencia el general Edelmiro J. Farrel, y como vicepresidente, ministro de Guerra y secretario del Trabajo y Previsión Social, el coronel Juan Domingo Perón, quien daría mucho que hablar mucho en los años siguiente, y cuya influencia todavía sigue marcando la vida política de la república Argentina.
(Continuará)
(*) Resumida de Guía del Tercer Mundo-86.
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