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Restos de Lenin en la era de Putin

El Kremlin ha reiterado tanto, en estos dos años, la hipérbole de que Lenin fue el “inventor” de una Ucrania independiente

Vista de una estatua de Lenin en el exterior de su mausoleo en Moscú. Foto: EFE/Ignacio Ortega

Rafael Rojas

21 de enero 2024

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Desde 2017, cuando se cumplió el centenario de la revolución bolchevique, en Rusia crecen las demandas de enterramiento de la momia de Lenin y clausura o readecuación del mausoleo de la Plaza Roja. De tanto en tanto, esas demandas se ven potenciadas por declaraciones de patriarcas de la Iglesia ortodoxa y del propio Vladímir Putin, que no ocultan su desprecio por Lenin.

El centenario de la muerte de quien Bertolt Brecht llamara el “indetenible” y el “indispensable” pasará sin pena ni gloria en una Rusia cada vez más divorciada de las ideas del líder bolchevique. Generalmente, el desinterés y el rechazo al leninismo se asocia con el avance de la globalización capitalista. Pero esta explicación, además de chocar con las propias ideas de Lenin, no funciona en el caso ruso.


El antileninismo de Putin y su proyecto político es, como ha argumentado Timothy Snyder, tan profundo porque el putinismo propone cerrar para siempre la ruta abierta por la revolución bolchevique en varios sentidos. Me concentraré en uno solo de esos sentidos, que en apariencia, puede resultar contradictorio: el de la autodeterminación nacional.

Es sabido que Lenin defendió, hasta su muerte, una idea mundial de la revolución proletaria. Nunca habría pasado por la cabeza del líder bolchevique la aspiración al “socialismo en un solo país” que, de diferentes maneras, fue puesta en práctica por casi todos los otros dirigentes comunistas del siglo XX: Stalin, Mao, Castro…

Sin embargo, Lenin, en una posición intermedia entre otros socialistas de su generación Karl Kautsky y Rosa Luxemburgo, dio con una fórmula para la autodeterminación de las nacionalidades, en la transición del capitalismo al socialismo, que sería de enorme valor para la construcción de la federación soviética.

Los escritos de Lenin sobre la “cuestión nacional”, el “orgullo de los grandes rusos” y el “derecho a la autodeterminación”, todos anteriores a la revolución bolchevique, es decir, en los años de la Gran Guerra, pueden resultar contradictorios a algunos, pero fueron de una utilidad probada después de 1917.

Lo que sostenía Lenin era que, desde luego, los marxistas luchaban contra las concepciones nacionales burguesas y por una revolución mundial, que facilitaría la propia expansión internacional del capitalismo en su fase imperialista. Pero que en esa lucha, la autodeterminación de las naciones podía funcionar como un mecanismo de articulación territorial de nuevos estados socialistas.

No sólo pensaba Lenin en las múltiples nacionalidades que conformaban el imperio ruso sino en otras de Europa oriental y central como Polonia, Hungría y Austria. Dentro de estas naciones, Lenin incluía a Ucrania, cuyo derecho a la soberanía propia veía tan legítimo como el de Polonia o el de Irlanda, que había defendido Marx.

En su polémica con Rosa Luxemburgo, esgrimía Lenin el caso de Noruega, separada de Suecia en 1905. Luego de la revolución bolchevique, Lenin reiteraría el derecho de los ucranianos a constituirse como una nacionalidad autónoma dentro de la federación soviética o una nación independiente dentro de Europa, siempre y cuando fuera la voluntad mayoritaria de la república socialista ucraniana.

Todos aquellos escritos de Lenin sobre la cuestión nacional, que serían tan relevantes para la izquierda comunista mundial, especialmente en el Tercer Mundo, durante el último siglo, son hoy por hoy una de las herencias más incómodas del leninismo en la Rusia de Putin. No por gusto, el Kremlin ha reiterado tanto, en estos dos años, la hipérbole de que Lenin fue el “inventor” de una Ucrania independiente.

El antileninismo no hará más que crecer con la nueva modalidad despótica rusa. Apenas en dos meses, Putin, que gobierna Rusia desde hace un cuarto de siglo, se reelegirá una vez más y habitará el Kremlin hasta 2030, por lo menos. Tal vez entonces logre el objetivo de poner a Lenin bajo tierra.

*Artículo publicado en La Razón de México.

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Rafael Rojas

Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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