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Prometeos de la Guerra Fría

No siempre, las derivas psicóticas o místicas de aquellos científicos fueron detonadas por la culpa de Hiroshima

Imagen de Cillian Murphy, actor principal de la película Oppenheimer. Foto: Tomada de internet

Rafael Rojas

29 de febrero 2024

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Una película y una novela se han internado en la epopeya científica que desembocó en la bomba atómica en 1945. La película es Oppenheimer del británico Christopher Nolan y la novela es Maniac del chileno Benjamín Labatut. Entre las dos narran complementariamente un mismo drama, cuyas lecciones para el presente son inocultables.

Oppenheimer, basada en la biografía del líder del proyecto Manhattan, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, cuenta paso a paso la trayectoria de los hallazgos, dilemas y trifulcas de la física cuántica desde la teoría de la relatividad de Albert Einstein. Vamos al joven J. Robert Oppenheimer recorriendo las grandes universidades europeas y asimilando ideas de Max Born, Niels Bohr y Werner Heisenberg.

La travesía, que académicamente corre paralela a la de sus estudios en Harvard y Cambridge y su contratación final en Berkeley y Caltech, es también una síntesis del paso firme de la ciencia en la primera mitad del siglo XX. Oppenheimer, que tuvo simpatías por la izquierda antifascista en los años 30, gracias, en buena medida, a su relación con la activista feminista y comunista Jean Tatlock, acaba al frente del proyecto insignia de la industria militar estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.

Parte considerable de la motivación de Oppenheimer y su brillante equipo de científicos en Los Álamos (Richard Feynman, María Mayer, Hans Bethe, Enrico Fermi, John von Neumann…) era desarrollar la bomba antes que los nazis. El origen judío de muchos de aquellos físicos acicateaba su entrega en cuerpo y alma a una carrera por la fisión atómica, que permitiera acabar con el poder fascista en Europa.


Los imponderables comenzaron desde el momento en que las primeras bombas estuvieron listas después del suicidio de Hitler y su primera gran prueba sería en Hiroshima y Nagasaki, dos pueblos japoneses, donde habrían muerto más de 240 000 personas. La película de Nolan se centra mucho en la persecución que sufrieron Oppenheimer y otros científicos durante el macartismo, pero, tal vez, no explora lo suficiente el peso de la culpa, en aquella comunidad, luego de las detonaciones de Little Boy y Fat Man en Japón.

En la novela de Labatut, aunque menos atenta a los detalles del proyecto Manhattan, es posible encontrar esa exploración por otra vía. Armada como una biografía coral de dos científicos del centro de Europa, que rondaron aquellos proyectos, el austríaco Paul Ehrenfest y el húngaro Johannes von Neumann, esta ficción encara los brotes de irracionalidad que acompañaron la carrera de la física nuclear en la Guerra Fría.

No siempre, las derivas psicóticas o místicas de aquellos científicos fueron detonadas por la culpa de Hiroshima —Ehrenfest mató a su hijo y se suicidó en 1933 y otro austríaco, Kurt Gödel, también personaje de la novela, comenzó con sus obsesiones teológicas, que lo llevarían a intentar una comprobación ontológica de la existencia de Dios, mucho antes de su contratación en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton—, pero difícilmente podrían desligarse del vértigo nuclear de la Guerra Fría.

El caso de Von Neumann aparece aquí como la variante extrema de aquellos Prometeos del mundo bipolar. En los días del proyecto Manhattan, Von Neumann había llamado a abandonar cualquier escrúpulo y recordaba la famosa carta del pacifista Einstein al presidente Roosevelt, en 1939, exhortándolo a impulsar el programa nuclear. Cuando Hiroshima, el físico húngaro también defendió la utilidad de la hecatombe y ya en plena Guerra Fría se involucró en el proyecto de una “destrucción mutua asegurada”.

El colapso psicológico del científico, antes de su muerte en 1957, escapa a cualquier tipología de la sinrazón o la locura. El Prometeo moriría convencido de que no sólo era plausible una prueba ontológica de la existencia de Dios sino una reconstrucción biológica de la divinidad por medio de las máquinas computacionales.

*Artículo publicado originalmente en La Razón de México.

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Rafael Rojas

Rafael Rojas

Historiador y ensayista cubano, residente en México. Es licenciado en Filosofía y doctor en Historia. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de la Ciudad de México y profesor visitante en las universidades de Princeton, Yale, Columbia y Austin. Es autor de más de veinte libros sobre América Latina, México y Cuba.

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