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Por qué otro mandato de Trump sería peor que el primero

Las bases republicanas siguen recompensando a los candidatos que comparten las creencias antidemocráticas de Trump

Donald Trump

El expresidente estadounidense Donald Trump, en una fotografía de archivo. Foto: EFE

Tom Ginsburg

/ Aziz Huq

20 de octubre 2024

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¿Una segunda presidencia de Donald Trump realmente pondría en peligro la democracia norteamericana? Los analistas influyentes sugieren que el expresidente es demasiado “débil”, que está demasiado desesperado por ser popular o que simplemente no es lo suficientemente “inteligente” como para ser un dictador. Pero la historia norteamericana carece de un precedente real, y las experiencias recientes de otros países sugieren que un movimiento político con tendencias autocráticas se volverá más implacable y efectivo en una segunda vuelta —especialmente después de una derrota electoral.

Así es como suele suceder: un líder primerizo o un partido nuevo gana poder nacional, solo para sufrir una amarga derrota electoral después de un único mandato. Esta experiencia tiene un efecto de radicalización, y el partido o el líder se empeña en no volver a perder. Cuando el partido efectivamente gana por segunda vez, se apresura a destruir las instituciones y las reglas que puedan amenazar su control del poder.

El mejor ejemplo es Viktor Orbán, cuyo partido Fidesz ha gobernado Hungría en dos oportunidades. La primera vez, entre 1998 y 2002, Orbán actuó en general como un conservador económico convencional. Aunque se resistió un poco a las normas democráticas, nunca se apartó de la corriente dominante europea. Pero, después de perder en 2002, el Fidesz pasó ocho años en la oposición. Cuando Orbán regresó al poder en 2010, estaba decidido a nunca volver a sufrir una derrota. Al manipular la Asamblea legislativa, cambiar las reglas de elegibilidad de los votantes y controlar la comisión electoral, las cortes y los medios estatales, logró que a la oposición le resultara prácticamente imposible ganar.

Una historia similar ocurrió en Polonia durante el Gobierno de Ley y Justicia (PiS). Fundado por los mellizos Jarosław y Lech Kaczyński, el PiS primero estuvo en el poder entre 2005 y 2007, cuando formó parte de una coalición y se centró en la desigualdad económica y los valores católicos tradicionales. Pero tras la expulsión del partido del Gobierno en 2007, y la muerte de Lech en un accidente aéreo en Rusia en 2010, Jaroslaw empezó a despotricar contra enemigos reales e imaginarios. Cuando el PiS obtuvo una mayoría parlamentaria absoluta en 2015, se dedicó a llevar a cabo el desmantelamiento de las instituciones democráticas de Polonia.


Entre otras cosas, el Gobierno del PiS copó el Tribunal Constitucional, redibujó el mapa electoral y tomó el control de la comisión de medios y de los nombramientos judiciales. Los medios estatales se volvieron una herramienta del PiS, y los líderes de la oposición perdieron sus roles tradicionales en el Parlamento, lo que los privó de la plataforma desde donde criticar al Gobierno. Pero, a diferencia del Fidesz, los esfuerzos del PiS por inclinar el campo de juego electoral no fueron suficientes. Perdió el poder en octubre de 2023 a manos de una coalición de partidos prodemocráticos y pro-europeos. 

Finalmente, consideremos el caso del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata (BJP) de India. Si bien saboreó el poder brevemente como parte de un Gobierno de coalición más amplio en 1989, su primer mandato en solitario se produjo entre 1999 y 2004. Su líder en aquel momento, Atal Bihari Vajpayee, se centró en la liberalización económica y en mejorar las relaciones con Pakistán y China, y cualquier esfuerzo por “azafranar” al país siguió siendo limitado.

Al igual que el Fidesz y el PiS, el BJP terminó perdiendo el poder en elecciones limpias. Pero, en 2014, Narendra Modi llevó al partido a una victoria arrolladora. Como jefe de ministros de Gujarat, anteriormente había presidido un rápido crecimiento económico y disturbios antimusulmanes que dejaron hasta 2000 muertos. Cuando se convirtió en primer ministro, redobló la liberalización económica, pero también socavó la independencia de la prensa, atacó a los críticos del BJP e hizo la vista gorda ante la violencia de los movimientos sociales hindúes contra los musulmanes y otros enemigos percibidos.

Luego, en 2019, Modi revocó el estatus constitucional especial de la disputada región mayoritariamente musulmana de Cachemira e impuso un régimen militar directo, a la vez que impulsó una nueva ley de ciudadanía que privaba de sus derechos a algunos musulmanes —lo que hizo que el BJP fuera más difícil de derrotar—. Aunque el BJP quedó sumamente lejos de sus ambiciones en la elección general que se llevó a cabo a comienzos de este año, los organismos internacionales de control hoy clasifican a la India de Mori como una autocracia electoral, no una democracia plena.

El elemento común en estos tres casos es un líder carismático que llega a rechazar la idea de que se puede confiar el poder a sus oponentes. La derrota es la partera de la ira antidemocrática. Cuando un movimiento autocrático gana el control de la maquinaria estatal por segunda vez, la inexperiencia ya no le impide atacar directamente a las instituciones.

Los paralelismos entre estos casos y el movimiento MAGA de Trump deberían resultar obvios. Al igual que el BJP, el PiS y el Fidesz transformados, el Partido Republicano de hoy representa una brusca ruptura con su propio pasado reciente. Como sucedió frecuentemente con los partidos estadounidenses, sufrió una profunda metamorfosis. Hoy es distinto de su encarnación de la era Reagan.

Sin duda, existen continuidades entre la retórica racista de Trump y la estrategia republicana sureña de los años 1970 y 1980. Pero Trump era un outsider político en 2016 que se apartó del establishment del partido —y luego simplemente lo desintegró—. La Convención Nacional Republicana de 2024 mostró un partido personalista esencialmente diferente del Partido Republicano de 2008 o 2012.

Al igual que el Fidesz, el PiS y el BJP, MAGA era un movimiento novato en 2016. Evidentemente no sabía cómo manejar eficazmente los resortes del Gobierno y, en consecuencia, sufrió embates de todos los frentes. Sin embargo, si le dieran otra oportunidad, contaría con la ventaja de la experiencia. Más allá de Trump, las instituciones aliadas, como la Heritage Foundation con el modelo de su Proyecto 2025, están mucho mejor preparadas que en enero de 2017.

Asimismo, al igual que el Fidesz, el PiS y el BJP, la derrota electoral no ha suavizado el temperamento republicano. Las bases republicanas siguen recompensando a los candidatos que comparten las creencias antidemocráticas de Trump, y que adhieren a su reticencia a reconocer la derrota en una elección limpia. La admiración del movimiento por Orbán es emblemática de esta tendencia. El compañero de fórmula de Trump, J.D. Vance, luminarias de la derecha como Tucker Carlson y Steve Bannon y la Conferencia de Acción Política Conservadora (que se reunió en Budapest en 2022) aclaman a Orbán como la vanguardia de un antiliberalismo global insurgente.

El Partido Republicano ya ha avanzado mucho en el camino que se emprendió en Hungría, Polonia e India. Más allá de las limitaciones personales de Trump, hoy lidera un movimiento con amplio talento y experiencia. Habiendo aprendido de esa experiencia, y de movimientos similares en otras partes, otra Administración Trump sería mucho más efectiva a la hora de ejercer —y mantener— el poder.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Tom Ginsburg

Tom Ginsburg

Profesor de Derecho Internacional del Servicio Distinguido Leo Spitz, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago y miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias. Se especializa en constituciones y temas de Asia oriental.

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