20 de noviembre 2017
A inicios de los años veinte se iniciaba en Managua, de manera bastante tímida, una discusión sobre el sufragio femenino. Obedece seguramente al derecho al ejercicio del voto de la mujer logrado en Estados Unidos (1920), país que entonces ejercía un “protectorado” sobre Nicaragua. Oriundo de Managua, Pedro Torres Ruiz emprendió la batalla a favor de aquella causa con escritos incendiarios denunciando a los opositores conservadores, pero también no pocos liberales también contrarios al voto femenino que alegaban, como en México y España, que darle el voto a la mujer era darle el voto al cura y por ende a los conservadores. No fue sino hasta en 1957 que las nicaragüenses ejercieron su derecho al voto
Ya no lo presenció Torres Ruiz quien, en el periódico “La Tribuna” (28 de enero de 1922), valientemente trató de explicar que el problema era más de fondo y radicaba en el trato discriminatorio del hombre hacia la mujer.
Algunos extractos:
Ha traído el espanto y la confusión a todos los espíritus pusilánimes, incapaces de poder valorar el paso del avance que trae aparejada esa libertad relativa que la evolución de la sociedad impone y que solamente la temen los rezagados, esos que no quieren que la mujer sobresalga del bajo nieves en que la mantienen colocada, aprovechando su condición de tal, sola mente para esclavizarla, manteniéndola humillada bajo el recio tacón de su despotismo despiadado…
“¿Que las mujeres tienen un destino más elevado y que su fin es la educación moral de sus hijos?”
Si el destino de la mujer es más elevado, ¿por qué mantenerla empotrada en el estrecho círculo de criada de mano y humildísima y ciega obedeciera de los caprichos del hombre? ¿Quien le ha dicho a este tiranuelo que el principal papel de la mujer es el de prestarse dócil y resignadamente para la reproducción de la especie únicamente? ¿Donde está el lugar preferente en que la ha colocado?
Los tercos, los rezagados, esos que hacen desempañara a la mujer el triste papel de escupidera y de incubadora, no tienen derecho de hablar, señalándole al sexo débil atribuciones que no pueden cumplir, toda vez que el varón es el que manda, y la mujer solamente obedece.
¿De qué le sirve a la madre ocupar en el hijo una situación moral si el padre con su superioridad y torpezas aplasta la obra medio comenzada con sus vicios y sus bajezas que son las que casi siempre dominan a en su naturaleza endurecida?
Así hablan los rezagados, los déspotas, los recalcitrantes.