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Ortega no puede vencer

Ortega ya no puede vencer porque no ataca a muerte a una corriente política o a un sector social, sino, a la nación

Marcha en apoyo a los médicos despedidos por el gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Carlos Herrera | Confidencial

Fernando Bárcenas

14 de agosto 2018

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“Esta es una revolución que se ha metido en el alma”
Estudiante vandálica

Aunque el pueblo no vaya ganando a lo inmediato, a causa de la desarticulación de la resistencia por obra de la cacería de brujas que secuestra y tortura a los líderes que han quedado vivos, Ortega ya no puede vencer porque no ataca a muerte a una corriente política o a un sector social, sino, a la nación.


Esta es la diferencia esencial con los once años precedentes, aparentemente normales para Ortega, cuando reprimía impunemente a discreción a cualquier fuerza opositora independiente. La confrontación actual, en la que la sociedad entera rechaza al régimen sanguinario, sólo puede concluir con el triunfo de la nación. El objetivo estratégico no es que la lucha se desarrolle exclusivamente en el ámbito constitucional, como se ha insinuado a pesar que la juventud beligerante haya debido pasar al clandestinaje, sino, en derrotar a Ortega con el menor daño posible para el país en el corto, mediano y largo plazo.

La crisis se agrava por el terrorismo de Estado

El aislamiento político es signo de derrota y, en tal sentido, Ortega es el artífice irracional de su propia derrota, pero, a un alto costo para el país. Por ello, el pueblo no puede dejar en manos de Ortega su propio colapso, porque provoca la destrucción del país. De manera, que debe derrotársele políticamente aprovechando sus errores estratégicos.

Una crisis económica, objetiva y estructural, que con la pérdida de la ayuda venezolana se perfilaba amenazante desde 2017, y con más ímpetu en el primer trimestre de este año, ha estallado violentamente (como era previsible) como crisis política, por la brutalidad de un régimen dictatorial que asesinó en abril cinco decenas de estudiantes en tres días, porque éstos protestaron pacíficamente contra un decreto arbitrario que afectaba a los pensionados.

Obviamente, ahora, con una brutalidad mayor en contra de los ciudadanos que condenan en las calles más de 400 asesinatos de la juventud, el régimen no podrá resolver la crisis económica y de gobernabilidad que, más bien, se agrava por el terrorismo de Estado.

Términos de la negociación como expresión de fuerza

En esta etapa hubo un intento prematuro de negociar una salida a la crisis. Por tal razón, ambos negociadores fallaron en la negociación.

En el ajuste de los alcances del diálogo debería bastar cierta capacidad analítica previsora de la evolución de la crisis, para que durante la negociación no se deba desplegar ulteriormente una manifestación de fuerza.

Ortega mandó al traste el diálogo, ahora que ha arrasado a sangre y fuego las movilizaciones pacíficas. Pero, se aisló más que nunca, de manera irreversible. No previó que en el terreno de los derechos humanos no existen fronteras nacionales, por lo cual, la correlación de fuerzas no le favorece en absoluto internacionalmente.

De ahí que, por su tendencia personal al aislamiento absolutista, ahora busca dialogar consigo mismo, con un intermediario y testigo propio. No le importa dividir con ello a la nación en dos polos antagónicos, como expresión de una crisis nacional sin solución.

Así, con el peso represivo de las instituciones deformadas de este Estado orteguista, Ortega le niega todo derecho político al grueso de la sociedad que le adversa, y avanza así, rápidamente, a ser desconocido internacionalmente.
Por consiguiente, es previsible que la respuesta inmediata del pueblo, a ese diálogo excluyente y estéril, será la conformación de una Junta de Gobierno Provisional Azul y Blanco, que podrá ser reconocida internacionalmente como fuerza beligerante para construir una salida nacional. Al fin de cuentas, ante los ojos del mundo es la nación la que tiene siempre un futuro estratégico, no Ortega.

La crisis política se agrava sin pausa

En una crisis política nacional el objetivo estratégico para cualquiera de las partes no es, como en la guerra, aniquilar al enemigo o destruir su voluntad de lucha, sino, hacer viable un sistema de producción.
La represión dictatorial ha generado una crisis de derechos humanos que, a su vez, agrava la falta de democracia. Ambos conceptos, que se realimentan recíprocamente, destruyen acumulativamente la confianza en la frágil economía del país, lo que hace objetivamente inevitable la caída del régimen, más temprano que tarde. Ahora Ortega está estratégicamente más débil que antes, porque lleva el país, sobre todo por las sanciones internacionales, más cerca del desastre.

Ortega ya no puede gobernar, aunque conserve por ahora el poder

Políticamente, Ortega desearía incrementar los ingresos fiscales; disminuir el gasto público de servicios; disminuir el déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos; atraer inversiones; frenar el retiro de depósitos bancarios; recibir cooperación multilateral; mejorar la calificación de riesgo por falta de pago; frenar las sanciones internacionales, y de los EEUU, contra su entorno; frenar la caída de la producción industrial, detener el cierre de empresas, y la caída del poder adquisitivo de los salarios y de las ventas; recibir desembolsos de préstamos financieros externos; borrar sus crímenes y eliminar las consecuencias y las presiones internacionales; obligar al pueblo a la pasividad política, arrestar y enjuiciar a todo aquel que le adversa, pero, no puede nada de eso. En pocas palabras, no puede gobernar, aunque, por ahora, conserve el poder gracias a la obediencia cómplice del ejército.

Su opción lógica, si fuese estratégicamente coherente, sería escoger políticamente la menor de las derrotas, con el menor daño a la nación. Lo que sólo es posible si negocia su salida con urgencia. El problema es que, con los asesinatos, Ortega, como jefe de los paramilitares, determinó su derrota, y complicó la negociación de su salida.

El poder político en contra de la sociedad

La sociedad moderna es una realidad contradictoria, muy intrincada nacional e internacionalmente, cuyo objetivo esencial es alcanzar el bienestar económico y jurídico del pueblo. Y es mucho más compleja que una organización mafiosa en la que el poder se define, cada tanto, no en elecciones libres por supuesto, sino, en una guerra paramilitar entre familias criminales. Ortega llegó a la plaza el 19 de julio, y concede entrevistas a medios noticiosos internacionales, como si hubiese concluido una guerra criminal, por la cual, gracias al genocidio de la juventud, hubiese acabado con la voluntad de cambio libertario de los ciudadanos nicaragüenses, que aspiran a una sociedad mejor para sus hijos.

Hay que actuar con inteligencia, dijo Ortega a despropósito, el 19 de julio, luego que convirtió una protesta estudiantil pacífica, contra un decreto abusivo, en una revolución nacional en su contra, con una masacre gigantesca y una caza de brujas sin precedentes.

Conflicto entre civilización o barbarie

Ortega pretende presentar esta rebelión ciudadana en contra de su régimen, como golpe de Estado y como un conflicto entre derecha e izquierda. Pero, en todo caso, invierte los roles. El orteguismo no puede ser de izquierda, sobre todo, por el tipo de Estado absolutista feudal que ha construido, y por el carácter reaccionario, neoliberal, de la política pública que ha desarrollado desde el poder. Un caudillo, peor aún, un mesías absolutista que asesina a la juventud, con culto a su personalidad, que se ha enriquecido con los recursos del Estado, que entregó la soberanía nacional por la ley 840, que reprimió a los inmigrantes haitianos que iban rumbo a EEUU, y que derogó la ley que permitía el aborto terapéutico, aprobada en Nicaragua desde 1891, no puede ser de izquierda.

Lo que distingue la ideología de un militante de izquierda, en cualquier circunstancia, es la línea política que adelanta de manera concreta, metodológicamente coherente con la movilización independiente de las masas en función de sus intereses sociales y políticos.

El poder político no es un fin en sí mismo, sino, un medio para el desarrollo estructural de la productividad de una nación. La lucha de masas contra una dictadura nunca es un golpe de Estado. La contradicción actual en Nicaragua no es tampoco entre derecha e izquierda, sino, entre civilización o barbarie. Es una rebelión ciudadana contra el abuso de un poder dinástico, contra el crimen, contra la corrupción, contra el genocidio, no contra alguna medida de izquierda que no existe en el orteguismo.

Programa de unidad

El programa de unidad en la acción de un amplio movimiento azul y blanco antiorteguista, que haga retroceder a Ortega a corto plazo, antes de negociar con él su salida irremediable (no su rendición), consiste en promover una Junta de Gobierno Provisional; en exigir en las calles la inmediata libertad de los prisioneros políticos y desaparecidos; y en el desmantelamiento real de las bandas paramilitares.

El ejército, que pretende sobrevivir en el pos orteguismo, no puede darse el lujo de desconocer al Gobierno Provisional. Y ante la dualidad de poder no puede permanecer neutral.

La oportunidad del diálogo consiste en reglamentar, con la comunidad internacional, el proceso de la derrota orteguista que dañe menos al país. Lo que requiere, tal vez, nuevos negociadores por ambos bandos. Donde se consulte al pueblo mediante un referendo –organizado por el grupo de la OEA para Nicaragua- si aprueba o menos los acuerdos que se alcancen con el gobierno. Por ello, el diálogo no es sólo con Ortega, sino, sobre todo, con la comunidad internacional y con el ejército, para que éste, en propio interés, desarme a los paramilitares y presione a Ortega a aceptar su derrota estratégica como marco ineludible para negociar urgentemente su salida pacífica. Una vez que Ortega comprenda, por fin, su aislamiento total irreversible.

*El autor es ingeniero eléctrico


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Fernando Bárcenas

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