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Ortega: La dictadura de la posverdad

Ortega representa con claridad la política de la posverdad, mezclando el secretismo, el ocultamiento, con la manipulación mediática

Ortega representa con claridad la política de la posverdad

Julio Icaza Gallard

20 de julio 2017

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El Oxford English Dictionary  escogió “post-truth”, posverdad, como la palabra del año 2016, reconociendo que este nuevo vocablo se viene usando desde hace más de una década pero ha adquirido una especial relevancia con ocasión del Brexit y la elección de Donald Trump. Define el adjetivo post-truth como lo relativo a, o que denota, circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de opinión pública que el recurso a la emoción y las creencias personales. La palabra ha sido también asociada con un nombre en particular, en la frase ‘post-truth politics’, o política de la posverdad.

El director de la Real Academia Española ha anunciado que esta institución, por su parte,  se dispone a integrar al castellano el mismo vocablo, pero como un sustantivo y sin guión entre las dos palabras, definiendo provisionalmente la posverdad como las informaciones o aseveraciones que no se basan en hechos objetivos, sino que apelan a las emociones, creencias o deseos del público.


Entre los orígenes del neologismo se menciona el estudio de Eric Alterman (When Presidents lie…), sobre el uso de la mentira por varios presidentes norteamericanos, entre ellos el caso del Irán-Contra gate. Sin embargo, la palabra tiene especiales connotaciones en lo histórico, lo filosófico, lo social, lo ético y lo estético, más allá de su uso periodístico y político.

Lo primero que debemos preguntarnos es  si no estamos ante un sinónimo de la simple mentira, de la calumnia, el engaño, el famoso ocultamiento y disimulo que aconseja Maquiavelo en El Príncipe y que ha sido la tradicional práctica política. Y más allá, ¿no estamos ante la antigua sofística? Hay quienes dicen que se trata de una forma especial de mentira, que parece y quiere ser verdad, ligándola a otro nuevo término que aún no tiene traducción al español:  truthiness, ideas que “parecen verdad” o que “deberían serlo”.  Como si la mentira no consistiese en eso precisamente, en ser un remedo, un disfraz de verdad o una verdad a medias que se arroga el valor de la totalidad.

Otros piensan que con la nueva palabra se trata de destacar la tendencia, en la política contemporánea, a utilizar métodos masivos de manipulación de la conciencia y la opinión pública, a partir de la capacidad de acumulación y análisis de datos lograda por la informática  y la facilidad de difundir falsedades en los medios y redes sociales, más allá de la utilización clásica de la mentira como un recurso excepcional del poder en situaciones límite.  En la era de la posverdad, la conspiración y la demagogia, que siempre han acompañado a la política a lo largo de la historia, se habrían  convertido en el contenido esencial del discurso y la praxis políticas. Algo que ya Orwell describía en sus famosas distopías, Animal farm y 1984, como característica de los regímenes totalitarios.

Por último, hay quienes hablan de una oposición no entre verdad y mentira sino entre diferentes verdades, todas ellas válidas y a la vez contradictorias.  Se trata del politeísmo de  valores a que se refería Weber, del fin de la verdad universal y su sustitución por una pluralidad de verdades, fenómeno característico de las sociedades modernas secularizadas. Una consecuencia de la democracia liberal de opinión y su degradación, de una tolerancia y un pluralismo mal entendidos que otorgan igual valor a toda opinión, independientemente de su contenido o grado de acercamiento a la verdad.

Desde el punto de vista histórico, la era de la posverdad representa el fin de los principios y fundamentos de la Ilustración, que han sustentado la modernidad. El fin de las verdades universales y sus sustitución por aquellas medias verdades o verdades cambiantes,  que proliferan en los medios de información y las redes sociales. Es parte de la posmodernidad.

Del uso de la mentira por los gobernantes la atención parece ahora centrarse en el sujeto pasivo, en la masa gobernada que digiere todo lo que le arrojan, en el público indiferente y adormecido, a la vez  descreído y supersticioso, sumergido la mayor parte del tiempo en la televisión y las redes sociales. ¿Será este sujeto el que ha hecho posible este nuevo mundo de la posverdad? ¿No se trata del mismo público, a quien los antiguos romanos anestesiaban con pan y circo? ¿No ha sido siempre incómoda la verdad y más fácil abrazar la mentira, tanto para el individuo como para la masa?

Bien que el término se refiera a una realidad nueva o sea un simple eufemismo para referirse a la vieja mentira, está siendo también asociado a las políticas populistas de izquierda y derecha que han florecido en la última década, acompañadas de ficciones nacionalistas y xenófobas y planteamientos económicos antiglobalización, tanto en Europa como América Latina.

En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega ha representado con bastante claridad esta política de la posverdad,  mezclando eficazmente el secretismo, el ocultamiento, con la manipulación mediática y el control de la mayoría de los medios de información, el maquillaje de los datos, la contratación de falsas encuestas y la constante apelación a los impulsos, deseos y supersticiones de la gente. Sobre la base, por supuesto, de la manipulación del hambre y las necesidades.

Tradicionalmente los dictadores, de ascendencia militar, han utilizado a grupúsculos intelectuales para el diseño de una legitimidad ideológica y han recurrido a la construcción de monumentos y grandes obras de ingeniería, como desafío al paso del tiempo y reflejo de su megalomanía. Ortega, en este sentido, ofrece un perfil diferente del tirano clásico. Divorciado de la intelectualidad que le apoyó en los años 80, ha vivido de repetir  -desleída, parcializada y cansina-, la retórica de esos años. A los restos del naufragio de los 80 ha sumado el discurso seudo religioso y falso de una Nicaragua feliz, en amor y paz, de su Vicepresidenta y Secretaria de Comunicación. Sus grandes obras son mentiras igual de gigantescas, como el canal interoceánico, el satélite, la refinería, el masivo sistema de riego con las aguas del Gran Lago o los puertos de aguas profundas, que jamás han llegado a realizarse. Su Gobierno es de mentira, compuesto por Ministros de mentira, que no ministran ni deciden; y otro tanto sucede con una Asamblea integrada por diputados de mentira, que no representan a nadie más que a él mismo; unos magistrados de justicia que subsanan sus atropellos a la ley con mentiras jurídicas; y unos magistrados electorales que organizan elecciones de mentira.

Como un nuevo Midas invertido, todo lo que Ortega toca pareciera convertirlo no en oro sino en mentira. Nunca en toda la historia de Nicaragua la política se había hecho a base de tantas y tan grandes mentiras, un fenómeno que pareciera corresponderse con las definiciones de esta nueva palabra, posverdad, que ha venido a sumarse a los diccionarios y nos ha entretenido.


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Julio Icaza Gallard

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