22 de abril 2019
Así inició abril del 2018: un incendio, jóvenes alzando la voz y la respuesta represiva del Gobierno por detener cualquier manifestación que alterara su “normalidad”.
El diez de abril, nos reunimos un grupo de jóvenes para exigir mayores acciones de parte del gobierno para que evitara la propagación del incendio en la reserva. Un día antes alquilamos “la barata” de don Javier a mil córdobas. No teníamos idea si íbamos a poder recolectar el dinero ese día, para nuestra sorpresa aquella noche fueron más de 300 jóvenes reunidos cantando “Nicaragua, nicaragüita” en la entrada de la UCA. Ese día supe que algo iba a ser diferente. Ese día el fuego del bosque vivo de Indio Maíz nos encendió en el cuerpo una sed de justicia y cambios que movieron a cientos de estudiantes a las calles.
A un año de esa fecha me cuestiono el por qué una causa ambiental movió a tantas personas de diferentes sectores e ideologías. Los signos estaban ahí: jóvenes, inconformidad y represión. En mi caso no fue solo la negligencia del Gobierno --al no combatir el fuego-- y la nula protección a las comunidades indígenas; era el cansancio, la falta de participación de los jóvenes en los espacios de decisión y la lejanía de un mandatario que, como tirano, gobierna desde las alturas, sin escuchar las necesidades la población violentada.
Sin embargo, los signos de cansancio vieron la luz en años anteriores con las protestas de #OcupaInss, Movimiento Campesino Anticanal, grupos LGBTIQ, grupos indígenas y diversos movimientos de mujeres que mostraron una resistencia ante los atropellos humanos y constitucionales del desgobierno de Daniel Ortega. Ninguno de estos llamados tuvieron el apoyo por tanta diversidad sectorial como lo fue #IndioMaíz y #OcupaINSS, que marcó la diferencia para la insurrección cívica que se avecinaba tan solo una semana después.
La insurrección de abril
Tenía nueve años cuando Ortega regresó al poder en 2007 y dieciocho años cuando pude votar por primera vez. Llegué a la urna decidida a votar nulo en forma de protesta por las elecciones fraudulentas en las que el FSLN siempre salía favorecido. Eran los mismos de siempre, rostros que mientras yo crecía, sus nombres aparecían en los titulares por corrupción, lavado de dinero, robo y cualquier otra “jugada sucia” para seguir llenando sus bolsas y manteniendo su silla. En ese momento comprendí las palabras de mi familia cuando me decían que todos eran los mismos y por eso ya ni se “molestaban” en ejercer el derecho al sufragio.
Estoy segura que mi caso es el de muchos jóvenes de mi generación, llamada “generación dormida”, indiferentes, activistas de computadora. Esta generación está marcada por mucho más que eso. No somos los hijos de la revolución, somos las y los hijos de los traumas no sanados. Los recuerdos que nos heredaron nuestros padres llegaron para la mayoría en pequeños relatos de un domingo después de misa, cuando aún éramos niños, mientras para mi hermano, como muchos que nacieron en los ochenta, llegaron en formas de traumas y heridas sin sanar.
Mientras mi hermano recordaba a Daniel como una de las figuras de la revolución, mi recuerdo era el del hombre con sed de poder que abusó sexualmente a su hijastra.
Las figuras políticas en el país no han cambiado mucho en 40 años, los jóvenes nunca nos sentimos incluidos en esta clase política, que no escuchaba nuestras demandas y estaban marcados por el adultocentrismo, donde prima la idea de que los jóvenes “no saben lo que hablan”. En el país el binomio gobierno-empresarios regía el futuro político de Nicaragua, mientras que los movimientos sociales funcionaron por décadas como una resistencia ante ese panorama desalentador que venía formándose. En ese nicho es que los jóvenes encontramos un espacio de participación política.
No es casualidad que abril comenzó con una protesta por el incendio de un bosque y por las reformas a la Seguridad Social. Los elementos que amplificaron estas demandas y el descontento de la población fueron el actuar represivo y desmedido de la Policía Nacional, que junto a los grupos de choques arremetieron contra la ciudadanía. Pero la represión no pudo --ni ha podido-- callar las voces de los miles de nicaragüenses que siguen en resistencia.
Después del estallido
Después de este estallido vino un proceso de organización que nos tomó por sorpresa. Los jóvenes comenzamos a organizarnos en diversos movimientos de cara a una posible mesa de diálogo, para llevar nuestras demandas y que nadie las dijera por nosotros.
Sin embargo, durante estos doce meses la correlación de fuerzas en los espacios de decisión ha cambiado. Los estudiantes, campesinos y demás sectores han mostrado resistencia al coexistir con la fuerza política y de mayor poder adquisitivo del país. Después de abril la necesidad de nuevos rostros y propuestas es algo que la población no dará por sentado y esta nueva ola crítica es la que sigue fiscalizando desde las calles y todos los espacios a quienes ocupan lugar de decisión.
Como jóvenes y como sociedad tenemos muchos retos. Nos corresponde responder junto a los demás sectores de la sociedad las demandas de justicia y democracia. ¿Cómo contribuimos a crear una nueva cultura política en el país?, ¿Cómo rompemos con los modelos verticales, clasistas y machistas para llegar a un modelo de participación ciudadana inclusiva, abierta y donde los espacios de diálogo no sean solo en tiempos crisis?
Si algo hemos aprendido es que la fuerza está en la unión y la participación de la sociedad. Se tienen que acabar los tiempos de los “mesías” que nos resolverían todo, y ahora cada uno debe involucrarse de alguna forma para trabajar por la construcción de un Estado.
Los procesos de justicia y transición tendrán que ser parte del presente y del futuro que queremos. Estos años de conflicto nos han dejado una población cada vez más polarizada, donde los dolores y traumas que cargamos las distintas generaciones tendrán que pasar por procesos de reparación. Esta insurrección ha traído consignas muy simbólicas como “Patria Libre y Vivir”, “No actuemos iguales a ellos”. Si queremos una transformación verdadera debemos tener claro que nos enfrentaremos a un proceso lento, pero efectivo que verdaderamente pueda sentar las bases para no vivir una dictadura similar en otros 40 años.
La participación de mujeres, de movimientos campesinos, comunidades indígenas, estudiantes y familiares de víctimas será determinante para la construcción de una nueva cultura política y de reparación social.
*Miembro de la Coordinadora Universitaria por la Justicia y la Democracia y defensora de derechos humanos.