21 de abril 2022
El guion que preví hace varios meses parece estar desarrollándose como esperaba. Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo parecen cada día más anclados en el poder, mientras la oposición democrática nicaragüense sigue fragmentada y a la espera de un milagro. ¿Caerá un rayo en la sede y residencia presidencial de El Carmen? Probablemente no.
Diferentes grupos opositores —y son muchos— han depositado sus esperanzas en los organismos y organizaciones internacionales. Sin embargo, estos organismos solo se limitan a condenar la crueldad de la dictadura con declaraciones contundentes, y a imponer sanciones con efectos dispares. Insisten en que el empuje debe venir desde dentro de Nicaragua y no hay una alternativa concreta de apoyo. Al mismo tiempo, existen muchos otros grandes problemas en la escena mundial.
Mientras tanto, el régimen de Ortega ha cortejado a dos fuertes aliados. China promete viviendas y otros proyectos de infraestructura para su renovado aliado, y Ortega está dispuesto a dar a Rusia lo que quiera en su nueva Guerra fría con Estados Unidos. Ser una espina en el costado de Estados Unidos puede generar desde Moscú algunos beneficios financieros adicionales para Ortega.
Muchos en la oposición nicaragüense hablan de que algo va a cristalizar a mediano plazo: para algunos, un año o dos; para otros, dos o tres. Sin embargo, no han ofrecido nada tangible a la población en general, a pesar de los anuncios de vez en cuando de nuevos esfuerzos para formar una unidad opositora. Después de cuatro años sin cambios y tantas esperanzas frustradas, pocos dentro y fuera del país creen en lo que parece ser una fantasía. Las promesas y los buenos deseos no son suficientes para dar a la gente una esperanza real de acciones que puedan debilitar a la dictadura. Los muchos nicaragüenses que se oponen en silencio a la dictadura no ven actualmente ninguna luz al final del oscuro túnel.
De ahí que, como se predijo, 2022 se haya convertido en el año del éxodo: de activistas, periodistas y ciudadanos comunes de todas las edades que no ven ningún futuro bajo la dinastía de la familia Ortega-Murillo. La toma de las universidades privadas por parte del Gobierno, así como el cierre de numerosas organizaciones de la sociedad civil y la confiscación de sus bienes, no hacen sino acelerar la emigración. Eso deja dos opciones principales: salir o atrincherarse en un modo de supervivencia con todas las limitaciones que ello implica; muchos de los que pueden están optando por la primera opción.
En realidad, Ortega considera que este éxodo es beneficioso. Por un lado, se debilita cualquier disidencia organizada, y por otro, el dinero enviado a los familiares en forma de remesas ayudará a la economía a sobrevivir.
Presos políticos y exiliados
Los más de 180 presos políticos —y los que vendrán— son todos culpables en los arbitrarios tribunales de Ortega. Todos recibirán sentencias que los mantendrán fuera de circulación durante muchos años. A ellos también se les han dejado escasas esperanzas. Si se acercan a la muerte, lo que es muy posible en algunos casos, podrían ser llevados para morir en casa. Otros pueden llegar a recibir una oferta de destierro como única vía de liberación, una práctica empleada durante décadas por el Gobierno cubano.
La tragedia humana de los presos que se enfrentan a interminables torturas, enfermedades e interrogatorios ha llegado a un nivel en el que incluso funcionarios y partidarios de Ortega creen en silencio que ya es suficiente.
Hubo una importante liberación de presos políticos en junio de 2019 bajo una falsa amnistía que incluyó a muchos activistas destacados y periodistas independientes. Casi tres años después, el Gobierno ha vuelto a encarcelar y a condenar a decenas de ellos, ha acosado constantemente a sus familiares y la mayoría del resto se ha ido al exilio como única opción.
Los más de 130 000 exiliados desde la rebelión de 2018 intentan salir adelante en sus países de acogida, a pesar de la covid-19, los obstáculos legales, los peligrosos cruces de frontera y la xenofobia. A algunos les va mejor que a otros; cuanto más pobres eran en Nicaragua suele ser más precaria su situación en el exilio. Casi todos, de diferentes orígenes educativos y económicos, tienen cicatrices psicológicas. En Nicaragua han dejado a las familias rotas, que solo se mantienen parcialmente unidas gracias a la comunicación virtual. El daño para los niños que quedan atrás es tan inmenso como incalculable.
Aunque el número de exiliados es enorme para un país pequeño, la cifra de nicaragüenses que huyen se ve empequeñecida por otras crisis migraciones mucho mayores. Lo más probable es que la diáspora nicaragüense continúe con relativamente poca atención internacional.
Volviendo al país, la mayoría de los grandes empresarios ha optado por el silencio, a pesar de la arbitraria detención y condena de varios de sus colegas. Lo más probable es que una parte de esta élite adinerada intente pactar con Ortega, para poder seguir ganando dinero. Si bien es posible que Nicaragua nunca vuelva al apogeo anterior a 2018 de la “alianza gobierno-empresariado”, los negocios pueden seguir siendo rentables.
A los ejecutivos nicaragüenses y extranjeros asociados a las zonas de libre comercio, a las empresas mineras y a otras empresas exportadoras, la dictadura les beneficia. Garantiza la continuidad de los bajos salarios y sofoca la organización laboral y las demandas de mejores condiciones y derechos laborales. Conseguir y mantener trabajadores no es un problema: si la supervivencia y el mantenimiento de un puesto de trabajo es la única preocupación, la gente aguantará mucho.
Todo esto es muy triste para este hermoso país que ha luchado por tanto tiempo y tan duramente. Algunos lectores pueden pensar que soy demasiado pesimista. Francamente, mi deseo es que se demuestre lo antes posible que estoy equivocado.
*Artículo publicado originalmente en Havana Times.