16 de noviembre 2021
Hoy es mi cumpleaños y estoy exiliado. Cuando he escrito las historias sobre quienes se vieron forzados a abandonar Nicaragua para escapar de las garras de la dictadura de los Ortega Murillo, jamás pensé que también tendría que escribir la mía, y contarla una y otra vez, en busca de ayuda para preservar mi libertad.
Llegué a Costa Rica a mediados de septiembre, después que Migración y Extranjería me prohibió viajar a Estados Unidos para vacunarme contra la covid-19, alegando restricción migratoria, sin darme justificación ni argumentos, porque simplemente no los hay. Me tocó confirmar desde mi propia experiencia que la dictadura decide quién no sale y quién no entra al país.
Llevaba varios días en Costa Rica, y mientras conversaba con otras personas y les preguntaba si sabían qué podría hacer para retomar mi viaje planificado, escuché las palabras que me pusieron los pies sobre la tierra y me hicieron entender cuál era mi nueva realidad: “Bienvenido al exilio”, me dijeron.
Así acabó mi plan de llegar a Estados Unidos, recibir la vacuna de dosis única de Jhonson & Jhonson y esperar quince días en la casa de unos familiares --también exiliados por la represión orteguista en Nicaragua-- para luego continuar un viaje a España, donde en casa de otros familiares estaría algunos meses mientras vería la ahora involución de Nicaragua.
En el puesto de Migración y Extranjería, en el Aeropuerto Internacional de Managua, la oficial a cargo me dijo que yo aparecía en el sistema con otra nacionalidad, lo cual es imposible porque yo solo tengo la nicaragüense. Luego, dijo que yo tenía problemas con mi pasaporte, y acto seguido empezó a cuestionarme sobre mi trabajo como periodista, los medios donde había trabajado, y de dónde obtenía mis ingresos.
Tras varias preguntas, que parecían un interrogatorio para intentar incriminarme, la oficial se levantó de su asiento, se llevó mi pasaporte y varios minutos después regresó sin él. Pensé: se acabó, y tenía razón. La mujer dijo que iban a revisar porqué estaba dando problemas mi documento, pero que no me preocupara, que “todo está bien”, lo cual en el vocabulario orteguista se traduce cómo: te van a joder.
Esperé diez minutos y otro oficial de Migración llegó con mi pasaporte en sus manos y volvió a hacerme la misma serie de preguntas. Se fue, volvió a preguntarme y agregó un cuestionamiento más: que cuándo volvería a Nicaragua. Se fue una vez más, regresó de nuevo y me preguntó si en redes sociales yo publicaba contra el Gobierno, “porque yo vi que pusiste algo sobre los presos”, increpó.
El oficial sacó un celular, buscó algo en su pantalla y unos segundos después me mostró mi perfil de Twitter. “¿Ese sos vos?”. “Sí”, le respondí. No había cómo negar mi foto de perfil.
El hombre se retiró una vez más. Ya casi era la hora de la salida del vuelo. Esperé otros cuarenta minutos, y el oficial regresó por última vez, y zanjó: “No vas a poder viajar”. Pregunté por qué. Pero solamente agregó: “No podés, tu pasaporte va a quedar retenido y tenés retención migratoria”. El horror. Malditas palabras que jamás olvidaré.
Intenté mediar con él, le dije que no había razón para impedir mi viaje y le pedí que me devolviera mi pasaporte. Nada funcionó. Un policía que nos observaba se acercó y preguntó qué pasaba. El oficial de Migración repitió: “No va a poder viajar”. El policía me miró y me pidió que le entregara mi pasaporte. Le respondí que el oficial de Migración lo tenía y sentenció con un tono más fuerte: “Seguí tu camino”. Lo secundó quien me robó mi pasaporte: “Ya te podés ir”.
Salí del Aeropuerto nervioso. Asustado. No sabía que pasaría después. Pensé que quizás me seguirían, me detendrían y meterían a “El Chipote”, las celdas de la Dirección de Auxilio Judicial donde la dictadura ha encarcelado a unos cuarenta presos políticos, desde finales de mayo.
A Costa Rica llegué lodoso, sin un documento que me permitiera identificarme, sin mi equipaje --que quedó sin retirar en el Aeropuerto, junto con mis planes de viaje-- y sin más ropa que la que traía puesta.
Cuando llegué a San José, todavía estaba nervioso. Todo ocurrió tan rápido que no había tenido tiempo de asimilarlo. Con esa incertidumbre a cuestas fue que escuché aquella bienvenida amarga. Y en la mochila, que cargaba casi vacía, aún sentía el peso de los temores: que me persiguieran, me metieran preso. Ese miedo viaja con vos. Se cuela en los bolsillos vacíos y permanece con uno.
En Nicaragua ya no dormía, no comía en paz, no podía salir sin sentirme perseguido. ¿Qué clase de vida es esa? Eso no es vida, siempre me respondí.
Cuando decidí el viaje, que no logré realizar, vendí todo lo que tenía, todo aquello que con tanto esfuerzo adquirí durante tantos años de trabajo en diferentes medios de comunicación y mi emprendimiento --golpeado por la crisis sociopolítica de 2018 y aniquilado con la llegada de la pandemia de covid-19 en 2020--. Casi quince años de labor periodística.
Esta semana cumplo dos meses en Costa Rica, y hoy es mi cumpleaños. Mi primer cumpleaños en el exilio, y sin saber cuándo podré reunirme con mi familia en España. Sigo sin pasaporte y mi única identificación ahora es una solicitud de refugio en un país al que envidio su democracia y su paz, y al que agradezco la solidaridad conmigo y otras decenas de miles que también se han visto obligados a salir de Nicaragua sin fecha de retorno.
¿Cuánto tiempo estaré aquí? No tengo idea. Ahora no tengo un país al cual volver, y tampoco tengo otro país al que pueda ir. Aquella mañana, en el puesto de Migración no solo me despojaron de mi pasaporte, sino también de mi identidad y --aunque de facto-- hasta de mi nacionalidad.
Hoy es mi cumpleaños, y no estoy triste ni estoy feliz. A veces sí me siento de una manera y a veces de otra. Solo existo y espero que un día alguien pueda regalarme un pasaporte para poder viajar, a lo mejor el mío, con mi visa, ese que me robó la dictadura criminal del caudillo Daniel Ortega.