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La prensa bajo acoso

El presidente estadounidense no escatima adjetivos, especialmente contra los periodistas. Les ha llamado los "seres más deshonestos de la Tierra"

El diario estadounidense The New York Times alerta en un largo editorial alerta el riesgo de guerra que representa los dos nuevos miembros del gabinete de Trump

Guillermo Rothschuh Villanueva

19 de febrero 2017

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Estoy embarcado en una guerra con los medios
Donald Trump

 


El sociólogo vienés Paul Lazarsfeld, fundador del Bureau of Applied Social Research, contratista del Ministerio de Guerra de Estados Unidos, sostenía que las promesas de los candidatos a la presidencia de ese país, solo debían considerarse como meros flirteos, esos que los enamorados hacen a sus novias con el ánimo de conquistarlas. A contrapelo de sus aseveraciones, el magnate inmobiliario, Donald Trump, ha actuado de forma coherente. Para quitar espacio a la duda ha empezado a convertir en realidad sus ofertas de campaña. Le tienen sin cuidado las protestas, no importa si estas provienen de estadounidenses, europeos, chinos, oriente próximo o mexicanos. Con igual desdén asumió las marchas ocurridas dentro y fuera de Estados Unidos (el 21 de enero, un solo día después de asumir el mando, más de 500 mil mujeres solo en Washington, DC). Su comportamiento con la prensa se mantiene inalterable. No ha dejado de confrontarla. Pareciera cargarse de energía cuando dispara sus dardos contra medios y periodistas.

Trump continúa arremetiendo a través de su forma de relación predilecta con el mundo: a golpe de Twitter. La reincorporación del español en la página Web de la Casa Blanca, bajo protesta incluso de los miembros de la Real Academia Española (RAE), se realizó a través de tweet. ¿Seguirá convencido que después de ganar las elecciones, teniendo en contra buena parte de la prensa estadounidense, puede ejercer su mandato no solo dándole la espalda, también obviando su existencia o ignorándola? El primer mensaje explícito de Trump —durante su primera conferencia de prensa en New York, una vez electo como presidente— fue ningunear al periodista de la cadena televisiva Cable News Network (CNN), Jim Acosta. Le restregó en la cara que CNN es mentirosa — ¿ve, quien?— por haber dado crédito a un dossier sobre supuestos espionajes rusos en su contra. ¡Le plantó cara! No lo dejó preguntar. Con esta actitud ratificaba que no hará concesiones a quienes considera que le vilipendian. Sigue mostrándose agresivo.

El presidente estadounidense no escatima adjetivos, especialmente contra los periodistas. Utilizó el escenario de su reunión con los aparatos de espionaje para denigrarles. En Langley, Virginia, sede de los cuarteles generales de la Central Intelligence Agency (CIA), donde llegó a recomponer su relación —después de haber afirmado que no creía en su afirmación que los rusos lo habían espiado cuando estuvo en Moscú, mientras celebraba uno de los concursos de Miss Universo— efectuó frente a ellos un acto de contrición: En verdad les apoyo. No hay nadie que tenga una mejor consideración de la comunidad de inteligencia que Donald Trump. Les quiero, les respeto, añadió. Coherente hasta la temeridad aseveró que sus anatemas contra la prensa iban a continuar y han proseguido. Acusó a los medios de falsear la asistencia a su toma de posesión. La avalancha continúa. ¿Muy pronto rompió su declaración de amor? La acusación es la misma: los servicios de espionaje la tienen en su contra.

Como suelen hacer los políticos, durante el encuentro en la CIA subió el tono, recurrió a epítetos infamantes. Dividió la prensa en honesta y deshonesta: esa la que no cesa en mostrar sus imposturas, la que no transige con su manera de ejercer la presidencia. Más aireado que otras veces concluyó que los periodistas están entre los seres humanos más deshonestos de la tierra. Amo la honestidad, me gusta la cobertura honesta. Fue incapaz de aceptar las diferencias sustantivas, entre los 1.8 millones de personas que se hicieron presentes para acompañar al primer presidente negro de Estados Unidos y tomas referidas al acto de su posesión. Imposible que un hombre de su talante aceptara estos reportes. Su egolatría no compagina con los cuestionamientos de la prensa. Las fotos lo ponen en ridículo. Un duro revés para su condición vanidosa. En sus nuevos ataques reafirmó que no existe otra verdad más que la suya. Considera aberrante todo cuanto lo contradiga.

Al propulsor de la postverdad —eufemismo elevado a palabra del año durante 2016— sus asesores en la Avenida Pensilvania le hacen coro: acuñaron el concepto datos alternativos. En sentido estricto significa que la versión oficial debe ser la única a tomarse en cuenta. El Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, rebatió a la prensa e insistió en decir que esta había sido la mayor audiencia que jamás haya presenciado una toma de posesión. La consejera Kellyanne Conway, entrevistada por Columbia Broadcasting System (CBS), trató de aclarar el infundio y empeoró las cosas. Spicer —manifestó— había presentado datos alternativos. El periodista Chuck Todd dejó sentado ante Conway, que los datos alternativos brindados por Spicer no eran más que mentiras. No aceptó el embuste. Amplió la brecha que separa a los periodistas del mandatario estadounidense. La refutación irritó los ánimos. El presidente Trump se sintió agraviado.

Medios y periodistas están conscientes que lectores y audiencias han sido presa fácil de las mentiras propaladas por Trump desde la campaña y lo redituables que resultaron para sus pretensiones políticas. Las encuestas revelaron que el 90% de los republicanos dieron por ciertas las mentiras a las que recurrió su candidato para posesionarse frente al electorado. Cuando la prensa quiso reaccionar ya era tarde. Los asesores del presidente han decidido enfrentarla ofreciendo datos alternativos. En las pugnas por el poder, la verdad siempre es dada de baja por los políticos. Sobre todo si tienen certeza que sus afirmaciones, por muy reñidas que estén con la realidad, son acreditadas como verdaderas por sus seguidores. En su larga trayectoria, la relación prensa—gobernantes siempre ha sido tensa. En Estados Unidos supone que continuará profundizándose. Al menos eso han prescrito el presidente y sus consejeros.

La palabra del presidente de Estados Unidos tiene un peso enorme. No importa si dice verdades a medias, si oculta hechos o recurre a mentiras. Sus narrativas tienen una incidencia inconmensurable en la configuración de la Agenda-setting. Los creadores de esta teoría tuvieron ocasión de comprobarlo. Al analizar los supuestos que están en la base de su formulación —Robert Show y Max McCombs— comprobaron que el mandatario estadounidense ocupa un lugar prominente como su proponente. Todo cuanto dice o hace tiene especial interés para ciudadanía, medios y periodistas. Imposible obviar sus declaraciones. Darle las espaldas sería grave error. Los periodistas otorgan la importancia debida a todo cuando dice el presidente. La sociedad debe estar enterada de todo cuanto sale de su boca o de las instancias bajo su mando. No pueden tomar distancia. Sus decisiones afectan el planeta. Tienen alcance global.

El presidente Trump y sus funcionarios buscan alcanzar dos objetivos: conseguir que medios y periodistas se deslicen por la pendiente de la autocensura y evadir su escrutinio. De aceptarlo pondrían en entredicho toda una historia de la prensa estadounidense. Igual que muchos políticos, Trump cree que las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC), son suficientes para tender un puente con la ciudadanía e informarle a su manera de lo que acontece en el gobierno. La prensa siempre ha resultado incómoda para políticos y gobernantes. Interesados en la forma que se ejerce el poder, sus caminos se bifurcan cuando políticos y gobernantes rechazan críticas o alegatos que contradigan su visión del mundo. La historia enseña que se trata de una contradicción insalvable. El presidente Trump solo ha venido a convalidarla. Se muestra impermeable a toda controversia. ¡Su inmenso ego se transformó en su peor aliado!


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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