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La estéril búsqueda de un rival del dólar

Reunión de la cumbre de los BRICS.

Reunión de la cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia. Foto: EFE

Andrés Velasco

8 de noviembre 2024

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En materia de oportunidades fotográficas, la que ofreció la cumbre de los BRICS en Kazán, Rusia, no resultó particularmente inspiradora: cinco autócratas y dos líderes elegidos democráticamente prestando apoyo a un dictador que no puede salir de su país, porque pesa en su contra una orden de arresto por crímenes de guerra emitida por la Corte Penal Internacional.

Cuando en 2006 se inauguró el grupo de los BRICS (al comienzo solo Brasil, Rusia, India y China, pues Sudáfrica se unió en 2010), fue con el legítimo fin de representar a las mayores potencias económicas emergentes. El año pasado, el grupo pudo haber cimentado tal estatus si hubiera invitado a economías emergentes importantes y democráticas (imperfectamente democráticas, claro está), como México, Nigeria e Indonesia. Sin embargo, su tan bullada expansión comprendió a cuatro autocracias (Egipto, Etiopia, Irán y los Emiratos Árabes Unidos), tres de las cuales no compiten en las ligas mayores de la economía mundial.

La utilidad principal de los BRICS hoy día consiste en pintar a Rusia y China como los líderes del mal llamado Sur Global. Fiel a este objetivo, la reunión de Kazán desplegó un propósito claramente anti G-7: destronar al poderoso dólar estadounidense y reemplazarlo (en el comercio y las finanzas mundiales) por una moneda emitida por los BRICS. El principal impulsor de esta iniciativa es el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, cuyos médicos no le permitieron viajar a Rusia para asistir a la reunión (tiene 79 años de edad y hace poco sufrió una caída en su casa).

En enero de 2023, Lula anunció que su país y Argentina lanzarían una moneda común, la que eventualmente abarcaría a Paraguay y Uruguay para transformarse en la moneda del bloque comercial Mercosur. Esto no ha ocurrido, como tampoco ocurrirá el reemplazo del dólar por parte de una moneda BRICS —por lo menos en la forma que Lula lo desea—.


Según cualquier texto de introducción a la economía, una moneda debe desempeñar tres papeles. El primero es servir como unidad contable: el precio de un kilo de pan se expresa en dólares, pesos colombianos o chelines kenianos. Es por ello que en las cumbres anteriores de los BRICS se discutió la creación de una unidad contable común, tentativamente llamada R5 (dado que las monedas de los cinco integrantes originales del grupo de los BRICS comienzan con “r”).

La viabilidad de esta propuesta dependería de qué tan estable pueda ser la R5. La mayor parte del comercio mundial se denomina en dólares no en respuesta a una conspiración liderada por Washington, sino simplemente porque la baja inflación en Estados Unidos hace que el precio en dólares de la mayoría de los bienes sea razonablemente predecible.

Una moneda también debe servir como medio de intercambio. Un mecánico de automóviles que desea comerse una hamburguesa primero recibe su pago en la moneda local y luego la usa para cubrir su consumo en un restaurante. El equivalente global es que un residente de Delhi que desea café de Brasil primero emplea rupias indias para comprar dólares con los que paga al exportador brasileño, quien procede a cambiar los dólares a reales para poder remunerar a sus trabajadores.

“Todas las noches me pregunto por qué todos los países tienen que basar su comercio en el dólar”, dijo Lula en 2023 en un discurso ante el Nuevo Banco de Desarrollo en Shanghái. En realidad, la respuesta es simple: para costear los gastos de sus familias, los trabajadores azucareros brasileños necesitan reales, los que pueden adquirir de manera fácil y barata con dólares, pero no así con rands sudafricanos ni birrs etíopes.

El comunicado de la cumbre de Kazán, de hecho, llama a un mayor uso de las monedas de los países miembros de los BRICS, en lugar del dólar, en el comercio entre ellos. Pero esto podría funcionar solamente si el comercio entre cualquier par de países estuviese equilibrado. Por ejemplo, si los consumidores brasileños quisieran adquirir arroz de la India por un valor igual al del café que los indios desean comprarle a Brasil, al final de cada período comercial ninguno de los dos países terminaría acumulando la moneda del otro. Pero si el valor de las exportaciones indias a Brasil fuera sistemáticamente menor que el de las exportaciones brasileñas a la India, entonces las compañías de Brasil acumularían grandes cantidades de rupias —evidentemente, algo que para los brasileños resultaría inaceptable—.

Las discusiones posteriores a la cumbre de Kazán han hecho hincapié en los cambios que podrían ocurrir si los BRICS emitieran monedas digitales, algo que China ha empezado a desarrollar en los últimos diez años. Con las monedas de “papel” que se utilizan hoy, todas las transacciones internacionales realizadas en dólares pasan por bancos comerciales. Por contraste, las transacciones realizadas en monedas digitales acabarían con los intermediarios privados e involucrarían solamente a los bancos centrales. Pero el problema de los desequilibrios comerciales no desaparecería. ¿Se sentiría cómodo el banco central de Brasil con saldos considerables en rupias digitales, riales iraníes digitales o incluso renminbis digitales? Ciertamente que no.

El mismo dilema se produciría si, para el comercio entre los países del grupo, se utilizara una moneda BRICS (de papel o digital) en lugar de las monedas locales. De hecho, este problema es consecuencia del tercer uso de texto de la moneda: como depósito de valor. Cuando se trata de nuestros ahorros, solo empleamos monedas que no van a ser congeladas o confiscadas, ni van perder su valor a causa de la inflación. Para ver cómo se manifiesta este principio en la práctica, basta con examinar las reservas de los bancos centrales. En la actualidad, cerca del 60% de las reservas mundiales en divisas están en dólares, frente al 72 % en 2000. Durante el mismo período, el renminbi creció de cero a solo 2.6 %.

El lentísimo ascenso del renminbi refleja, en parte, los muchos controles de capital que China aún mantiene. Pero, más fundamentalmente, se debe a que el valor del dólar está respaldado por las instituciones de Estados Unidos —incluido su sistema judicial— que siguen siendo mucho más fiables que las de China.

Nada de lo anterior significa que el papel del dólar como reserva mundial está garantizado para siempre. Como descubrió Gran Bretaña hace un siglo, las cosas pueden cambiar si la participación de un país en la economía mundial se reduce demasiado. Y puesto que la moneda de un país es solo tan sólida como sus instituciones, las payasadas de Trump y la disfunción en Washington no ayudan. Tampoco ayudó el congelamiento de los activos que Rusia mantenía en el extranjero ni la exclusión de los bancos rusos de los sistemas de pago occidentales, por muy justificadas que hayan sido estas sanciones desde los puntos de vista político y ético.

Desde que Rusia invadió Ucrania, los bancos centrales de China, India e Irán, Turquía y otros países han ido diversificando sus reservas para dejar por lo menos parte de ellas fuera del alcance de Estados Unidos ¿Decidieron comprar más monedas de los BRICS, como lo sugirió la retórica que produjo su propia cumbre? De ningún modo. En su lugar optaron por comprar oro, lo que ha elevado su precio a niveles récord. Es probable que esta dura realidad condene a Lula a pasar aún más noches sin dormir.

*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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Andrés Velasco

Andrés Velasco

Economista, académico, consultor y político chileno. Fue ministro de Hacienda durante todo el primer gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010). Es director de Proyectos del Grupo de Trabajo del G30 sobre América Latina y Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science. Sus textos son traducidos por Ana María Velasco.

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