8 de octubre 2024
En la intimidad, el dictador Daniel Ortega ha sido del criterio y convicción que cuando se tiene derecho y hay oportunidad no puede ni debe renunciar a la candidatura presidencial. Este convencimiento se vuelve una consideración vital, estratégica, cuando se está ejerciendo un poder tan cuestionado como ahora. En una situación de amenazas y aislamiento creciente, el caudillo reafirma que él es la única carta segura.
Es cierto que Ortega ha ofrecido, en un acuerdo verbal e íntimo, que la candidatura del 2026 sería para Rosario Murillo, compromiso que disipó los roces para la candidatura de Ortega en el 2021. —En la siguiente vas vos — oyó decir resignada y confiada Rosario Murillo. Era la palabra del capo. Ella espera que le cumpla. ¿Lo hará?
Los liderazgos no se inventan ni se improvisan. Con este argumento (atribuido a Fidel Castro), Ortega presionó hasta imponerse a la Dirección Nacional del Frente Sandinista una vez que esta había decidido, por unanimidad, la candidatura del Dr. Mariano Fiallos para las elecciones de 1996. Él era el líder indiscutible, por lo tanto, el único candidato posible y esto no admitía sustituto. Sería una grave irresponsabilidad —sostuvo—. Ya se sabe lo que pasó. Desde 1979 hasta hoy, Ortega ha sido el único candidato del FSLN.
Es cierto que mucho se habla y se especula en los escenarios posibles para 2026, de la imposición de la candidatura de Rosario. Se ha pensado incluso que Laureano podría ser el “chigüín” de la dictadura. Hay no pocos “especialistas” dedicados a esos análisis. Y se considera poco probable que se renueve la candidatura del desgastado y viejo dictador.
Los Somoza fueron más pragmáticos en estos asuntos. Cuando fue necesario o conveniente, inventaron candidatos y presidentes de transición. La cultura política de Ortega es de otra naturaleza. En primer lugar: “todo menos entregar el poder”. Esa fue la lección estratégica que lo ha acompañado desde la derrota del 90. Cuando de elecciones se trata, Ortega es más bien de la cultura autoritaria de caudillos políticos, como Joaquín Balaguer, siete veces presidente de República Dominicana y eterno candidato presidencial. Balaguer, de 88 años y totalmente ciego, disputó la presidencia en las elecciones de 1994. Alguna vez dijo que sí, que estaba ciego, pero que la presidencia no era “para enhebrar agujas”.
Sería un error de análisis dar por sentado que Rosario será la candidata a la reelección dictatorial y que Ortega no se postulará. Y de esta posibilidad debe interesarnos el potencial de crisis que contiene para el debilitamiento del régimen. ¿Confía realmente Rosario que Daniel le cumplirá su promesa? ¿Qué estaría dispuesta a hacer para garantizar su candidatura? ¿Hasta adonde llegará? ¿Y si Ortega presionado (sobre todo desde fuera), se ve tentado a negociar la crisis, como ha hecho en el pasado y cambia el escenario electoral? ¿Confiará Ortega que Rosario le será fiel y aceptará un rol subordinado hasta el final, cuando le digan que ya no será candidata en el 2026 sino hasta el 2032?
Por otra parte, la sociedad nicaragüense y la comunidad internacional, ¿asimilarían otra candidatura de Ortega bajo un régimen electoral fraudulento como el anterior? ¿Aceptará una parte del Ejército un escenario de continuismo en esas condiciones de flagrante ilegalidad para cerrar el paso a la Rosario, o se abrirán esta vez visibles fracturas ante tal eventualidad? ¿La oposición iría a elecciones con Ortega de candidato, animada con la ilusión de derrotarlo como a Maduro en Venezuela? ¿Y la Iglesia seguiría sumisa, callada? ¿Hasta dónde puede llegar la disputa entre danielistas y chayistas al interior del actual orteguismo? ¿Sería esta disputa razón suficiente para una erosión interna verdaderamente significativa?
Humberto, con pragmatismo y realismo, muy suyos, fue claro y determinante: No existe ninguna posibilidad de continuidad familiar de este régimen. Nadie tiene ni tendrá la autoridad acumulada por Daniel, es una “locura” de la Chayo proponérselo. Es muy probable —para no decir seguro—, que Daniel comparta en silencio este enfoque de Humberto, pero Rosario lo rechaza de manera rabiosa. Es el espacio de las contradicciones y conflictos en potencia en la cúpula del poder lo que nos interesa. Contradicciones que caminan encubiertas, soterradas, no solo en la familia, sino que de alguna manera trascienden en buena parte del cuerpo del aparato estatal, comenzando por los mandos del Ejército. ¿De qué lado conviene situarse? ¿A quién apuntarse? ¿Con quién se protegen mejor sus intereses?
Enfatizo que aquí nos estamos refiriendo únicamente a un solo factor, sin pretender abordar las múltiples aristas que este proceso, ya en curso, puede tener en el cuerpo del orteguismo e incluso más allá. Por ejemplo, sabemos que los enormes recursos financieros de la familia Ortega-Murillo, —que quizá representan la primera fortuna del país—, son administrados desde mandos separados. Daniel, de las fuentes más gruesas, como energía, bancos, etc., y Rosario con sus hijos, de la nueva riqueza que abarca gran variedad de actividades, sobre todo comerciales, aduanas, etc., que cubren todo el país.
Por su parte, el gran capital tendrá que ir optando, emitiendo señales. ¿Con quién se sienten más seguros? La continuidad de Ortega tiene asegurada la prolongación de la crisis, y el ascenso de la Chayo puede abrir las puertas a lo desconocido y quizá mayor inestabilidad. ¿Optará el gran capital por dar una oportunidad a la búsqueda de un cambio democrático por una vía electoral creíble? ¿Estará en sus intereses? Pareciera que no, pues nunca se han multiplicado sus ganancias como ahora. Y el ciudadano de a pie, ¿qué tiene que ver con todo esto? ¿Se puede abordar esta crisis cupular del poder sin tener en cuenta a la gente, sus necesidades cotidianas, sus aspiraciones y el hastío con un régimen despiadado, cruel y corrupto?
Ortega está claro y fuera de toda duda, que ser excluido del poder que representa la presidencia sería el fin de su liderazgo político y ello lo volvería extremadamente vulnerable frente a todas las amenazas y demandas de justicia pendientes. Esta vez, además, no habría ninguna posibilidad de gobernar desde abajo y se extinguirían los hilos de control e influencia con los aparatos armados.
Encaprichados con desaparecer al FSLN para crear una organización cortesana, se quedaron sin partido y sin organizaciones populares que lo sustenten. Ortega sabe muy bien que ni los rusos ni los chinos llegarían jamás a su rescate. ¿Y Estados Unidos? Esperemos los resultados de noviembre. Así las cosas, la posible candidatura de Ortega frente a la eventualidad de futuras elecciones, es un escenario a tomar en cuenta.
El pueblo, que ha contenido hasta ahora su descontento, se mantiene al acecho y aunque carezca de liderazgo reconocido y confiable, seguro apostaría porque, en cualquier caso, y a como sea, este se convierta en el último escenario y el final de la dictadura. Eso es lo que nos importa.