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La democracia según Ortega

Beber la leche y maldecir la vaca

También participará en los actos de conmemoración del cuarto aniversario de la muerte de Hugo Chávez Frías junto con otros mandatarios del Alba.

Silvio Prado

14 de marzo 2016

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Las declaraciones de Daniel Ortega en Caracas sobre la democracia, dentro de sus divagaciones en el homenaje a Chávez, reafirman por enésima vez el talante político de la persona que ocupa la jefatura del Estado nicaragüense, en nada comprometido con los principios de la democracia que en teoría sostienen a la Constitución de la República.

Permiso para citarlo in extenso:


“… Lo que a final de cuentas vendría a dar la razón de ese gran debate que ustedes mismos tuvieron aquí, y es que, las Revoluciones solamente pueden caminar por la vía de la Insurrección de los Pueblos.

Como que el camino que nos plantea la democracia burguesa que es el camino de esas mal llamadas “Elecciones”… porque no es cierto, no existen Elecciones Libres para las Fuerzas Revolucionarias, no existen Elecciones Libres para las Fuerzas Progresistas, y cuando ya resulta imposible detener el Triunfo por la vía electoral de una Fuerza Revolucionaria y de una Fuerza Progresista, vienen los golpes de Estado…”

(Nota: las mayúsculas arbitrarias son del texto oficial)

Veamos el primer párrafo. Si los cambios revolucionarios sólo pueden ocurrir como efecto de las insurrecciones populares, ninguno de los gobiernos del ALBA debería colgarse el letrero de revolucionario porque todos (salvo el cubano) han sido fruto de elecciones celebradas bajo el formato de la democracia liberal, y no de una sino de sucesivas elecciones generales. Por tanto, si los gobiernos venezolano, boliviano, ecuatoriano y el nicaragüense no llegaron al poder mediante levamientos armados, ergo, no son revolucionarios, aun así se autoimpongan el sello de “revoluciones ciudadanas” o  presuman de “segundas fases de la revolución”.

Del segundo párrafo, a pesar de lo repetitivo -ya sabemos cómo habla el querido líder- se extrae las lecturas de mayor calado porque contiene las esencias del pensamiento orteguista. Al recuperar la vieja -muy vieja- categoría de la “democracia burguesa” para calificar a los regímenes políticos que reducen el ejercicio democrático a la celebración de las elecciones, omite -tal vez por ignorancia, quizás intencionadamente- que ese tipo de democracia de elitismo competitivo tan sólo es una modalidad más y, para más Inri, la que más sufrido los embates de las tendencias de participación ciudadana en los asuntos públicos.

Entonces viene la pregunta: ¿El único pero a la democracia “burguesa” son las elecciones o también le molesta todo lo demás que trae aparejado? Porque la democracia no sólo es una forma de elegir a las autoridades, también es un conjunto de garantías constitucionalizadas para tomar las decisiones que importan a la colectividad. Esto  implica un diseño del Estado que asegura la división del poder en instituciones horizontales independientes (Ejecutivo, Legislativo y Electoral) y verticales autónomas (los gobiernos regionales del Caribe y las municipalidades); un diseño pensado para impedir la concentración en una persona de todo el poder político que emana de la soberanía popular.

Pero el alcance de la democracia, tampoco para allí. Se extiende al campo de las relaciones del Estado con la sociedad, en el que se definen los deberes y los derechos que establecen los umbrales de ciudadanía, una relación conflictiva entre gobernantes y gobernados que pugna por inclinar la balanza en favor de uno de los polos y que sólo un régimen democrático arraigado en las libertades civiles y políticas puede garantizar su equilibrio.

Como ya se ha escrito con amplitud, si las versiones de la democracia se han dividido con claridad ha sido en torno a las interpretaciones sobre esta segunda dimensión de la democracia: entre una forma de ejercer el poder del Estado y una forma de vida en el ámbito público como en el privado.

De manera que la vieja dicotomía democracia burguesa-democracia popular, por la que perece decantarse tan exiguo dirigente, no sólo está caducada sino además pobremente contrastada con lo que ha sido el ejercicio de su gobierno consuetudinario. El enriquecimiento de su familia y de sus allegados a cuenta del erario público sin ningún tipo de control, es la mejor prueba de que al pueblo sólo han llegado los recursos por la parte más estrecha del embudo.

En cuanto a lo que las elecciones significan realmente para el señor Ortega, según sus propias palabras, no cabe esperar ningún gesto extraordinario del dueño del Estado en pro de la reforma radical del sistema electoral nicaragüense. Si las considera “mal llamadas” es que para él deberían tener otro nombre (¿designación, unción, coronación?) o simplemente no deberían existir.

Respecto a la puesta en duda sobre el carácter libre de las elecciones, tras la confesión del gran líder (“no existen Elecciones Libres para las Fuerzas Revolucionarias”) a uno le queda más claro el por qué de los fraudes descarados a partir de las elecciones de 2006, y el posterior desmantelamiento de los sistemas de partidos (incluido el propio FSLN) y  electoral. Sencillamente las elecciones son requisitos, meros trámites para esconder la verdadera naturaleza del ortegato.

Pero incluso asumiendo los anteriores planteamientos, no se entiende su animadversión hacia unas elecciones que no gane él mismo o sus amigos del sur, como Maduro, Morales, Kirchner. Algo así como <<las elecciones son justas y libres si son favorables a su ideología, pero son burguesas y amañadas si les son contrarias>>. Es la visión voluntarista de una persona que en vez de comprender y aceptar la pluralidad de ideas dentro de la sociedad y las divergencias que de ella se derivan, las ignora o rechaza desde el miedo a la incertidumbre de la democracia, la sangre que corre por las venas de los totalitarios de cualquier signo político.

Por eso rechaza la posibilidad de que haya elecciones libres, porque bajo esas condiciones los resultados no están asegurados de antemano ni pueden ser borrados o anulados porcentajes decisivos de votos. Reniega de las elecciones libres aunque su retorno al gobierno haya sido por virtud de esas “mal llamadas lecciones libres”. Un perla más de su rosario de contradicciones habituales: atiborrarse de la leche, pero maldiciendo la vaca.

 


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Silvio Prado

Silvio Prado

Politólogo y sociólogo nicaragüense, viviendo en España. Es municipalista e investigador en temas relacionados con participación ciudadana y sociedad civil.

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