9 de noviembre 2024
¿Qué tienen en común Tulsi Gabbard, Robert F. Kennedy, Jr., y la política alemana Sahra Wagenknecht? Que todos ellos parecen haber migrado a través del espectro político. Gabbard y Kennedy son exdemócratas estadounidenses que ahora apoyan con vehemencia a Donald Trump; y Wagenknecht ha pasado del ultraizquierdista partido alemán Die Linke (La Izquierda) a un nacionalismo estridente. A principios de 2024, fundó un nuevo partido, al que con modestia bautizó con su propio nombre. Tras los buenos resultados electorales que obtuvo en septiembre en tres estados del este de Alemania, parece probable que la Alianza Sahra Wagenknecht ingrese al Bundestag en la elección federal de 2025.
¿Son estas migraciones políticas reflejo de una mera traición a los principios movida por el oportunismo, o hay algo más complejo en juego? Una explicación obvia es psicológica: un desplazamiento a través del espectro político permite ganarse la valiosa moneda de la atención. Una persona acostumbrada a un alto perfil mediático necesita a veces un gesto dramático para volver a ser noticia. Pero los límites de esta explicación reduccionista son obvios: todos o casi todos los políticos buscan estar en el centro de la atención, pero muy pocos cambian de partido y de posiciones.
Es posible hallar una explicación más interesante en la historia del siglo XX. En el aparente pacto entre comunistas y fascistas para oponerse al liberalismo, el mundo se encontró con aquello de que “los extremos se tocan”, o lo que se conoce como la “teoría de la herradura” del extremismo político. Raras mezclas de rojos y pardos fueron prominentes durante la República de Weimar, cuando innovadores políticos combinaron la defensa de los trabajadores y el nacionalismo radical en pos de una alianza a través del espectro político bautizada Querfront. Aun así, los partidarios del “socialismo prusiano” o del nazismo izquierdista de Gregor Strasser siempre fueron minoría (a Strasser lo asesinaron secuaces de Hitler en 1934).
El supuesto de la “teoría de la herradura” es que tarde o temprano, un antiliberal terminará adoptando posturas de sus adversarios políticos oficiales. Pero puede que esto sólo sea válido en un nivel muy abstracto. Los socialistas y algunos conservadores pueden coincidir en objetar el capitalismo, pero la naturaleza de sus críticas diferirá. El conservador tal vez lamentará la destrucción de las formas de vida tradicionales, mientras que el socialista se quejará de la falta de libertad de los trabajadores. Asimismo, aunque sus propuestas puedan parecer similares en un nivel abstracto (ambos tal vez defenderán comunidades más pequeñas con una organización cooperativa), los detalles serán muy distintos.
La “teoría de la herradura” también se presta a abuso por parte de los liberales, porque les permite rechazar las críticas de izquierda por partida doble, catalogándolas no sólo de extremistas, sino también de ser cosa de nazis. (Pocas jugadas discursivas son más eficaces).
En cualquier caso, sólo el itinerario político de Wagenknecht parece estar basado en un antiliberalismo integral. En cambio, los desplazamientos de Kennedy y Gabbard parecen animados por la idea de que existe una cuestión primordial que justifica pasarse de bando.
Kennedy está obsesionado con las vacunas, e insiste en que no son seguras, a pesar de que estas afirmaciones han sido ampliamente refutadas. El tema de Gabbard son las “guerras eternas” de Estados Unidos; al parecer ha concluido que Trump será un “pacificador en jefe”, así como Kennedy adoptó a Trump como un posible “sanador en jefe”, movido por su supuesto deseo de políticas que hagan frente a la “enfermedad crónica” de los Estados Unidos (se dice que también intentó en vano conseguir una reunión con el equipo de campaña de Kamala Harris).
Los políticos que cambian de bando enfrentan una pregunta obvia: ¿por qué estuvieron aliados con gente que no ve la importancia primordial de su tema favorito, o que llegaron a conclusiones totalmente diferentes al respecto? No todos responderán con teorías conspirativas, pero es indudable que la respuesta más fácil es decir que a todos tus antiguos aliados políticos los han corrompido. No extraña que Kennedy sea famoso por esparcir peligrosas teorías conspirativas y Gabbard se haya pasado años inventando historias sobre Hillary Clinton, a quien retrata como una malvada belicista.
De modo que el itinerario desde la ultramarginación hasta la ultraderecha puede darse así. Comienza con un tema que es mucho más importante que todos los demás, pero que para tus aliados no tiene la misma urgencia. Cuando ya no te prestan atención, recurres a quienquiera que te acepte. Pero el único partido que te acepta tiene razones propias para querer presentar a tus antiguos aliados como corruptos.
La historia de Wagenknecht es más complicada. Presencia habitual de la televisión y con talento para la retórica, es muy eficaz repitiendo afirmaciones dudosas sobre la guerra de Rusia contra Ucrania. Pero a diferencia de Kennedy y Gabbard, Wagenknecht es una verdadera estratega política. Su partido está diseñado para llenar lo que ve como un espacio político vacante (nacionalismo combinado con socialismo) en el panorama de los partidos alemanes, a los que ha procurado dividir apelando a una variedad de temas conflictivos.
Por ejemplo, en la guerra en Ucrania halló un modo de dividir a los socialdemócratas y a los democristianos. Después de las elecciones de este año en el este de Alemania, los democristianos aceptaron negociar coaliciones con la Alianza Wagenknecht para evitar la formación de gobiernos que incluyan al partido ultraderechista Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania). Pero ahora Wagenknecht insiste en que cualquier acuerdo de coalición debe incluir posicionamientos sobre la guerra que (bien lo sabe) son inaceptables para los líderes democristianos; y esto a pesar de que la política exterior no es competencia de los Gobiernos de los estados.
Importantes figuras de su partido están dispuestas a hacer concesiones, pero Wagenknecht (quien al parecer desea tener un control férreo de su “Alianza”) intenta desacreditarlas. Lo mismo que Lenin, parece dispuesta a dividir su propio partido antes que perder el control y tolerar desviaciones respecto de la pureza ideológica.
Por supuesto, en una democracia el sistema político tiene que estar abierto. No hay nada de malo en que innovadores políticos tracen nuevas líneas de conflicto; permiten el realineamiento político. El problema es cuando esos innovadores apelan a teorías conspirativas y tratan de deslegitimar a sus adversarios y al sistema político en general.
Quinn Slobodian y Will Callison llaman a este fenómeno “diagonalismo”, y lo describen así: “En el extremo, los movimientos diagonales comparten la convicción de que todo poder es conspiración”. Slobodian y Callison identificaron el “pensamiento diagonal” (una traducción del concepto alemán Querdenken) durante la pandemia, cuando prominentes figuras del movimiento antivacunas alentaban protestas contra las políticas de salud pública, en las que a menudo se encontraban ultraizquierdistas New Age y agitadores de la derecha radical.
Ahora parece que el diagonalismo se está difundiendo por un mundo de universos mediáticos paralelos, donde es posible hallar abundante malestar político acumulado sobre algún tema único y primordial, no importa cuál sea.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.