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Hacia una agenda económica progresista

Los líderes progresistas tendrán que pensar no solo en redistribución, sino en la creación de riqueza y valor

El líder del Partido Laborista, Keir Starmer, este miércoles, durante su discurso de clausura del congreso anual celebrado en Brighton. // Foto: EFE | Facundo Arrizabalaga | Confidencial

Mariana Mazzucato

11 de octubre 2022

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Debido a que gran parte del mundo enfrenta inevitables desafíos de salud, energéticos, climáticos y relacionados con el costo de vida, los líderes políticos progresistas tienen la oportunidad de articular una alternativa significativa a las políticas económicas tradicionales. Para ello deben transmitir una visión audaz y coherente sobre cómo lograr un crecimiento inclusivo y sostenible.

En la conferencia anual del Partido Laborista del Reino Unido, que tuvo lugar la semana pasada, el líder del partido, Keir Starmer, explicó con lujo de detalles su ambición de convertir a Gran Bretaña en una “superpotencia de crecimiento verde” capaz de crear nuevos empleos, industrias y tecnologías. He conversado con el Partido Laborista sobre la necesidad de que la ecología esté en el corazón de la transformación industrial del Reino Unido y me complace enormemente que Starmer canalice las ambiciones necesarias para ello. Los líderes progresistas en todo el mundo debieran tomar nota.


La visión de los laboristas contrasta fuertemente con el manido paquete de desastrosos recortes fiscales “con efecto derrame” al estilo de la década de 1980, las políticas para reducir el poder de los trabajadores (¡más aún!) y las zonas de fomento económico que anunció recientemente el gobierno de la primera ministra Liz Truss. Mientras que la apuesta de los conservadores a la estabilidad fiscal obligó ahora al gobierno a volver sobre sus pasos con los recortes impositivos propuestos para quienes tienen mayores ingresos, poco se dice de las inversiones públicas -en áreas como infraestructura, innovación y educación- necesarias para impulsar el crecimiento económico. Por el contrario, los recortes fiscales aumentarán la deuda pública y llevarán a que el gobierno reduzca esa inversión tan necesaria.

Desafortunadamente, la falta de políticas progresistas audaces y claras permitió que la extrema derecha gane impulso en toda Europa, especialmente en Italia, que va rumbo a ser gobernada por la alianza posfascista de Giorgia Meloni. Siempre que los grupos con menores ingresos sufren --como sucede ahora y continuará ocurriendo durante el invierno-- los partidos xenófobos aprovechan sus penurias y culpan a otros (como hizo Donald Trump) para distraer a la gente de la debilidad o incoherencia de las políticas que proponen (o de su ausencia).

Los fracasos de las políticas anteriores y el incumplimiento de las promesas populistas constituyen una oportunidad para los líderes progresistas, pero para sortear tantos vientos económicos y políticos en contra no sólo tendrán que pensar en la redistribución, sino también en la creación de riqueza y valor. La meta no puede ser simplemente mitigar el daño de los impactos actuales, los argumentos progresistas contra la austeridad tienen que superar el llamado tradicional a los proyectos «listos para entrar en obra» y fomentar estrategias económicas integrales para lograr una recuperación sólida, sostenible e inclusiva.

La transición a una economía con emisiones netas nulas, por ejemplo, debe ser liderada por misiones industriales y de innovación ambiciosas que transformen a toda la economía: desde la forma en que construimos hasta la manera en que nos alimentamos y trasladamos. Eso generaría un crecimiento sostenible, los gobiernos atraerían inversiones y las orientarían, en vez de dedicarse a solucionar las desastrosas consecuencias de las malas políticas y prácticas comerciales perjudiciales.

Hay cinco dimensiones clave para una agenda de políticas económicas progresistas ganadora.

En primer lugar, debe ofrecer una nueva narrativa sobre la manera en que se crea valor para reemplazar a la arraigada narrativa anterior, según la cual el único líder es el sector privado y el Estado simplemente se dedica a arreglar las fallas de mercado mientras se avanza. Hace falta una noción clara de la inversión colectiva para el bien común, en la que el sector público sea el inversor de primera instancia, no el prestamista de última instancia.

En segundo lugar, una agenda progresista debe brindar tanto un Estado de bienestar bien financiado como un Estado de innovación dinámica, porque ambos van de la mano. Sin servicios sociales demasiadas personas seguirán en una situación vulnerable y sin acceso a los ingredientes básicos para el bienestar y la participación económica (entre ellos, la educación, la seguridad laboral y la salud). Y sin innovación, el crecimiento económico y las soluciones para los problemas sociales acuciantes -sean una pandemia, el cambio climático o la grieta digital- seguirán siendo inalcanzables.

A tal fin, los progresistas deben usar los desafíos sociales actuales como puntos focales para la estrategia industrial: desde lograr que las comidas en las escuelas sean más sanas, sabrosas y provengan de fuentes más sostenibles, hasta acelerar el ritmo de la innovación en nuestros sistemas de movilidad. Se pueden utilizar las compras basadas en resultados para impulsar la innovación en todo tipo de actividades públicas, desde las escuelas hasta la salud y el transporte. Y la crisis energética debe convertirse en una oportunidad para reorientar el crecimiento, para que sea tanto inclusivo como sostenible y esté liderado por la innovación verde en todos los sectores industriales, incluso los del acero y el cemento.

Los progresistas también deben impulsar los datos como bienes comunales, para que no sólo los gigantes tecnológicos, sino también los ciudadanos, sean los dueños y tomen las decisiones relacionadas con este recurso fundamental del siglo XXI. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, dio un ejemplo inspirador incorporando hackers al gobierno de la ciudad para mejorar la gestión de los datos para el bien público. Los gobiernos progresistas deben invertir en sus propias capacidades organizativas y revertir la tendencia al aumento de la tercerización, una práctica que hasta para algunos partidarios de la derecha fue demasiado lejos.

Finalmente, una agenda económica progresista debe ser inspiradora. Las políticas económicas progresistas deben ir de la mano del compromiso de los ciudadanos para forjar un vínculo claro con las mejoras en la vida de la gente. Imaginen por ejemplo si se aprovechara hoy el arte como ocurrió en la Works Progress Administration (el organismo para la promoción de obras) del presidente estadounidense Franklin Roosevelt.

A menos que los líderes progresistas fomenten una narrativa positiva e inclusiva del futuro, no ganarán las elecciones, pero para formular una estrategia ganadora primero deben romper claramente con las ideas que durante demasiado tiempo dieron forma a las políticas económicas.

El plan de Starmer es un paso bienvenido en esa dirección, aunque habrá que incorporar esos compromisos audaces a una agenda económica integral, inclusiva y sostenible. Como acaba de descubrir la izquierda italiana, si los progresistas luchan más entre sí que contra sus rivales, difícilmente puedan quejarse de los resultados.

*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.

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Mariana Mazzucato

Mariana Mazzucato

Economista estadounidense e italiana. Profesora en la Economía de Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en University College London (UCL) y el RM Phillips Chair en Economía de Innovación en la Universidad de Sussex. Considerada una de los pensadores más importantes sobre innovación.

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