Guillermo Rothschuh Villanueva
4 de diciembre 2016
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Resulta conveniente saber quién está detrás de las informaciones que generan medios y redes sociales.
Alarmados, varios directivos de la empresa preguntaron
en la noche electoral si la automatización completa de la
selección de las noticias le había dado la presidencia a Trump
David Alandete. El País, 27 Nov. 2016
La llegada de las redes sociales implicó la ruptura del monopolio que hasta entonces tenían los medios informativos. Su advenimiento abría un panorama de alcances incalculables. La democratización de la comunicación —una promesa incumplida por parte de los medios— había llegado. La interconectividad, la creación de Blogs y la aparición de Facebook marcaban un hito. Twitter se sumaría después a estos prodigios. La celeridad con que despegó Internet se aprecia mejor cuando constatamos que necesitó solo cuatro años para alcanzar cincuenta millones de usuarios, la radio tuvo que esperar treintaiocho, el teléfono treintaicuatro y la televisión trece. Con la ventaja que los internautas pueden conectarse entre sí, crear foros de discusión y colgar sus propias informaciones, sin tener que pasar y esperar la venia de los editores. Cada quien podía mediar su voz sin filtro alguno. Nos asomábamos al reino de la abundancia. El ascendiente de los medios se veía disminuido. Nada volvería a ser igual.
Con las elecciones presidenciales Estados Unidos-2016, emergieron nuevos fenómenos, evidenciaron que las redes sociales no son simples plataformas, Facebook funciona como una plaza pública, dejó sentado Steve Coll, decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia, la más famosa del mundo. Las cantidades de información que vehiculizan sus usuarios son gigantescas. Quedó al desnudo su forma de canalizar la postverdad, esa inclinación por situar en primer término la emotividad, sin interesarse en saber si las noticias emitidas son falsas o verdaderas. Las mentiras que logró colar el equipo de campaña de Trump (él mismo es un adepto casi enfermizo en divulgar mentiras), fue tan brutal que abrió el tema a debate. La noche de la elección muchos se interrogaban cuánto había contribuido Facebook en la elección de Trump como presidente. El mismo Zuckerberg se formuló esta misma pregunta. Ya no caben dudas sobre la forma que inclinó la balanza a favor del republicano.
Creo oportuno mencionar algunos aspectos; el más importante se refiere a la desvinculación de Facebook con todo tipo de reclamos legales. Todo un privilegio. Los audiovisuales requieren licencia para operar. Otro se ubica en el extremo opuesto. Los medios informativos disponen de periodistas y editores que controlan o tratan de controlar la información. La amplificación de nuestros gustos auspiciada por Facebook, produce el denominado efecto cámara de eco. Para el especialista español Pablo Barberá, catedrático de la Universidad del Sur de California, quienes están bajo sus efectos, la mayoría de información política que consumen, consolida sus creencias previas. Igual fenómeno acontece en los medios informativos. La diferencia es que Facebook lo realiza a través de un algoritmo. Mientras más cliquees un tema, el algoritmo de Facebook ensanchará el efecto cámara de eco. A la inversa, si obvias ciertas informaciones, con el tiempo sus contenidos dejaran de aparecer en tu muro.
En una sociedad que privilegia el entretenimiento —los estadounidenses son amantes confesos del big-show— siendo la TV el dispositivo que confiere mayor acogida a la emotividad y tiene en el rating su razón de ser, encontró en Trump un consumado actor que disparaba hacia arriba las audiencias. Sus salidas de tono y bravuconadas le permitieron acceder a tiempo gratis y que los medios se saltaran sus propias reglas: retransmitieron entrevistas telefónicas, sin estar frente a las cámaras. Las cosas hubieran empeorado si la prensa no hubiese intervenido. Echó por tierra buena sarta de falsedades. En Facebook —debido a su manera de operar— las mentiras y medias verdades circularon por montón. En Estados Unidos tiene doscientos millones de seguidores. Pew Research Center destacó que el 60% de los estadounidenses utilizó Facebook para informarse durante la campaña electoral. Los votantes del sector rural siguieron embobados, un dispositivo que hacía propaganda negra —tal vez sin pretenderlo— a favor de Trump. Los persuadió, dieron por ciertas sus mentiras.
Las críticas a Facebook ratifican mi creencia —pese a la mala fama que cargan— sobre la importancia de los editores. La credibilidad de los medios informativos la basan en la veracidad de sus informaciones. Tienen que cuidarse de no transmitir mentiras. Si lo hacen se exponen a perder la confianza lograda entre sus lectores, radioescuchas y televidentes. Sin una adecuación o sintonía entre lo que informan y lo que ocurre en la realidad, los medios corren el riesgo de dilapidar su prestigio. No pueden difundir mentiras de manera descarada. La función del gatekeeper no solo es de carácter político-ideológico, su función de control va más allá —ceñirse a los hechos— porque de lo contrario no gozaran de la aceptación de audiencias y lectores. La evidente inconsistencia de los controles de Facebook, obligó a su principal mentor, Mark Zuckerberg, a tomar medidas para no continuar exponiéndose al escarnio. ¿La prontitud de su respuesta evitará el descrédito? Hay que esperar un rato. Es muy temprano para saberlo.
Las reacciones contra Facebook —en distintas partes del mundo— estallaron ante la gravedad de lo ocurrido. Richard Heydarian, analista político radicado en Filipinas, uno de los países con más rápido crecimiento de esta red social, piensa que estas medidas debieron tomarse desde hace rato. Con sentido común apabullante, el presidente Barack Obama, dijo que “Si todo parece ser lo mismo y no se hacen distinciones, entonces no sabremos qué proteger”. La gravedad del asunto se debe a que una cuarta parte de la población mundial, tiene una cuenta abierta en Facebook. La canciller Alemana, Ángela Dorothea Merkel, adelantó que ha considerado seriamente establecer medidas “para forzar a las redes sociales a hacer público cómo clasifican sus informaciones”. En Indonesia, el gobierno clausuró sitios que ellos dicen que promueven noticias falsas. Lo ocurrido en Estados Unidos contribuirá a poner en bandeja el pretexto requerido, para que algunos gobiernos ejerzan la censura. El poder de Facebook es más grande fuera de Estados Unidos.
Resulta conveniente saber quién está detrás de las informaciones que generan medios y redes sociales. Con la prensa existe la ventaja de conocer los nombres de los periodistas que están detrás de la noticia. Siempre será pertinente saber quién dijo qué y por qué. Tener presente su condición ética. Para frenar las mentiras de Facebook, Zuckerberg ofreció un recetario encaminado a trabajar con periodistas y medios, “para tener no solo su opinión, sino también entender mejor sus sistemas de verificación y aprender de ellos”. Igualmente propone acabar con el negocio de las noticias falsas, montar un sistema de detección de mentiras más sólido, auxiliarse de organizaciones de prestigio dedicadas a verificar hechos, etiquetar historias que han sido marcadas como falsas, incluir avisos que enciendan la luz roja para frenar noticias falsas antes que ellos mismos lo hagan. Qué no basta, advierten los entendidos. ¡Cierto! Por algo tenía que empezarse. Una tarea urgente.
La inflexión que vivimos, empalma la crisis de Facebook con la pesadilla que atraviesan los informativos. La conjunción de ambos reveses no debe conducir a conclusiones fáciles. Aun con los apuros que sufre la prensa y la pérdida de credibilidad que ha venido acumulando a través de los años, ocurrió un fenómeno sorprendente: quién iba a pensar que The New York Times iba a obtener 45 mil nuevas suscripciones a mediados de noviembre y que 10 mil más se abonaron a The New Yorker. Una sorpresa agradable. Una particularidad de las redes sociales consiste que el 80% de lo que circulan, son producidos por personas ajenas al periodismo. Un reto para las redes que tienen que lidiar con impostores, como para la prensa que ya debió haber asimilado la pérdida de la hegemonía noticiosa. Estos dilemas exigen revisar profundamente sus mecanismos de funcionamiento. Abrirse a sus lectores y audiencias. Entre más cercanos mejor valorados. Volver al reporterismo. Pulsar el sentimiento de sus seguidores.
Económicamente los medios informativos operan con desventaja, aunque la necesidad de contar con instituciones dedicadas a informar —atendiendo los requerimientos y necesidades más apremiantes de la ciudadanía— quedó confirmada durante el cotejo electoral estadounidense. Su fallo consistió en alejarse de la gente y creer a pies juntillas en los resultados de las encuestas. Tampoco creerse el cuento de su omnipotencia. Tienen que reencontrarse con las fuentes y mantenerse firme a los jaloneos de los anunciantes. La encrucijada y los dilemas que confronta la prensa son acuciantes. Encontrar un modelo de negocios que evite las jaquecas permanentes en que viven. La celeridad con que reaccionó Zuckerberg debe servirles de estímulo. Su resolución y dinamismo debe ser inmediata. El periodismo seguirá existiendo. La ciudadanía urge que los poderes sean fiscalizados y sometidos a rendición de cuentas, labor que solo pueden cumplir de forma exitosa, organizaciones especializadas en estos avatares. ¡Facebook no nació ni existe para este propósito!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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