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Evaluación del curso de la crisis

El orteguismo no surge para resolver problemas nacionales. Surge, a partir de la tradición sandinista, para darle estabilidad militar al caos.

El orteguismo no surge para resolver problemas nacionales. Surge

Fernando Bárcenas

3 de enero 2020

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Evaluar un proceso social conflictivo en desarrollo debe partir de consideraciones metodológicas para que tal evaluación tenga algún asidero serio. Es decir, para que recoja la realidad en su auto transformación, por contradicciones internas de la sociedad.

O sea, no hay lugar para los deseos, las apreciaciones subjetivas, la especulación, el gusto personal, la fe, o para las intervenciones divinas. Cosas que no intervienen, por ejemplo, en el diseño de una obra técnica de ingeniería, pero que proliferan espontáneamente en nuestro país en los comentarios políticos. Para lo cual, al parecer, no se requiere formación alguna y, en consecuencia, no habría tampoco nada que aprender.


Por desgracia, no hay especialistas en nuestro país en el tema de las luchas políticas, que durante la crisis se revelan decisivas para la suerte de la nación.

La dictadura reproduce un sistema productivamente atrasado

En primer lugar, la crisis política es profunda, estructural, objetiva, no es ocasionada sólo por errores y crímenes del orteguismo, aunque seguramente, tales errores de dirección política, por su naturaleza dictatorial y por la violación criminal de los derechos humanos a partir de abril de 2018 (que es el más grave error político de nuestra historia, cargada a suficiencia de graves errores políticos), desencadenó de forma visible una contradicción que subyacía objetivamente en el tejido de la sociedad como una enfermedad crónica.

El punto es que en tal contradicción conflictiva aún no maduran los elementos sociales que resolverían progresivamente, es decir, cualitativamente, la contradicción que impide la formación de la nación. ¿Cuáles son estos elementos faltantes? Un empresariado capitalista desarrollado, competitivo, o una clase obrera altamente productiva y numerosa. Lo que no significa que la dictadura orteguista —como el somocismo en su momento, el sandinismo, el arnoldismo— no vaya a terminar pronto, porque no resulta viable.

Significa, sin embargo, que es difícil que con la caída de Ortega sean posibles, además, los cambios estructurales necesarios para salir del atraso.

Durante la crisis, la dictadura medieval no resuelve los problemas que se suscitan con el conflicto social, sino, que reproduce la crisis del sistema. El orteguismo no surge para resolver problemas nacionales. Surge, a partir de la tradición sandinista, para darle estabilidad militar al caos, e impunidad a la corrupción, con un estado de excepción-permanente, lógicamente inviable. De modo, que esta dictadura familiar —extraordinariamente débil e incapaz políticamente— está condenada a desaparecer a muy corto plazo porque genera explosiones sociales.

Ortega no aprende, siquiera, con golpes duros. La crisis no le ha enseñado nada. Es más, pese a su aislamiento, piensa que la masacre, y que la interpretación retorcida que hace de los hechos de abril, le han salido bien. El Ejército, por propia torpeza, piensa lo mismo, y al adoptar públicamente el mismo lenguaje interpretativo de la realidad comparte el significado opresivo del poder dictatorial, tirando por la borda su pretendida neutralidad. Quizás, su propia colusión confesa le resulte compleja de entender.

En el año 2019, la dictadura incrementó su desorden interno, adoptó medidas desesperadas, improvisadas, erráticas, que agravaron la crisis de las instituciones del Estado, de la economía en general, y de sus propias empresas. Prepara una implosión, aunque se contenta con ver que se mantiene el reflujo de las movilizaciones de masas, y que la palestra opositora ha sido tomada por políticos tradicionales, con pleitos de grillos en torno a una coalición que no logran conformar, ya que no pueden otra cosa que apostar por un proceso electoral del que no tienen control. En suma, juegan absurdamente a la democracia en una realidad esencialmente dictatorial. Y a esa ficción especulativa, en manos de Ortega, le llaman lucha cívica.

Ortega, sin embargo, no compra tiempo, ni la situación política se estanca, sino, que la dictadura acumula tensiones decisivas.

La crisis social avanza en 2020

En 2020, algunas industrias y servicios estratégicos (como el INSS) pueden hacer sonar las alarmas, como en los puertos cuando los barcos navegan envueltos en la niebla. La crisis más estratégica es la de la industria eléctrica, que se encuentra en situación especialmente grave de riesgo financiero creciente, con posibles apagones por falta de pago de las distribuidoras a los generadores. Lo que arrastraría al resto de la economía hacia una situación de alto riesgo. El INE, para financiar abusivamente a las distribuidoras, se lanza ilegalmente, por medio de incrementos tarifarios discrecionales, contra el bolsillo de los ciudadanos (que deben escoger entre pagar el robo o comer).

La dictadura, por su parte, pretende que la población, en tal trance, renuncie a comer, por lo que aprueba una ley pretoriana en 2019 que faculta a las distribuidoras a embargar los bienes de los ciudadanos que estén en mora en el pago de la factura eléctrica.

En fin, la crisis trabaja para un cambio del sujeto social en rebelión, en una próxima explosión social al margen de los políticos tradicionales electoreros.

¿Cuándo participar en elecciones?

El partido revolucionario ayuda a los trabajadores a confiar en sus propias fuerzas, a confiar en la movilización colectiva.

Si un importante sector atrasado de la población confía en las elecciones organizadas por Ortega (amañadas o menos) como medio de solución de sus problemas, el partido progresista participa en esas elecciones orteguistas con los problemas de las masas como plataforma. Uniendo sus demandas inmediatas con la necesidad de tomar el poder para solucionar sus problemas. Lo fundamental para un partido progresista es cómo la sociedad percibe las elecciones. Su tarea es contribuir a la maduración de la conciencia independiente de los trabajadores por propia experiencia, no incrementar la confianza en el proceso electoral diseñado por Ortega.

No se trata de confiar ni delegar en nadie, por vía electoral, sino, de aprovechar las elecciones para fortalecer la lucha directa de los trabajadores en contra de la dictadura. Máxime en una situación confrontativa crítica que tiende a convertirse en crisis humanitaria.

Siguiente etapa de la lucha

Ortega es un simple accidente del atraso económico, del que la nación en movimiento se deberá desprender como de un molesto forúnculo de la adolescencia.

A la primera etapa de la crisis, y por la misma causa de fondo, le sigue otra radicalmente distinta, como las ondas secundarias superficiales de un sismo, que resultan más devastadoras que las ondas primarias internas, que llegan primero y sirven de advertencia.

La brutalidad orteguista sacó de equilibrio a la sociedad, y las fuerzas sociales siguen sus propias leyes dinámicas, en función de las contradicciones de la realidad en crisis. La sociedad, a su modo, se polariza y acumula tensiones calladamente. Lo que despista a Ortega que piensa neciamente que con la represión brutal todo está normal, a pesar que el desorden dentro del Estado avanza hasta el borde de la bancarrota.

La conciencia política que se manifiesta en la crisis, es el tablero en el que se encuentran alineadas las piezas de cada sector social, en su posición estratégica. Es expresión de la correlación de fuerzas dispuesta a la confrontación. Ortega, por su talante dictatorial, da una patada al tablero político que no le favorece, como si la realidad política se moldeara a patadas.

El carácter militar de la dictadura

Durante su intervención en el Consejo Político del ALBA-TCP, llevado a cabo en Managua el 14 de noviembre pasado, refiriéndose a la renuncia de Evo Morales, Ortega dijo: “El Ejército y la Policía son determinantes para inclinar la balanza a favor del Capital y del Imperio o a favor de los Pueblos. Son determinantes en situaciones como esta”.

Lo decisivo en la lucha política no son las armas, como cree Ortega, sino, la conciencia política cambiante de quienes las empuñan. Ello es lo que hace que durante una implosión los ejércitos se desmovilicen de pronto sin combatir, o dirijan sus armas contra el poder reaccionario en bancarrota histórica.

Ningún sector social se rebela por conceptos ideológicos (por ejemplo, por los conceptos de democracia versus dictadura, como piensa la UNAB), sino, por el deterioro de sus condiciones de existencia, lo cual es relativo a las expectativas de los ciudadanos.

La torpeza orteguista radica en agravar la crisis social. Cada paso que da la dictadura durante la crisis (con alzas en los combustibles, con incrementos en la tarifa de electricidad, con multas de tránsito a granel, con impuestos, etc.), para mantener sus ingresos sorteando momentáneamente su propia crisis financiera, se convierte en una agresión directa contra las condiciones de existencia de la población. De modo que, por miopía y torpeza, Ortega se convierte en un hueso atorado en la garganta de la sociedad, que ésta –incluidos los militares de base- deberá escupir.

*Ingeniero eléctrico

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Fernando Bárcenas

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