28 de diciembre 2023
Les llevó a los líderes de la Unión Europea ocho horas —poco tiempo, considerando lo habitual en la UE— ponerse de acuerdo para iniciar las negociaciones con Ucrania para su ingreso. Aunque esta decisión representa una gran victoria para el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, tuvo un costo elevado, ya que el primer ministro húngaro Viktor Orbán bloqueó el desembolso de 50 000 millones de euros (USD 55 000 millones) de asistencia que Ucrania necesita desesperadamente para defenderse. Mientras la guerra se acerca a su segundo aniversario, Europa enfrenta un dilema.
La estrategia de la UE para Ucrania descansa sobre tres pilares: en primer lugar, los líderes europeos se comprometieron a definir la victoria como la restauración de la integridad territorial ucraniana, y prometieron apoyar a Ucrania hasta que recupere todos los territorios ocupados por Rusia durante las etapas iniciales de la guerra.
En segundo lugar, las políticas de Europa frente a Rusia se centraron únicamente en aplicarle sanciones económicas y aislarla en el plano internacional: las empresas occidentales abandonaron masivamente San Petersburgo y Moscú, el G7 impuso un tope al precio del petróleo ruso y cientos de diplomáticos rusos fueron expulsados de las capitales occidentales.
Por último, Europa no dependía tanto de la asistencia estadounidense desde la Guerra Fría. A pesar de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, el Gobierno del presidente Joe Biden destinó importantes recursos diplomáticos, económicos y militares a garantizar la seguridad y estabilidad europeas.
Por consiguiente, Ucrania logró conservar aproximadamente el 82 % de su territorio previo a la invasión, y Rusia sufrió pérdidas significativas de personal y recursos. Además, la alianza transatlántica —considerada extinta durante el Gobierno del expresidente estadounidense Donald Trump— es más fuerte que nunca desde el fin de la Guerra Fría.
Pero todos esos pilares han comenzado a tambalearse. Aunque mediante prestidigitación procedimental se frustró el intento de veto de Orbán al acceso de Ucrania a la UE, la decisión constituye más una victoria simbólica que práctica, ya que no soluciona la actual demora en la entrega de asistencia financiera fundamental. En los campos de batalla de Ucrania oriental, la guerra quedó en un punto muerto favorable a Rusia cuando el contragolpe ucraniano, cargado desde un primer momento de expectativas poco realistas, no alcanzó los objetivos buscados.
Además, la eficacia de las sanciones impuestas a Rusia fue puesta en duda cuando una reciente investigación de Politico reveló que las restricciones occidentales resultaron mucho menos devastadoras de lo inicialmente previsto. Mientras el presidente ruso Vladímir Putin recorre Medio Oriente y amenaza con abrir nuevos frentes en Europa, en Washington surge consenso sobre la necesidad de que EE. UU. se relacione con Moscú después de las elecciones presidenciales de 2024.
El menor interés estadounidense por la guerra de Ucrania es la mayor amenaza a la estabilidad europea. La mayor preocupación de los líderes europeos es un posible regreso de Trump a la Casa Blanca en 2025, ya que los gabinetes estratégicos de derecha han comenzado a preparar planes para “desactivar a la OTAN” y se manifiestan a favor de “trasladar el peso de los costos” en vez de compartirlos.
Pero el problema va más allá de Trump; incluso el Gobierno de Biden, cuyo papel para coordinar la defensa ucraniana fue fundamental, parece haber cambiado de idea. En una conferencia de prensa reciente con Zelenski, Biden agregó una nueva frase: afirmó que EE. UU. apoyará a Ucrania “todo el tiempo que pueda”, en vez de “todo el tiempo necesario”. A Zelenski, que viajó a Washington para suplicar a los legisladores republicanos por la aprobación de un gran paquete de ayuda, pero no logró avances significativos, se lo notó claramente desanimado.
El cambio en la retórica de Biden pone de relieve el dilema que enfrentan los aliados europeos de Ucrania y resalta la urgencia con la que Europa debe repensar su estrategia. En primer lugar, no se debe limitar la definición de la victoria ucraniana al territorio que recupere de los rusos. Su carácter e identidad de posguerra, especialmente su compromiso con los principios democráticos, son igual de importantes. Si Ucrania emerge de esta guerra como una democracia vibrante y se convierte en miembro de la OTAN y la UE, sería una victoria espectacular, independientemente de la cuestión territorial.
Es por ello que los países occidentales debieran centrarse en apoyar a Ucrania para que haga realidad esa visión. Los europeos debieran ayudar a Ucrania a reformar su economía y sector de defensa para reducir su dependencia de los caprichos de la política interna occidental. Esto le permitiría establecer mecanismos financieramente sostenibles para defenderse de las agresiones rusas. En vez de esperar a que la guerra llegue a su fin, los Gobiernos occidentales deben ayudar a Ucrania a reconstruir su economía y su base impositiva mientras el conflicto está en curso.
Esta redefinición de la victoria ucraniana debe ir de la mano con una nueva comprensión de qué constituye la derrota rusa. Dado que es poco probable que la guerra termine con Putin y sus secuaces en el banquillo de los acusados de La Haya, los líderes de la UE deben lidiar con los desafíos a largo plazo que plantea el conflicto multifacético entre Rusia y Europa, teniendo en cuenta la crisis energética, la agitación política y la inestabilidad geopolítica. Un conflicto prolongado con un régimen ruso rebelde requiere una estrategia holística que implica establecer canales para entender las intenciones y tácticas del Kremlin, y anticiparse a ellas.
Independientemente de quien ocupe la oficina oval en enero de 2025, Europa debe reducir su dependencia de EE. UU. Esto implica aumentar el gasto en defensa y desarrollar una estrategia conjunta eficaz. Permitir que un solo Estado miembro se apropie de la agenda completa de política exterior del bloque, como hizo Hungría, no es sostenible, ni compatible con las ambiciones de la UE de influir sobre un mundo multipolar.
A pesar de esos desafíos, es posible que la reunión del Consejo Europeo de este mes haya sentado las bases de una nueva visión para Europa. Los últimos dos años estuvieron signados por un alineamiento inesperado entre los Estados miembros de la UE: Francia descubrió un renovado entusiasmo por Europa Oriental y la ampliación, y Alemania, un creciente interés por la defensa. Hasta parece que Italia ha abandonado su romance previo con Rusia y el Reino Unido está reactivando lentamente su relación con la UE.
Con las elecciones cruciales para Europa, EE. UU. y el Reino Unido que se avecinan, el futuro de la alianza transatlántica sigue fluctuando. Para sobrevivir en medio de las transformaciones regionales y mundiales, la UE debe aprovechar este período de incertidumbre y cambio para desarrollar una estrategia que le permita, tanto al bloque como a Ucrania, capear los desafíos de los próximos años.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.