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Elogio del FSLN a tres años de abril de 2018

El país se pobló de barricadas y a cada acción represiva correspondió una reacción insumisa de talla masiva

19 de abril 2021

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El triplemente impopular decreto de reforma a la seguridad social fue publicado el 18 de abril de 2018. Ese día tuvo lugar el plantón de protesta que se considera el inicio de la rebelión, la última en Nicaragua, hasta el momento. Un grupo relativamente pequeño de universitarios y activistas de la sociedad civil se reunieron en el complejo comercial conocido como Camino de Oriente, donde fueron brutalmente agredidos con tubos y piedras por militantes de la Juventud Sandinista y otros grupos de choque organizados para tal efecto. La jornada se saldó con ocho personas heridas que presentaron fracturas y hemorragias.

El país se pobló de barricadas y a cada acción represiva correspondió una reacción insumisa de talla masiva. Prendió la chispa rebelde de la que muchos esperaban que brotaría una nueva aurora. Una rebelión multiclasista fue la partera de nuevos liderazgos políticos y de nuevas figuras de pasarela, dos tipos de personajes que se confunden solo porque ambos aparecen en el mismo escenario, pero a los que urge distinguir porque tienen funciones muy diversas: los liderazgos pueden ser democratizantes, las figuras son embriones de autócratas. La rebelión extrajo en parte su fuerza de las mismas fuentes que la hicieron sucumbir: el altar de la espontaneidad les otorgó el don de la ubicuidad y los privó de estrategia, la horizontalidad y el repudio a la jerarquía intentaron cortar de raíz el caciquismo, pero pagaron un elevado precio en descoordinación y a la postre fueron un autoengaño porque los políticos avezados y los empresarios organizados tomaron la sartén por el mango en la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, la primera coalición nacida de la revuelta y también su sepulturera.


La Alianza Cívica enterró la rebelión porque la burocratizó al sacar los cuarteles generales rebeldes de su emplazamiento en las universidades tomadas para instalarlos en los salones de los hoteles. Ahí sus miembros se encerraban a soñar y discutir sobre el futuro postortegano –como los bizantinos que debatían sobre el sexo de los ángeles mientras los turcos invadían Constantinopla-, sin haber logrado resolver los problemas candentes que tenían entre manos, o que más bien les ataban las manos. Cuando debían haber estado diseñando una estrategia contundente de lucha inmediata, se dedicaron a elaborar programas para la Nicaragua libre y luminosa del futuro. Les pudo el tecnócrata: a unos por mala fe, a otros por falta de experiencia, a todos porque les acometió ese triunfalismo que es un aliciente imprescindible de los levantamientos y un lente que distorsiona la realidad.

Antes de que pudieran reaccionar, los rebeldes estaban enterrados, desterrados y aterrados. Más de trecientos muertos, decenas de miles de exiliados y al menos un millar de presos políticos –si sumamos los de larga permanencia y los de puerta giratoria-, debilitaron a la oposición que estaba menos o nada dispuesta a transigir con Ortega.

La represión fue brutal y desproporcional. La pareja presidencial no se percató de que el nuevo entorno hacía inviables sus proyectos: la Nicaragua linda y solidaria, el vivir bonito. Había perdido sus oportunidades financieras y aniquilado su capital político. Su respuesta artillada condujo al país hacia una enorme catástrofe de múltiples dimensiones y secuelas. Las subsecuentes sanciones y del deterioro económico dieron cancha a otros triunfalismos insensatos: un sancionado más y el régimen cae, el ejército golpeará la mesa de Ortega antes que ser sancionado, los depósitos descienden en caída libre y eso postrará al gran capital, renunció Rafael Solís y miles lo seguirán, la OEA amenaza con aplicar la carta magna y obtendrá las reformas electorales en mayo de 2019, en mayo de 2020, en mayo de 2021… Y las reformas llegaron pero, como era previsible para todo el que no estuviera dándose atol con el dedo, fueron otra vuelta de la tuerca de la represión.

A veces regurgitando optimismo, a veces irresoluta, siempre fragmentada, la oposición se enfrascó en la campaña electoral, habitando el país que Ortega y la OEA les dicen que existe, aunque ninguna traza del mismo esté a la vista. Casi todos los candidatos son pródigos en sus declaraciones. Pero el tema de la justicia y no impunidad, que debería estar en sus bocas tres veces al día, apenas asoma entre sus labios apretados muy de vez en cuanto, y casi siempre a petición de los periodistas. Ocurre que las víctimas y sus familiares no suman muchos votos y el tema se ha vuelto incómodo para los candidatos cuyo ilusorio chance de ganar tiene la condición implícita de ser aceptables para Ortega.

Sin embargo, creo que vale la pena dar la batalla electoral, no para ver qué cuotas se le “arrancan” el régimen, sino para que a muchos más nos invada la rabia cuando el fraude sea perpetrado. El gran problema es limitarse a ese ámbito de lucha, mientras el FSLN continúa con su estrategia de asestar golpes por todos los costados. Algunos de los rebeldes que adquirieron cierta notoriedad se están profesionalizando en la política electorera sin conocer las innumerables ramificaciones de la política. Se dejan un vistoso copete siempre bien acicalado, visten níveas camisas manga larga y repiten los clichés políticamente correctos. Hayan sido o no alguna vez políticos de la calle, se volvieron rebeldes de salón. Los dirigentes de los partidos políticos reclutan a un par de ellos y proclaman “Tenemos a los líderes de las organizaciones juveniles universitarias”, aunque algunos de sus conscriptos ya no sean jóvenes ni universitarios, ni dirijan otra cosa que organizaciones casi unipersonales.

El FSLN no actúa así ni está compuesto por gente de esa pasta. Sus miembros siempre fueron una minoría diminuta desde que quinientos o tal vez mil militantes, entre combatientes y colaboradores civiles, dirigieron la insurrección que derrotó a la Guardia Nacional en julio de 1979. Hoy son muy pocos y van a menos. Pero son más que entonces, están organizados y tienen una noción más amplia de la política que sus rivales. Saben que la información es valiosa y que se recolecta con tenacidad de hormiga y se atesora con avaricia, saben que existe un voto blando por el que hay que luchar hasta el último minuto, saben que el trabajo de base se hace casa por casa, saben que la política no se juega con las reglas del béisbol porque la única regla es que todo lo que no sea contraproducente se vale, y saben mucho más. Los militantes de base de más de cuarenta y cinco años de edad estuvieron en los cortes de café, las jornadas populares de salud, el servicio militar y las milicias. Ahí aprendieron de política. No en los salones, escuchando a los profesores del INCAE hablarles de Guillermo O'Donnell y Karl Popper, teóricos a los que es imprescindible leer, pero también contrastar con las condiciones de la calle y con los clásicos de izquierda y otros teóricos y prácticos.

Esa militancia constituye la riqueza del FSLN. Lo propio del eficaz Estado represor a la cubana que tenemos en Nicaragua no es el uso de AKs-47 o determinado tipo de torturas. Lo característico se basa en este principio: un trabajo de inteligencia policial se imbrica en las organizaciones de masas. Las bases son los soplones, el ejército de reserva, los llenadores de plazas, los “ojos y oídos de la revolución”.

Las tesis más difundidas sobre cuáles son los pilares sobre los que se sostiene el régimen de Ortega mencionan el petróleo venezolano y el pacto con el gran capital. La transfusión del primero descendió a niveles insignificantes desde 2017 y el segundo está herido de muerte. Y, sin embargo, el FSLN se mueve. Me gustaría decir que ese movimiento es el de sus estertores, pero no lo creo y no creeré en tanto el militante más emblemático de los universitarios siga más pendiente de su copete que de su labor política y en tanto no sea acicateado por el imperativo de representar a alguien más que a sí mismo, mientras la militancia sandinista situada en la otra esquina, aunque pequeña, siga siendo pencona y esté dispuesta a jugarse el pellejo.

¿Quién dijo que todo está perdido? La oposición tiene unos liderazgos de los que echar mano. Hubo miles de muchachas y muchachos en las barricadas y en otros escenarios de la rebelión de abril. Varias y varios de ellos tenían años de desafiar el dominio del FSLN en la Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua (UNEN). Hay otras y otros no tan jóvenes. Unos están en el exilio, otras asediadas día a día, no pocos hacen vida en las catacumbas. Pero existen y los políticos profesionales deberían saber identificarlos, consultarlos y ofrecerles espacios. Ellas y ellos son la minoría activa de la oposición y están en las antípodas de la minoría acomodaticia que se emperifolla de politicastros.


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José Luis Rocha

Escribió en CONFIDENCIAL entre 2026-2021. Doctor en Sociología por la Philipps Universität de Marburg (Alemania). Se desempeñó como investigador asociado en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y del Instituto Brooks para la Pobreza Mundial de la Universidad de Manchester. Fue director del Servicio Jesuita para Migrantes en Nicaragua.

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