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El triunfo absoluto de Julio César

La profusa publicación de ensayos y novelas sobre Julio César, demuestra un renovado interés por conocer sus hazañas políticas y militares

Portada del libro “El triunfo de Julio César”, del profesor universitario Andrea Frediani. Foto: Tomada de internet

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I. César se mostraba partidario de la meritocracia

    La profusa publicación de ensayos, reseñas bibliográficas, análisis histórico-políticos y novelas sobre Julio César, demuestra un renovado interés por conocer sus hazañas políticas y militares. Sus campañas militares siguen estudiándose en las academias castrenses y su condición de político sagaz y general victorioso en más de una década de guerras, invitan a políticos y millares de personas a pegarse a su orilla con el propósito de extraer sus propias lecciones. Todos esos estudios señalan su permanente actualidad. De lo contrario nadie se interesaría en continuar escudriñando su pensamiento y las razones de su encumbramiento, en una Roma preñada de instigadores, cazadores de fortunas, zancadillas políticas y mentiras palaciegas. Se impuso gracias a su habilidad y talento.

    El profesor universitario Andrea Frediani, con su entrega, El triunfo de Julio César. Dictador III, (Espasa, noviembre, 2023), terminó de escribir su trilogía sobre la vida y obra del patricio romano. Antes nos había compartido La sombra de Julio César, (Espasa, marzo, 2022) y El enemigo de Julio César, (Espasa, enero 2023). Con la nueva apuesta cierra su largo peregrinaje. En su último recorrido sigue las huellas del miembro de la gens Julia. Despunta con el rápido triunfo contra el rey del Ponto y el cambio radical que experimenta en su conducta. Dejó de sentir clemencia por enemigos a quienes había indultado en Hispania y combatientes incontrolables como Farnaces. Cobró conciencia que había hecho lo suficiente para ser considerado como el más grande de todos.


    Su conclusión no fue lo suficientemente disuasiva, en su obstinación por derrotar de manera definitiva a Pompeyo, establecía comparaciones con su antiguo yerno con relación a las conquistas obtenidas entre uno y otro en los campos de batalla. Evocó las derrotas infligidas a sus lugartenientes. Pensaba que sus victorias eran superiores en cantidad y calidad a las de su compañero en la conformación del primer triunvirato de la historia junto a Craso. Las dudas le atormentaban. No quería que nadie le hiciera sombra. Malas noticias llevadas de Roma por el escribano Aulo Ircio, fueron determinantes para que interrumpiera bruscamente su decisión de partir al África. Tenía que apaciguar y combatir contra aliados y enemigos en el frente interno.

    Cuando Ircio aludió lo difícil que habían resultado sus últimas operaciones, César dijo: “He venido, he visto y vencido”. Cifraba cincuenta y tres años. Para el nicaragüense Salomón de la Selva, “Veni. Vidi. Vici”, fue la exclamación que lanzó aludiendo a su amorío con Cleopatra. No había caído rendido a sus pies. ¿Una conjetura? El extenso descanso en Egipto —una tregua merecida— tuvo consecuencias. Se sintió atraído por la inteligencia de la reina a quien protegió y con quien tuvo a Cesarión, último faraón del antiguo egipcio y príncipe ptolemaico. Contrario a lo que dicen las malas lenguas, Cesarión no era mongólico ni tenía ninguna deformación. El único hijo varón de César tenía un gran parecido con su padre, razón por la que Augusto lo mandó a asesinar.

    Las constantes referencia de Frediani a los escribanos de Julio César —Asinio Polión, Aulo Ircio y Cayo Salustio Crispo— me llevan indefectiblemente a recordar la enorme capacidad que tenía de dictar tres o cuatro cartas a la vez. Editores, libreros e intelectuales le deben haber sido el primero en la historia en anudar los folios para que no se desparramarán. Julio César se distinguió en los campos de batalla. Se colocaba a la cabeza de sus legiones cada vez que el momento lo requería. A él se debe la primera reforma agraria de la historia. Los hermanos Graco fracasaron en el intento. Con astucia se valió de la necesidad de Pompeyo de otorgar tierras a sus legiones. A cambio debía apoyar su candidatura como edil en el senado antes de cumplir treinta y siete años.

    Frediani comparte el criterio de muchos historiadores. Asegura que una de los motivos de las luchas emprendidas por el dictador, estaba guiada por el deseo de que el Senado romano no fuese una cueva de parásitos. Su permanencia obedecía a que eran miembros de familias ilustres; heredaban a sus hijos o parientes cargos de los que no eran merecedores. Debido a su abolengo se creían superiores. El polígrafo pone en perspectiva el pensamiento de César. Deja que sea el dictador quien exponga los motivos de su prolongada lucha, inclinándose a favor de la meritocracia: “Un día Roma será gobernada solo por hombres de mayor valor y de grandes capacidades, sin discriminaciones ligadas a la clase o la nacionalidad. Un día incluso el Senado tendría a extranjeros en sus filas”.

    II. César era un hombre congruente

      Uno de los atributos de Julio César fue ser congruente con su pensamiento. A él se debe también la decisión de que los libertos (los hijos de esclavos a quienes se había concedido la libertad) que habían estudiado derecho, medicina y otras profesiones liberales, podían quedarse a vivir en Roma. Con esta actitud ¿cómo no iba a conquistar la mente y los corazones de hombres valiosos para la Urbe? Entre más favorable se mostraba con estos sectores, mayor odio acumulaba entre los “Optimates”. No podía actuar de otra manera. Tenía una clara visión de lo que debería ser un verdadero estadista. Jamás disponer del dinero del Estado como si fuese suyo. Siempre se opuso a senadores proclives de aprovechar en su beneficio dinero perteneciente a las arcas públicas. Prefería endeudarse.

      Su regreso a Roma se debió a la ineptitud de Antonio, dedicado a excesos y distracciones, igual que al descontento de algunas de sus legiones y a la situación inestable en Hispania ante el fracaso como propretor de Quinto Casio Longino. Desangró con pesados tributos y provocó rivalidades entre sus departamentos. Llegó al extremo de poner en sus escudos el nombre de Pompeyo Magno. Mientras tanto Quinto Labieno hacía propaganda en su contra en Roma entre las legiones romanas, invitándolas a sublevarse. Las tablillas que distribuía eran invocaciones contra el demonio, llamado Julio César. En esta situación estaba obligado a sofocar los disturbios en el frente interno. No iba a ser que las cosas se salieran de su curso. Con habitual serenidad decidió afrontar un problema a la vez.

      La negligencia de Antonio estaba en contravía con los deseos de César de administrar con celo y cautela la ciudad, mientras él permaneciera fuera. Una vez de regreso en la capital salió al encuentro de los soldados en el Aventino. Actor consumado y conocedor de su temperamento, los quedó viendo con amargura y desilusión. Indicó a Salustio que les pidiera esperarlo en el Campo de Marte. César tenía habilidad para captar susceptibilidades que escapaban a los demás. ¿Cómo ejercitaría su poder? ¿Cómo reaccionaría ante unas legiones que habían demostrado deslealtad? Con solo su presencia podía sofocar cualquier revuelta en su contra. César no invitó a Antonio. Cuando se apareció no lo determinó. Necesitaba escarmentar a la tropa y a su máximo delegado.

      En su discurso les hizo saber que les otorgaba el licenciamiento solicitado. Prefería llevar menos soldados a África, pero bien motivados. Un soldado que combatía a regañadientes no era un buen soldado. Los saludó, se despidió y deseó lo mejor en sus vidas. Eso bastó para que las legiones reaccionarán. Suplicantes pidieron perdón y accedió menos a la X legión. Su argumento resultaba demoledor. Su unidad predilecta, a la que siempre había privilegiado y confiado las tareas más comprometidas había puesto en entredicho “su palabra y lo abandonaba en la vigilia de la campaña decisiva. Ya no quiero servirme de ella y dispongo su licenciamiento; obtendrán su compensación después de la campaña de África”. Sus palabras surtieron el efecto esperado. Logró alinearlos a su favor.

      El especialista en historia romana insiste en sostener que Labieno era espía. Las victorias de César no hubieran sido posibles sin la intervención de su antiguo número dos. Cada vez que la situación se volvía adversa, Labieno urdía tácticas y estrategias a favor del tirano. Los riesgos que se tomaba eran extremos. Su hijo Quinto Labieno terminó descubriendo la posición de traidor de su padre. El más grande de los generales del ejército romano no era más que un hombre pérfido y deshonesto. Se cobró caro su deslealtad hundiéndole el gladio en el costado, provocándole la muerte. Con esta tesis rebaja la estatura de ambos combatientes. Algo indigerible para cualquier persona con una mínima idea de la conducta de Labieno. Un falseamiento indebido e indecoroso.

      Durante el último y definitivo combate César transformó una posible derrota en un triunfo merecido. A los veteranos de la X legión les estaba yendo mal. Quinto Labieno estaba convencido que no ofrecerían resistencia a su contrataque. Desorganizados y carentes de cohesión, su unidad pronto se disolvería. Cuando nadie lo esperaba César se bajó del caballo y arengó a la tropa infundiéndole ánimo. Embestido por una lluvia de jabalinas siguió combatiendo. Con premura reorganizó el ala derecha y el balance de la batalla cambió por completo. Actio Varo uno de sus persistentes rivales murió en el encuentro. Los legionarios de Pompeyo se disgregaron por las pendientes de Munda. Nada quedaba por oponérsele. César conseguía el poder absoluto sobre Roma.

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      Guillermo Rothschuh Villanueva

      Guillermo Rothschuh Villanueva

      Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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