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El peligro político de la concertación

El orteguismo se apresta a severas medidas de austeridad, requieren eliminar beneficios sociales, becas estudiantiles, tarifa eléctrica social... y más

Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo. EFE | Archivo | Confidencial.

Fernando Bárcenas

7 de diciembre 2017

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Nicaragua enfrenta actualmente la dictadura más feroz de su dramática historia, signada ésta por la prepotente prevalencia de gobiernos de caudillos sostenidos por ejércitos partidarios, pretorianos, o por las armas extranjeras de la marinería yanqui.

Esta dictadura actual, la más absolutista y retrógrada de todas, ha reducido el Estado a un aparato familiar inútil, negligente e impune, integrado por una burocracia servil y muda que sin capacidad profesional oculta las cifras económicas y sociales que revelan su fracaso. Una burocracia doblegada cobardemente al capricho discrecional de un poder personal, irracional y cursi, descaradamente corrupto, que destruye sistemáticamente todas las conquistas ciudadanas, políticas y económicas.

El orteguismo conduce a la guerra civil


Los funcionarios negligentes son sólo un instrumento discrecional de presión, de premio o castigo para avanzar o empantanar procesos en la gestión más simple de los ciudadanos en la vida cotidiana. O para aplicar multas y sanciones focalizadas, con fines políticos, o generalizadas, con fines recaudatorios, formalmente ilegítimos.

Hoy, el devenir de nuestra sociedad amerita las reflexiones más profundas, para entrever la salida luego de la vorágine de enfrentamientos y convulsiones terribles a las que inevitablemente nos conduce la dictadura actual, que se empeña en construir una sociedad fallida en torno a sus mezquinos intereses personales.

Concertación claudicante frente a la opresión

Hay que aportar reflexiones políticas serias sobre las luchas sociales por venir, que encierran las posibilidades del futuro. Vivimos una época trágica, a un paso de la anarquía mafiosa si no logramos construir combativamente una alternativa progresista a esta dictadura absolutista que corrompe a la nación, a la que se dispone aplastar con la fuerza militar en la medida que la sociedad reaccione para recuperar su libertad.

¿Qué pueblo se ha liberado jamás, de alguna de las variadas formas de opresión, sin prepararse dramáticamente para la confrontación objetivamente inevitable?

Se levantan voces insensatas y temerosas --como en todo momento crucial en la historia, envuelto en tragedia-- que nos advierten que luchar por la libertad lleva a una confrontación que, para estas voces, se debe evitar, porque la sumisión es una forma práctica de tener a salvo la vida y los bienes. Y proponen a la nación una concertación con el crimen, dizque para hacer converger las contradicciones. La dictadura retrógrada y la libertad progresista no pueden converger, como tampoco es posible ir hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo, o abrazar la ignorancia y adquirir conocimiento en el mismo instante, o comportarse cobardemente y valiente a la vez en la misma circunstancia.

Promover la concertación con una tiranía es una forma necia de desaliento, un intento de desmoralizar los primeros atisbos de coraje combativo, para adecuar lo más resuelto del pueblo al propio ánimo claudicante.

¿Un “aterrizaje suave” para una pacífica sucesión orteguista?

Lo que en cambio es dialécticamente cierto es que existe una destrucción constructiva. La destrucción creativa es un concepto elemental de la innovación moderna. Y comprender que para poder avanzar se debe desmantelar este Estado orteguista anacrónico, absolutista e incapaz, apenas requiere pensamiento innovador. La tarea de nuestro tiempo es la de desmantelar por completo a la dictadura orteguista.

¿Es posible un desmantelamiento concertado, lo que algunos ilusos con pedantería profesoral llaman “un aterrizaje suave”, o la planificación pacífica de la sucesión orteguista?

El orteguismo es producto del atraso, de la corrupción, del precapitalismo, de la inmadurez de una clase parasitaria oligárquica, no de una respuesta dictatorial, violenta, a un auge de masas motivado por una crisis económica. En consecuencia, normalmente, se produce un “aterrizaje suave” cuando la economía experimenta un nuevo ciclo expansivo y, a ese punto, los métodos dictatoriales más bien perjudican la recuperación económica, y resultan innecesarios ante la labor adormecedora que entonces recae en la aristocracia sindical y en los partidos electoreros.

En nuestro caso, el orteguismo es una expresión antinacional del caudillismo retrógrado. No ha sido una respuesta extrema, transitoria, a un auge de masas, como pudo ser Pinochet frente a la Unidad Popular de Allende, sino, por el contrario, es un sistema anacrónico, corruptor, dinástico, que más bien gestará en su contra un auge de masas para liberar de paso el desarrollo de las fuerzas productivas de las trabas del sistema económico de la oligarquía. No es posible un aterrizaje suave cuando en lugar de modernizar el Estado, la dictadura, que navega en contra de la historia, rumbo a un Estado fallido, más bien reduce torpemente las instituciones estatales a vulgares centros de operación policíaca de Ortega.

El problema analítico debe orientarse, en consecuencia, a entrever si la tendencia más probable es hacia la explosión social o hacia la implosión interna del modelo dictatorial. Pero, ciertamente, hacia un cambio cualitativo radical, con la destrucción inevitable del orteguismo. Los cambios proyectados subjetivamente –lucubrando sobre “aterrizajes suaves”- son una forma tonta de prescindir de intereses sociales conflictivos, y de formular con pedantería ecuaciones voluntariosas que no reproducen las contradicciones objetivas de la realidad.

Ideología del orteguismo en comparación al somocismo

Una dictadura retrógrada y abusiva sólo puede abrirse camino degenerando a la sociedad. Hay una contradicción profunda, y una disyuntiva histórica, entre absolutismo y civilidad. La consolidación de Ortega conlleva, en este caso, un retroceso nacional en todos los sentidos. En tal caso, no hay aún una contradicción a lo interno del orteguismo, entre la forma y el contenido, de manera, que no hay éxitos económicos y sociales que por su misma dinámica choquen a un cierto punto con límites políticos, sino, que el conjunto de forma y contenido orteguista se encamina a una crisis violenta, a una contradicción excluyente con el conjunto de la nación. Es decir, a una explosión social.

El somocismo mostraba un puño genocida contra la rebelión política y militar, y en contra del periodismo, pero, en la vida cotidiana atendía los asuntos burocráticos con eficiencia profesional. Su crisis nacía, propiamente, de la civilidad que crecía (sin proponérselo) con la modernización profesional del Estado. El progreso económico convertía al somocismo en excrecencia inútil, innecesaria, como una verruga impresentable en la nariz. Sin embargo, la implosión del somocismo desembocó, a causa de una clase hegemónica mezquina sin pensamiento estratégico (aunque en menor grado que la ignorancia actual del COSEP), en la más grande explosión social de nuestra historia. Desafortunadamente, sin formas organizativas independientes de las masas, lo que propició que la montaña revolucionaria pariese un ratón, como si fuese un primer ensayo de la próxima revolución.

El orteguismo no tiene ideología

La ideología del orteguismo, por llamarle de algún modo al cuerpo de ideas paranormales y a los contravalores que sostienen las relaciones de poder, no es el conjunto de expresiones sinsentido de Nicaragua cristiana, socialista, solidaria, o de pueblo presidente, reconciliación nacional, bendecidos en victorias, que resultan simplemente expresiones estrafalarias trastornadas, sino, que la identidad del modelo orteguista tiene una connotación marginal, tomada del mundo del crimen organizado. Por la cual, el ciudadano que requiere obtener algo, aunque sea un empleo, debe encuadrarse forzosamente en las estructuras organizativas partidarias, que se confunden parasitariamente con las instituciones deformadas del Estado.

Este carácter mafioso del orteguismo comenzó con la divisa de “gobernar desde abajo”, con asonadas, secuestros, pactos, como gobierna el crimen organizado en su primera fase de infiltración en las instituciones de la sociedad, y de acumulación original de capital.

El poder, a medida que crece, se convierte en un instrumento que limpia los negocios sucios de la familia. La mafia, sin embargo, no confía su dominación a la ideología, sino, a la extorsión directa.

El somocismo, pese a la red de soplones y orejas, jamás extorsionó a los ciudadanos a incorporarse orgánicamente en sus filas. Este reclutamiento terminante es un aporte novedoso que el orteguismo ha tomado de las maras. El carné orteguista se obtiene no por compartir alguna ideología, o por adherir voluntariamente a un programa social, sino, por la extorsión delincuencial que busca soldados disciplinados por presión burocrática. Más que una versión, por ahora menos trágica del servicio militar obligatorio de los ochenta, es un método de reclutamiento típicamente mafioso, que cambia de magnitud a medida que la mafia accede a mayores cuotas de poder.

La crisis en ciernes

El orteguismo se apresta a descargar sobre las espaldas del pueblo severas medidas de austeridad. Afloran, ahora, con la caída de la ayuda venezolana, las deficiencias estructurales del proceso productivo oligárquico, exportador de materias primas, poco productivo y sin valor agregado, porque desaparecen las condiciones favorables de carácter exógeno que han sostenido el crecimiento económico en provecho de los sectores especulativos. La sostenibilidad macroeconómica, y la condicionalidad de los préstamos concesionales, requieren eliminar los beneficios sociales más elementales, las becas estudiantiles, la tarifa eléctrica de carácter social, las exoneraciones a los jubilados, no digamos ya los planes clientelistas, y las partidas presupuestarias de carácter social. El orteguismo planifica sanear, en consecuencia, el presupuesto de la república con ingresos fiscales tomados de los bolsillos de la clase media y de los trabajadores.

Todo esto conduce a una confrontación multidimensional.

La guerra de la pulga de la sociedad civil hará que confluya a las calles esa expresión democrática creciente de la voluntad popular, que Taber poéticamente llamó el viento de la revolución. No se trata de evitar la confrontación civil a toda costa, sino, de salir del orteguismo a toda costa.

*Fernando Bárcenas es ingeniero eléctrico.

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