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El muro de la infamia

Nadie esperaba que los mandatarios norteamericanos fuesen proclives a levantar barreras, después de pasar maldiciendo el muro de Berlín.

Vista de un sector del muro fronterizo entre México y Estados Unidos. Confidencial | Agencias

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A partir de este día, solo Estados Unidos
será la prioridad. Estados Unidos primero.
Donald Trump. 20 Enero 2017

¿Cuánta vergüenza sentirán los estadounidenses ante la decisión de su presidente, Donald Trump, de construir un muro en la frontera mexicana? Deben sentirse apenados. Muchos se muestran indignados. ¡Un hecho insólito en pleno siglo veintiuno! Los campeones del liberalismo discursivo entran nuevamente en contradicción con sus predicados. Con justa razón, una mayoría reprueba a un gobernante al que no le ha importado desafiar a sus aliados y comportarse como procónsul de nuevo cuño. Gobierna sin contemplaciones, exhibe un engreimiento ilimitado y poco le preocupa la manera con que actúa, hiriendo y lastimando susceptibilidades. Esto le tiene sin cuidado. La forma chabacana con que procede es una expresión condensada de la arrogancia imperial. Se siente imbuido de tanto poder como para no reparar en nada. Sus reacciones son más bien ofensivas.


Nadie esperaba que los mandatarios estadounidenses fuesen proclives a levantar barreras, después de pasar maldiciendo el muro de Berlín. Durante los años febriles de la Guerra Fría, John F. Kennedy visitó Alemania, junto al canciller Konrad Adenauer, pasó revista en el CheckPoint Charlie —el 26 de junio de 1963— como gesto de reprobación y apoyo a la República Democrática Alemana (RDA). Alemania había sido el trofeo conquistado por los aliados —Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia— después de la funesta aventura de Adolfo Hitler. Los alemanes pagaban caro el resultado de la contienda. El país era partido en dos como botín de guerra. La construcción del muro, por quienes gobernaban la República Federal Alemana (RFA), se consideró una vergüenza. Impedía a los alemanes la libre circulación entre las dos partes en que fue dividido el país.

Los estadounidenses enrostraban a los soviéticos, como prueba de conculcación de las libertades ciudadanas —siendo la más significativa la pérdida de la libertad de movilización— la construcción del muro de Berlín y su altísimo costo, unos 16.155.000 marcos de la RFA. Era una muestra del oprobio comunista. Estimulaban las deserciones a través de las emisiones de Radio Europa Libre, una emisora anticomunista, construida y financiada con fondos de Estados Unidos. La narrativa esgrimida: la conquista de la libertad. Cualquier muro es odioso por naturaleza. Separan y disgregan, generan animadversión, mantienen en estado de zozobra a los habitantes. Toda valla, tapia, muro o cercado, entre naciones y pueblos, representan una afrenta contra la humanidad. Estimulan y repercuten en la separación de todas las especies, no solo del ser humano.

Era inconcebible suponer que los estadounidenses cayeran en contradicciones, debido a los anatemas lanzados contra el humillante muro de Berlín, pensábamos que estaban vacunados para no incurrir en estos desmanes. El comportamiento de Trump supone una vuelta hacia el pasado. Un retroceso inexplicable. ¿Cómo exponer ante el mundo, la conducta asumida por el gobernante estadounidense? ¿Será que piensen que para satisfacer las demandas de una parte de su electorado, haya que tomar actitudes tan drásticas, sin tomar en consideración que la medida había sido reprobada de antemano, tanto dentro como fuera de Estados Unidos? ¿Se consideran tan poderosos que pueden arriar sus banderas, sin reflexionar que la disposición desdice su condición de propulsores del evangelio de las libertades ciudadanas? ¿Con qué moral invocaran estos principios?

La forma de gobernar de Trump entra en contradicción con los propios estadounidenses. Su sordera es infinita. Se ha negado a escuchar otras voces y planteamientos que no sean los suyos, le gusta monologar, monologar, monologar. En Pentagonismo sustituto del imperialismo (1966), el expresidente dominicano Juan Bosch, depuesto por una intervención estadounidense, señala que Estados Unidos heredó mejor que nadie el espíritu bélico del fascismo. Levantar un muro para amedrantar a México y señalar al mundo de lo que es capaz, en momentos que la economía mundial se tornó más interdependiente, amenazando a empresas y empresarios estadounidenses de no invertir en ese país, supone un golpe a la globalización. El pregonero del librecambismo se repliega en casa. ¿Cómo leer esta determinación? ¿De qué forma interpretar este giro brusco e intempestivo?

Trump, en vez de asumir su responsabilidad como mandatario de una potencia, cuyo crecimiento y desarrollo lo debe en gran parte a sus relaciones económicas con el mundo, desdeña de las demás naciones. Lo expresa de manera grosera. ¿Pensará que Estados Unidos puede dar la espalda e hibernar dentro de sus propias fronteras? La globalización ha repartido de manera muy desigual los panes. Aun así, no se muestra satisfecho. Son los grandes gananciosos. ¿Es pensable que Trump convenza a la Cámara de Representantes y al Senado acerca de las bondades de su osadía? Diario lanza nuevos desafíos. Imponer los costos de su construcción al vecino, lesiona aún más las relaciones entre ambas naciones. Se siente tan fuerte como para enfrentar a sus aliados europeos y a China Continental. La era Trump ha llegado. ¡Pueblos del mundo uníos! ¡De lo contrario arrasará con todos!

 


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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