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El Faro: ir contra la corriente

Decir lo que nadie quiere escuchar. Incomodar también a nuestros lectores, porque el periodismo no se debe a su público; sino a sus principios

Miembros del equipo del equipo de El Faro después de recibir reconocimiento a la Excelencia en el premio Gabo 2016. EFE/Luis Eduardo Noriega A.

Carlos Dada

6 de octubre 2016

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Queridos amigos:

Muchas gracias por este reconocimiento. Lo recibimos con humildad, conscientes de las dimensiones de un premio que nos coloca al lado de grandes practicantes del oficio y nos obliga por tanto a redoblar esfuerzos para elevar la calidad de nuestro periodismo.

La Fundación García Márquez nos ha bautizado como Los Incómodos. Lo tomamos como una acusación directa, y la apreciamos. Nos sabemos incómodos. Incómodos para el poder. Incómodos para los criminales. Incómodos para los corruptos. Somos tan incómodos que lo somos para nosotros mismos. ¿Pero acaso hay otra manera de hacer periodismo sino es desde la incomodidad? ¿Cómo puede un periodista sentirse cómodo, cómo puede acomodarse si a su alrededor pocas cosas, y poca gente parecen estar, funcionar, vivir bien?

Para hacer periodismo es necesario renunciar a la comodidad; y nos gusta pensar que es esta renuncia, que hicimos deliberadamente desde nuestros inicios, la que nos une como equipo, como proyecto, y la que explica en buena medida que hoy estemos aquí.


No pocas veces esa renuncia ha significado ir contra la corriente. Aventurarnos a la investigación cuando a nuestro alrededor, en plena crisis financiera, las redacciones de los grandes periódicos del mundo cerraban equipos especializados y espacios para grandes publicaciones. Aventurarnos a reporteos extenuantes y a la producción de formatos largos cuando la sensatez llamaba a someterse a la dictadura del click. Mientras otros se entregaban a la imagen de impacto, reivindicamos la palabra como lo más preciado que tienen nuestras comunidades. La palabra de la víctima, la palabra del testigo, la palabra de la memoria. Y la palabra del narrador. Hablamos mucho, escribimos mucho, fotografiamos mucho, porque es lo único que podemos dar a nuestros lectores, oyentes, espectadores. A nuestra comunidad.

Ofrecemos la palabra y nuestro mejor intento por entender. Si hemos ido contra la corriente es más impulsados por la búsqueda periodística que por estrategias de mercado. Porque necesitábamos tiempo, mucho tiempo, para comprender antes de relatar. Y porque necesitamos aun hoy grandes espacios para decir todo lo que creemos que debemos decir.

Ir contra la corriente. Hacer periodismo de largos formatos aunque por ello mismo, en nuestros primeros años, los grandes guías del periodismo en la era de internet nos auguraran una pronta muerte precedida por punzantes estertores.

En un sentido más literal, esos mismos deseos nos han sido expresados también por personas a las que hemos incomodado.

Ir contra la corriente ha significado también decir lo que nadie quiere escuchar. Incomodar también a nuestros lectores. Hacerlo por creer que el periodismo no se debe a su público; sino a sus principios. Que la única manera que el periodismo tiene para ayudar a su comunidad es utilizar todas las herramientas a su alcance para decir incluso aquello que sus miembros no quieren saber. Nos toca a nosotros decirle al rey que está desnudo. Y nos toca decirlo desde la plaza pública, para que se entere todo el pueblo. Nos toca ser, como en la obra de Ibsen, el enemigo público. Decirle al pueblo que el agua que bebe y ha bebido por años ha sido envenenada.

Envenenada por una historia continua de violencia y de injusticia; envenenada por la manipulación política. Por el sentido reaccionario y de urgencia que produce la región en que nos ha tocado ejercer periodismo. El llamado triángulo norte de América Central, compuesto por El Salvador, Guatemala y Honduras, es hoy la región más violenta del mundo. Es una región pobre, desigual y corrupta, muy corrupta. Una región cuyos pobladores parecen haber perdido las esperanzas; una región que escupe todos los días a su gente afuera de sus fronteras, gente que se marcha en busca de la vida mínimamente digna y segura que nuestros estados son incapaces de ofrecer. Indagar en las causas de nuestros males, denunciar esos males, exponerlos hasta que nos duelan más aún de lo que ya duelen, hasta hacerlos ojalá insostenibles, ha significado siempre, también, ir contra la corriente. No somos los primeros ni los únicos en hacerlo.

Desde luego, el que va contra la corriente porque considera su deber hacer lo que hace corre el riesgo de terminar creyéndose lo que no es; de adquirir un complejo de mártir o de redentor. Esos son dos complejos que no nos gustan. Que nos incomodan. De los que huímos. Los sabemos contrarios al ejercicio periodístico. Para evitar esas tentaciones nos queda replantearnos cada día lo que hacemos, autoevaluarnos todas las semanas. Practicar la autocrítica como herramienta, como método periodístico, y como fuente de conocimiento también.

Hemos construido El Faro mediante la autocrítica constante. Entre todos. Porque este trabajo no es posible hacerlo solo. No tal y como nosotros lo entendemos. El Faro no es un periódico digital, es un proyecto periodístico colectivo, que se nutre de sus miembros y que nos retroalimenta a quienes formamos parte de él. El argumento y el debate periodístico en la sala de redacción nos hacen crecer y nos protegen de la comodidad y del resto de tentaciones.

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Por eso nos emociona ser el primer recipiente no individual del Premio a la Excelencia de la FNPI. Un premio que compartimos con todos los que en estos 18 años contribuyeron a la construcción de El Faro. Con todos los periodistas, fotógrafos, documentalistas que han pasado por nuestra redacción. Con todos los que han pasado por el otro lado del muro dedicando sus esfuerzos a garantizar nuestra subsistencia y crecimiento.

Nos sentimos honrados de recibir este premio por acuerdo de un consejo del que son parte algunos de nuestros grandes maestros y de nuestros grandes cómplices. De recibirlo de una fundación que sentimos como nuestra casa. La Fundación García Márquez ha servido de salón de clases y salón de fiestas para lo mejor del periodismo iberoamericano, y es nuestro lugar de encuentro. Hemos crecido, también, bajo su generosa sombrilla.

Es hoy, pues, un día de fiesta para El Faro, que extendemos a aquel periodismo iberoamericano del que también somos cómplices y del que también aprendemos y estamos comprometidos a seguir aprendiendo. Gracias, muchas gracias por este reconocimiento que nos honra y nos obliga.

Y que recibimos en un momento muy especial. Nosotros que, como decía Roque Dalton, tenemos el agravante de ser salvadoreños, hemos llegado a Colombia profundamente conmovidos por la hermosa posibilidad que los acuerdos de paz abren para ustedes.

Los salvadoreños tuvimos también un largo conflicto, y llevamos marcada para siempre aquella jornada del 16 de enero de 1992, el día en que se acabó la guerra. En que se firmó el acuerdo de paz.

Desde el periodismo, hemos criticado y seguimos hoy siendo muy críticos con aquel acuerdo imperfecto. Seguimos indagando en las causas, en las consecuencias del conflicto y en la impunidad que siguió al acuerdo. Pero tenemos claro que El Faro solo es concebible a partir de aquella firma.

El Faro fue fundado por exiliados que regresamos que nos fuimos siendo pequeños y regresamos al país después de la guerra.

Quizá movidos por nuestra propia experiencia, vemos hoy, aquí, un momento extraordinario que abre la oportunidad de mirar hacia un futuro en paz y feliz. Esa posibilidad no está garantizada, y requerirá de paciencia, de mucho trabajo, de tolerancia. Y de retomar las utopias que parecen haberse enterrado tras un conflicto tan largo.

Ese trabajo comenzará mañana. Primero habremos de ser testigos de honor en el referéndum del domingo, en el que nos gustaría que se impongan la cordura y la nobleza. Hacemos votos por el encuentro de los colombianos de buena voluntad.

Por eso hoy, si nos permiten el atrevimiento, queremos cerrar este discurso aplaudiendo a ustedes, queridos colombianos, por su anhelada paz.

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*Palabras del fundador de El Faro, al recibir el Premio GABO a la Excelencia Periodística otorgado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano Gabriel García Márquez, en Medellín, Colombia 


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Carlos Dada

Carlos Dada

Periodista fundador de El Faro, de El Salvador, y maestro de la Fundación Gabo. Es premio Maria Moors Cabot por la Universidad de Columbia, Stanford Knight Fellow y becario Cullman de la Biblioteca Pública de Nueva York.

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