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El cristianismo militante de Pedro Joaquín

En este artículo el autor analiza los principios cristianos que orientaron la vida pública de Pedro Joaquín Chamorro

Andrés Pérez Baltodano

10 de enero 2018

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*Si nuestra Nicaragua va a salvarse, sólo será a través de un auténtico cambio cuya base está en las esencias cristianas tan olvidadas muchas veces, y estas esencias sólo pueden comenzar a tener validez, cuando se rectifica con valor el error cometido, y se parte directamente y sin miedo desde esa rectificación hacia la construcción de una sociedad más justa en lo social, en lo económico y en lo político.

Pedro Joaquín Chamorro Cardenal


PJCH, a quien muchos que no lo conocimos personalmente llamábamos “Pedro Joaquín”, o simplemente “Pedro” porque nos sentíamos identificados con él, y porque creíamos conocer su mente y su corazón–, fue sobre todas las cosas, y por encima de cualquier lista de virtudes y defectos que queramos atribuirle, una persona pública auténtica. Una persona auténtica es, de acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, una persona que se distingue por ser “consecuente consigo mismo, que se muestra tal y como es”.  PJCH fue una figura pública auténtica, porque fue tenazmente fiel a sus principios y transparente en sus actuaciones, hasta la muerte.

En éste artículo hablaré de los principios cristianos que orientaron la vida pública de PJCH. Se trata de un esfuerzo para resaltar una de las facetas menos discutidas y conocidas de la personalidad del hombre que soñó la Nicaragua que muchos todavía soñamos. Se trata, sobre todo, de recordar que millones de nicaragüenses llevamos grabados en el cerebro, el germen de los valores cristianos que motivaron la actuación política de Pedro Joaquín; y que este germen puede ser fecundado mediante la reflexión y la acción y, más concretamente, mediante el estudio y la imitación del ejemplo de Jesús, el Nazareno.

Pedro Joaquín Chamorro imitó a Jesús, como pocos lo han hecho en la historia de nuestro país. Más aún, como muy pocos, entendió y practicó el principio del amor cristiano –ágape que predicó el Maestro. En el ágape, se combina y se mezclan el amor y la justicia para evitar que el amor se convierta en puro sentimiento; o que la justicia se reduzca a la fría palabra de la ley.

Así pues, PJCH fue un fenómeno contra-cultural, si aceptamos que el cristianismo que él practicó no es el dominante en nuestro medio. Nuestro cristianismo es esencialmente providencialista porque nos empuja a “creer en Jesús” –y sobre todo en el poder que le atribuimos a Él–, más que a “creer como creía Jesús”. En otras palabras, el nuestro es un cristianismo que nos empuja a poner nuestra fe en Jesús y no a practicar la fe del Nazareno.

Pedro Joaquín: un fenómeno contra-cultural

En otras ocasiones hemos conversado sobre el cristianismo dominante en la historia y la cultura nicaragüense, y conceptualizado este cristianismo como “providencialista”. El providencialismo es una visión de la historia de los individuos y de las naciones como un proceso gobernado por Dios. La fe, en este cristianismo, se traduce en un conjunto de creencias y, sobre todo, en una confianza irreflexiva en que “Dios proveerá”.

También he sostenido que el providencialismo ha contribuido a la consolidación de una cultura “pragmática-resignada” en nuestro país. Por pragmatismo-resignado se entiende la tendencia de los/las nicaragüenses a acomodarse a las exigencias de los poderes constituidos. Una persona que asume que un Dios omnipotente y caprichoso regula la historia desde las alturas del cielo, es una persona que estará naturalmente predispuesta a convencerse de su incapacidad para cambiar su entorno social; y a aceptar el poder del mercado, del caudillo de turno, o del Estado.

Finalmente, he planteado que el “voluntarismo heroico’ ha sido el antídoto que casi siempre hemos querido usar para salir de la trampa del pragmatismo y de la resignación. El voluntarismo heroico es una visión de la política como un juego de azar en el que lo único que podemos hacer para controlar la historia, es responder –mediante proezas, golpes de suerte y las mil veces anunciadas “explosiones sociales” –, a las condiciones y circunstancias que impone el poder en la sociedad. Mientras que el pragmatismo resignado promueve la aceptación de estas condiciones y circunstancias, el voluntarismo heroico fomenta el activismo irreflexivo y la osadía para transformar la realidad, sin prestar atención a la necesidad de encuadrar la acción política dentro de un marco ético sustentado en principios y valores compartidos.

El cristianismo de PJCH desafió las tendencias culturales antes señaladas. Su cristianismo, como dije antes, no fue un cristianismo providencialista, sino un cristianismo militante. Por eso no hubo en él un ápice de resignación frente a las condiciones políticas y sociales en que le tocó vivir. Por eso condenó repetidamente, “ese enredo incomprensible que ahora llaman ‘conveniencia política’ los que antes llamaban falta de principios” (La Prensa, Editorial, 03/03/1965). Por eso no claudicó frente a los halagos y las amenazas. Por eso lo recordamos hoy.

El actuar político de PJCh tampoco fue voluntarista, si por voluntarismo se entiende una visión de la historia como un proceso fundamentalmente determinado por la fuerza de nuestros deseos; es decir, como un proceso que no reconoce las limitaciones objetivas y subjetivas dentro de las que se desarrolla el mundo y la sociedad. Como muy pocos en nuestro país, PJCH entendió que la solución de los problemas de Nicaragua no solamente demandaba la transformación de las estructuras materiales de poder que reproducen miseria, opresión e indignidad en nuestra sociedad, sino también la de nuestra cultura y, especialmente, la de nuestra religiosidad.

El ágape de Pedro

PJCH fue un verdadero cristiano. No entendió la fe como un conjunto de creencias; ni como un simple “desgranar rosarios”; ni como “una actividad de labios”, ni como “ un letargo de fervor” (Santiago Arguello). Pedro, repito, no simple y cómodamente puso su fe en Jesús; sino que practicó la fe del Maestro, para imitarlo hasta morir como Él. Leamos las palabras que escribió durante una de las muchas veces que fue enviado a la cárcel por el somocismo:

Luché contra toda forma de explotación, sin explotar a nadie, más que a mi pobre mujer y a mis hijos, a quienes hasta el presente no he dado ni casa propia, ni compañía perenne, ni seguridad futura. Todo esto ha sido una rebelión, primero desarmada y cívica, luego armada y violenta, al cabo de la cual, con años de vida, me encuentro preso, acusado de traición a la patria, y de ser enemigo del pueblo. Pero en medio de todo, estoy contento, porque a esto me ha llevado un sentido cristiano de la vida inculcado en mi corazón desde la niñez por mis padres, y el cual, mucho más cerca de lo imperfecto que de lo perfecto, tiene bastante parentesco con aquel precepto que manda "amar al prójimo, como te amas a tí mismo”, lo que quiere decir amar al pueblo, que es el prójimo” (Diario de un Preso, 1961, La Patria de Pedro).

El sentido social de lo que significa “amar al prójimo” en la doctrina cristiana, fue la base ética y moral sobre la que se sostuvo el actuar político de Pedro Joaquín. Para Pedro, amar al prójimo significaba actuar para elevar su condición humana. Esto explica que su lucha por la democracia no haya sido nunca una lucha meramente política –orientada al electoralismo sin sentido social al que se ha reducido el ideal democrático en nuestros días–, sino una lucha social, orientada sobre todo a resolver los problemas de “los muertos de hambre, los sin dientes, los llenos de enfermedades” en nuestra sociedad (La Prensa, Editorial, 25/09/1964). Más aún, PJCH entendió que el deber de todos/as las nicaragüenses –especialmente el de los intelectuales– era “buscar” a los oprimidos y humillados, “exponer su caso, informar a los cuatro vientos del abandono en que están, y procurar así que los más favorecidos de la fortuna, sean o no miembros del Gobierno, acudan a extenderles la mano” (Ibid.).

En síntesis, PJCH entendió –como lo entendió Rubén, que una democracia sin alma y sin contenido social –sin verdaderos valores cristianos–, es felicidad, tranquilidad y paz para los ricos (y los aspirantes a ricos); y “baldón y ruina” para los desgraciados (Rubén Darío). “A semejanza del cristianismo”, dice PJCH, esta “seudodemocracia […] predica la igualdad, la justicia, la fraternidad, el amor a los desvalidos, la verdad, el deber de dar de comer al enemigo hambriento y de beber al prisionero sediento, pero a diferencia de Cristo en vez de vivir sus propios evangelios, los hace imprimir en folletos y periódicos y ejecuta todo lo contrario de lo que ellos mandan” (Diario de un Preso, 1961).

El cristianismo social de PJCh, entonces, explica que su lucha por la “limpieza en el proceso electoral, el entierro definitivo de las ideas dinásticas, la abolición de los caudillismos, de las castas privilegiadas y de los fraudes”, no haya sido para él un fin en sí misma, sino un medio para responder al desarrollo humano integral –espiritual y material– de los nicaragüenses (La Patria de Pedro, 1981, 103). Y es que, para Pedro, el ser humano debe ser la razón de ser de todo sistema social. Leamos sus palabras: “El hombre no es un simple individuo o átomo del Estado, sino una persona humana, libre, con dignidad propia, con derechos y deberes naturales, sociales y políticos inalienables, y que viviendo dentro de organismos e instituciones naturales y sociales, es centro del Estado y de la Economía” (Ibid., 240-1).  Más aún, el “Estado” y “la Economía”, deben prestar especial atención a los pobres de nuestro país. Para PJCH,  los gobiernos deben ser “instrumento[s] encaminado[s] principal y casi exclusivamente al beneficio de los más pobres, mientras haya pobres”. Y concluye diciendo: “Ninguna obra de progreso es buena, si no es para el progreso de los más pobres” (Ibid., 104).

Seamos como Pedro

Pedro nunca esperó milagros en la política, o en la historia porque, para él, la obligación de los/las cristianas es convertirse en la Divina Providencia y construir los milagros que se necesitan para lograr la transformación social de nuestro país. Por esta razón criticó el cristianismo “de labios afuera” que impera en nuestra sociedad; y la retórica cristiana que, sin contenido social, propagan muchos de nuestros políticos, sacerdotes y pastores.

Más bien, PJCH practicó su fe como “una militancia creativa” (Johann Baptist Metz). Desde esta perspectiva, ser cristiana se traduce en luchar para transformar el mundo y para transformarnos a nosotros mismos en concordancia con la Palabra. Ser fiel a esta Palabra, significa aceptar la necesidad de practicar una fe activa que no descansa en la comodidad de un espiritualismo que ignora el dolor y la miseria del prójimo; o que reduce el sentido del amor cristiano al vacuo simbolismo de una caridad dominguera.

En la sequía ética y de liderazgo que vive el mundo y nuestro país, los nicaragüenses –especialmente las/los jóvenes– debemos mantener vivo el ejemplo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Particularizo a los/las jóvenes porque por su edad, ellas pueden llegar a ser lo que no logramos llegar a ser los hombres y las mujeres de mi generación. Ellas todavía no han sido sido completamente domesticados por las instituciones y la cultura que en nuestro país nos empuja a aceptar vivir mediocremente; o a creer que el cambio social que necesitamos requiere simplemente de la fuerza y del coraje necesarios para actuar heroicamente, sin prestar atención a la necesidad de enmarcar la acción dentro de ideas, principios y valores compartidos. Particularizo a los/las jóvenes, además, porque PJCH los particularizó para señalar: “Entendamos las cosas claramente. El dilema de los jóvenes es arduo, pero no complicado: o están con el pasado lleno de vicios y rencores, repleto de lucro sin límite, ausente de sentido social y cristiano, oscurecido por una sola meta que es el enriquecimiento a toda costa, aún usando bienes del Estado, o están con el presente que debe ser encauzado hacia lo contrario, es decir, a extirpar rencores, a concluir con las explotaciones, a llenar la vida de sentido social, a impedir el enriquecimiento ilimitado de unos pocos y a lograr de cualquier modo, una justa distribución de la riqueza nacional” (La Patria de Pedro, 1981, 99).


Nota: En este artículo se utilizan el artículo masculino y el femenino como intercambiables.


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Andrés Pérez Baltodano

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