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El cine porno

Guillermo Rothschuh Villanueva

12 de noviembre 2017

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El cine para adultos —un eufemismo, oculta más de lo que dice— constituye una de las industrias estadounidenses más rentables. Con ingresos superiores a los percibidos por el cine comercial manufacturado en Hollywood, tuvo su repunte a partir de 1982, con la aparición de los reproductores y alquileres de vídeos domésticos. En palabras de David Foster Wallace, el vídeo hizo por el desarrollo de la pornografía, lo que la televisión hizo por el fútbol estadounidense profesional. El vídeo fue el retropopulsor que lo encumbró a las alturas. Un espléndido catalizador.

Casi al doblar el siglo veinte, invitado por la revista Premiere, a escribir sobre Adult Video News (AVN), Foster Wallace —muy a pesar de las burlas que hace de la entrega anual de los premios que reciben directores, productores, actrices y actores— se regodea y deja un testimonio fiel del espectáculo, montado en el salón de actos del Caesars Forum, Hotel y Complejo de Casinos Caesars Palace, en Las Vegas, Nevada. Escribió una crónica antológica. Nada escapa a su mirada. Asumió la tarea con pasión y enorme dosis crítica. Se muestra agudo y mordaz.


El negocio de la pornografía atraía a Wallace, indagó con la intención de escribir una novela. Después derivó hacia la escritura de no ficción. Sorprendido, manifestó a su amiga Bonnie Nadell, sobre la escasez de información acerca del cine para adultos. Deseaba penetrar en sus entresijos. Su biógrafo, D T. Max, expresa en el libro, David Foster Wallace- Todas las historias de amor son historias de fantasmas, (2013), su obsesión por ir a fondo. Necesitaba participar del espectáculo. Pensaba que podía conseguirlos a través de una discreta presencia entre bambalinas.

Su crónica adquiere matiz especial, se mete a husmear sobre guiones, tiempo medio de rodaje, tiempo medio de producción, pasando por el casting, los ensayos, la coreografía, el rodaje directo y el rodaje de posición, los orgasmos de los intérpretes, sus reacciones faciales, la edición, impresión y las negociaciones para la distribución. Antes de su segunda estancia en Yaddo, voló a Los Ángeles. Viajó a documentarse. Estando en California, fue que decidió que era mejor escribir un reportaje o una crónica. El cambio de perspectiva fue dictado por la realidad.

Al hacerse cargo del tema, pareciera que está frente a un enorme secreto: urge develar todos sus extremos. Una propuesta que gana adeptos por todo el planeta. Con abundante información y cincuenta y cinco citas al pie de página, su recorrido abarca un vasto universo. Baja hacia las profundidades de un fenómeno en creciente expansión. Wallace escribió su texto en 1998. La película original de Netflix —Hot Girls Wanted (nov. 2017)— sirve para corroborar sus previsiones. Son de una exactitud meridiana. Se muestra como un experto francotirador.

Como manifiesta el actor porno John Anthony, con cinco años en la industria —como llaman los estadounidenses a estas producciones audiovisuales— todos vemos porno. Una sentencia similar deja caer en su escrito Wallace. Con una variante que obliga a pensar. Los realizadores de Hot Girls Wanted, salieron a indagar el dato. Teen, fue la palabra más buscada en pornografía a través de las redes sociales. En el año 2014, el abuso pornográfico tuvo sesenta millones de visitas mensuales. Algo que llama la atención de los cineastas. A nosotros también. La avidez va en alta.

El descubrimiento establecido por los entusiastas de Hot Girls Wanted, resulta esclarecedor, expresión irrefutable de los tiempos que corren. Ofrece una dimensión exacta de los gustos y preferencias de millones de internautas dispersos por el mundo. El abuso porno posee más visitas que las páginas de la nfl.com; nba.com; biotwire.com; cbs.com; fortune.com; disney.com y nbc.com. Sobrepasa con creces sitios deportivos, estaciones radiales y televisivas y puntea más que Disney. Exhiben los desplantes de Miley Cyrus, la chica mala salida de los estudios Disney.

Las aseveraciones de Wallace se convierten en una profecía cumplida. Las películas porno son realizadas para satisfacer a muchísimos hombres, con problemas hacia las mujeres y quieren verlas humilladas. La cuestión de si el ‘bizarro-sleaze’ puede ayudar tal vez a los misóginos de sillón a ‘resolver’ una parte de la furia que sienten hacia las mujeres es irrelevante. La intención de estas películas no es la catarsis. Su intención es satisfacer una demanda de mercado, destaca Wallace. ¡Más claro no puede ser! Devela el éxtasis que les provoca. El galopante e inextirpable machismo. ¿Un mal incurable?

Los datos que aparecen en Hot Girls Wanted, resaltan las manifestaciones agresivas de los hombres hacia el sexo opuesto. Tienden a crecer. El 40% de la pornografía, está conformado por violencia contra las mujeres. Wallace constata en Gran hijo rojo, con la que abre su libro, Hablemos de langostas, Randon House Mondadori, Barcelona (2009), que el entretenimiento porno se ha vuelto extremo. Las exigencias crecen y se multiplican. No paran y seguirán un camino zigzagueante. El maltrato es banalizado. Normalizado. Como si fuese algo natural.

Sigamos el razonamiento de Wallace. En ciertos aspectos, este extremismo puede derivar simplemente del hecho de que el porno esté siguiendo la misma parábola que el cine de Hollywood: todo mundo sabe que el cine convencional y la televisión también se han vuelto más violentos y crudos durante la última década. Muchísimo antes, el experto italiano Furio Colombo, había advertido en Televisión: la realidad como espectáculo, Gustavo Gili, Editores, (1977), que la esencia de la programación televisiva, se asienta en la violencia. En el cine ocurre igual. Las cotas de violencia suben. No cesan.

Las críticas despiadadas contra la televisión no encuentran la misma resonancia en el filósofo Fernando Savater. La valoración que hace es radicalmente diferente. La salva de varios anatemas. En El valor de educar, Ariel (1997), marcha a contrapelo. Piensa que la televisión ha pasado a ser un formidable dispositivo para la educación sexual de los jóvenes. Acelera su proceso de maduración y desarrollo. Los sitúa en un mundo aparte. Lejos de la gazmoñería dominante entre algunas almas atribuladas. El cine porno viene a ser su contracara. Una cara deseada.

Las coincidencias entre Wallace y los productores de Hot Girls Wanted, se extienden al campo de internet. Una de las teenager que aparece en la película, aduce que sin internet hubiera buscado otro trabajo o hubiera ido a la escuela. Una más que se suma al creciente capítulo de personas, que culpan a internet de todas sus desgracias. Nadie quiere asumir sus propias responsabilidades. Más adelante afirman: gracias a la red estamos en más lugares que McDonald’s. El minuto u hora de fama al que salen en búsqueda. Después vendrán los desencantos. Los mea culpa y lloriqueos.

Otra de las jovencitas reclutadas, se convierte en una celebridad televisiva. Estudiaba en la Universidad de Duke por el día, y por la noche oficiaba como artista porno. Los brujos de la TV la entrevistaron gozosos. Más cercano al documental, las jóvenes son un conjunto de novatas atraídas por la notoriedad y el dinero. El argumento es trivial: se gana más haciendo porno que ejerciendo otro tipo de trabajo. Las apariciones en las redes sociales, especialmente en Twitter —donde no existe ningún tipo de censura— continúan creciendo. El desafío persiste.

La entrega de los premios anuales de AVN, son una parodia de la entrega de los Oscar. Complacidos, crearon y tienen su Salón de la Fama. ¿Dónde? Nadie lo sabe. Existe la posibilidad que los Premios AVN estén amañados. La causa probable sería el patrocinio recibido por los anunciantes. A Wallace la idea no le parece descabellada. Igual ocurre en los predios de la Academia. El semanario Variety, un tabloide ilustrado, consagrado al mundo del entretenimiento, hace lo mismo. Patrocina la entrega de la estatuilla dorada. Adquieren enorme poder.

Las actrices porno más famosas, tienen prótesis de pechos, nalgas levantadas, pómulos artificiales, como derivación de una mentalidad que potencia las liposucciones masivas y la industria del colágeno, subraya Wallace. Su texto trae una variante. Al imponerse la regla en California (los condones no se han usado nunca), Hot Girls Wanted, filtra que el porno se mudó a Miami, donde no son exigidos. La nombran la ciudad ideal. Mucho antes de esta consideración, Juan C. Castellón (Nieve sobre Miami, Editorial Debate, 2003), se refiere a la cocaína que cae sobre la ciudad.

La copia servil efectuada por los fanáticos del porno, pasa por la entrega de una estatuilla, la creación de diversas categorías (104 en total, 3 premios honoríficos y un premio de AVN al bombazo del año). Se jactan de producir ocho mil nuevos títulos al año (la popularidad del porno en Estados Unidos sigue creciendo). Joey Silvera, leñador veterano, expresa: Tíos, afrontémoslo…Estados Unidos quiere hacerse pajas. La actriz porno Jacklyn Lick, expone: Creo que hay muchos fans que son personas solitarias. ¿Para ellos están siendo creadas las mujeres robots? ¡Vaya, por Dios!

¡Wallace alude el riesgo de contraer enfermedades venéreas! La pregunta de rigor, ¿hay preocupación en la industria por el VIH? Harold Hecuba, periodista veterano, consagrado a la cobertura de producciones pornográficas, responde: Hoy en día no hay gran preocupación. Todo el mundo se hace la prueba regularmente. ¿Y qué hay del herpes? Entonces fue que Hecuba se vio obligado a reconocer que el herpes está a la orden del día. El Gemelo Oscuro de Hollywood o el Gran Hijo Rojo del cine comercial, goza de buena salud. ¡Millones de seguidores así lo confirman!

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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