27 de diciembre 2018
Nunca es tarde. La sangre santa de los sacrificados jamás será olvidada ni tampoco perdonada. No hay manera de ver el perdón desde los espejuelos de Alvarito Conrado, de sus ojitos mirándonos en nombre de todos los caídos que reclaman justicia. No puede haber ni perdón ni olvido y por más que la busquemos no encontraremos justicia. Hasta Dios se ha escondido porque sabe no poder administrarla. No puede haber justicia como no puede existir reparación posible para lo imposible, para lo imperdonable. ¿O acaso se pueden restituir las centenares de vidas criminalmente cegadas?
Pero tenemos que buscar el fin de este túnel obscuro y sangriento. La patria no puede desangrarse sin límite frente a nuestros ojos. La muerte y el dolor tienen que cesar. Nunca es tarde. Ni hay medios reprochables para intentarlo.
Puedo imaginar el coro de serviles aplaudiendo o cuchicheando este fin de año los “éxitos” de su Comandante. Juristas, antiguos dirigentes sindicales, sociales y del partido, gente de todas las profesiones. Desde sus temores y cobardía a diario sueñan a su jefe siempre victorioso, indispensable; que asesine, que los mantenga en el cargo y los proteja es su consigna cotidiana. Viven de su sombra como asalariados del espanto.
Otros callan. Sus despreciables intereses han atado la conciencia perdida en fútiles comforts. Son los devotos de las mercancías y de la sed de beneficios de la nueva burguesía. Ellos visten ordinariamente de civil y tienen importantes currículos políticos. Visten también de altos cargos militares. Activos y retirados. De estos últimos tampoco hay nada o muy poco que esperar. Para estos parece demasiado tarde. Perdieron la conciencia. Ya no distinguen ni el rojo ni el negro, solo distinguen los ‘verdes’, esencia de su nueva existencia.
Los demás, que son en su mayoría los partidarios forzosos, oscilan entre la precariedad de la vida cotidiana y la lealtad condicionada al operador político del entorno, que resguarda el aval –cada treinta días- del cheque del salario del miedo. De estos últimos, que forman la mayoría de la sumisión consciente, por ahora no hay mucho que esperar, pero solo por ahora. Con estos sin embargo hay que tener paciencia.
Pero la patria no puede desangrarse sin límites y tenemos que buscar una salida pronto. Tenemos que intentarlo. Sé que Daniel perdió todo lo ganado, ya no queda nada del pasado, solo la vergüenza de haber sido alguna vez un activista de Carlos Fonseca. Sabemos que no solo enterró al Frente. Dio las órdenes para asesinar a la gente y convirtió en criminales a centenares de policías. Acabó con los derechos políticos de todos e hizo de sus allegados corresponsables de crímenes de lesa humanidad. Crímenes sin perdón ni olvido.
Solo queda la penúltima oportunidad que debemos buscar en nombre de la patria desangrada. Incluso al tirano debemos decirle: Daniel, nunca es tarde. No importa ni forma ni escenario. Hay que asumir hoy las consecuencias de lo actuado. Daniel sabe muy bien que Fidel nunca habría estado de acuerdo con disparar al pueblo desarmado. ¿Acaso no le explicó Fidel en repetidas ocasiones cuándo en el contexto del Período Especial, se sublevaron varios barrios de la Habana? Fidel se fue caminando solo, desarmado y sin su escolta ordinaria a enfrentar la sublevación. Discutió directamente con ellos en un diálogo y discusión sin duda riesgosa y nada fácil. Y ahí revuelto con la gente encontraron la solución del momento.
Hablemos con verdad. Más allá de que es muy cierto que el imperio del norte es insaciable en su afán de dominio, aquí en las trincheras y tranques jamás estuvieron en juego para las gentes, los llamados intereses geopolíticos, de las virtuales amenazas combinadas a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Detrás de la retórica del llamado “efecto dominó”, lo que se quiere ocultar, es que hoy, en Nicaragua tenemos un gobierno desgastado, que perdió el respaldo popular y que se pretende mantener en el poder a sangre y fuego.
De lo que se trata hoy Daniel es de tu patria. De lo que fue tu gente. La que antes saludabas a diario sin temores y que hoy solo ves desde altas y lejanas tribunas militarizadas. De lo que se trata es de poner fin a las capturas, al crimen y al acoso del pueblo. Se trata de renunciar a la presidencia al tiempo que se ponen en libertad inmediata a todos los inocentes; permitir el libre retorno de los refugiados; abrir el espacio para que se realicen elecciones anticipadas en condiciones de honestidad, transparencia y supervisión; ordenar el desarme y desmovilización de todos los paramilitares; y asegurar nuevamente el respeto de todas las libertades políticas de la ciudadanía.
Es imperativo que desde los sectores sensatos, que aún quedan en el danielismo, se asuman sin temores y valentía las acciones para presionar por una salida pacífica al conflicto. Hay que asumir responsabilidades y dejar de escuchar las voces que nunca debieron ser atendidas. El noble pueblo de Nicaragua, que ha derribado una y otra vez caudillos y tiranos, que está decidido a volverlo hacer, y que, sobretodo, sabe que solo puede confiar en su propia fuerza --no lo dudo- lo tomará en cuenta. Nunca es tarde.