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Contra la homofobia, el consejo de un santo

Una persona deposita velas en una vigilia, celebrada en una iglesia de Zúrich, Suiza, por las víctimas mortales de la matanza en una discoteca de ambiente gay, en Orlando. EFE/Ennio Leanza.

María López Vigil

21 de junio 2016

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El texto que escribí para Confidencial a raíz de la masacre contra la comunidad homosexual en Orlando buscaba aportar algunas ideas, sólo algunas, para cuestionar las raíces religiosas, con base en la Biblia, que tiene la homofobia.

Hablando en lenguaje laico ya sabemos que la homosexualidad es una condición de la muy compleja sexualidad humana y que homosexuales y lesbianas y bisexuales y trans tienen los mismos derechos humanos que tenemos las personas heterosexuales. Sabemos también que la homofobia es un delito si ese prejuicio se traduce en despidos laborales, en odio criminal o en cualquier otra expresión grave de discriminación.


Cuando escribí hablé de “pecado” para situarme en el lenguaje religioso, convencida de que en Nicaragua hay muy serios obstáculos a la construcción de una sociedad democrática y respetuosa de los derechos humanos en ideas religiosas de base bíblica que nos han sido enseñadas y que nunca cuestionamos.

El debate que provocó el texto que escribí me pareció importante y necesario. Porque nuestra sociedad urge de debate. De un debate no sólo político, social y sobre derechos humanos. También debemos aprender a debatir sobre creencias religiosas por las consecuencias sociales y políticas nocivas que tienen.

Me pareció también un debate positivo porque sucedió fuera de los limitados muros del templo y llegó a los medios y a las redes sociales. Y porque quien provocó el debate fui yo, una mujer, y ordinariamente los autorizados para hablar de temas religiosos son solamente varones.

Leí algunos de los comentarios que hacían al texto para comprobar que la Biblia, ese libro tan hermoso literariamente en muchas de sus páginas, como contradictorio en tantos de sus pasajes, referente central de la cultura cristiana, puede convertirse, según se lea, en un serio obstáculo para la construcción de una sociedad libre y justa.

¿Cómo leer adecuadamente la Biblia, compuesta por decenas de libros antiguos, escritos hace miles de años en una cultura tan ajena y tan lejana a la nuestra? Hay que estudiar el contexto histórico y cultural en que fue escrito cada libro de la Biblia. Hay que conocer el exacto sentido que tienen algunas palabras en las lenguas en que fueron escritos. Y después, hay que conocer también el sentido que les dio o quiso darles el traductor en su lengua. Es necesario conocer y comparar exégesis e interpretaciones… Es una ardua tarea que requiere años y años y más años. Está difícil…

Recordé entonces un consejo sencillo y de mucha sabiduría. Me lo contó hace algunos años Moisés, un campesino salvadoreño, cuando recogía testimonios de gente que había conocido a Monseñor Romero, asesinado por defender los derechos de los más pobres, considerado hoy un santo, un hombre bueno y un sacerdote ejemplar, por millones de gentes en su país y en todo el mundo.

Moisés y los vecinos de su pequeño cantón rural empezaban por primera vez en sus vidas a leer la Biblia y estaban confundidos. Supongo que andaban leyendo pasajes bélicos de varios libros, donde abundan todo tipo de crueldades…

Recojo su relato, tal como lo plasmé en el libro Piezas para un retrato de Monseñor Romero:

Leía yo la Biblia, pero quedaba afligido. Porque en un poco de libros de la Biblia yo leía de guerras, de degollados, de matancinas…Como lo que estábamos viviendo en El Salvador y luchando para que acabara. Y lo más peor: era Dios quien ordenaba tamaños abusos, todas esas masacres.

Por eso, un día, cuando Monseñor llegó a nuestra comunidad, le pregunté de este asunto.

― Dígame cómo es esto, Monseñor, yo no le agarro…Dígame, ¿cómo todas esas zanganadas van a ser palabra de Dios?

Él se quedó pensativo, sabía de lo que yo le hablaba porque él se sabía la Biblia enterita, de pe a pa.

― Les doy este consejo –me dijo a mí y nos dijo a toda la comunidad. Lean toda la Biblia, pues. Y si lo que leen les ayuda a vivir mejor, a caminar, si les da paz, se lo echan a la bolsa buena del pantalón. Y lo guardan. Pero si lo que leen no les sirve, si les aflige, si no están en acuerdo con eso que leen, échenlo a la bolsa rota del pantalón…y así mejor lo van botando por el camino.  

Comparto este consejo de Monseñor Romero por si ayuda a leer con mayor libertad los libros de la Biblia, tanto los libros históricos, plagados de guerras, sangre, genocidios y violaciones, como los libros de consejos morales, plagados a veces de prejuicios y normas que contradicen los derechos de las mujeres, de los niños, de los extranjeros, de los homosexuales… Lo comparto para que, cuando alguien lea un mensaje homofóbico, en el libro del Levítico o en las cartas de Pablo, tenga la libertad de echárselo al bolsillo agujereado, no se lo achaque a Dios y lo pierda en el camino.


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María López Vigil
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