27 de mayo 2023
El diario elPeriódico nació el 6 de noviembre de 1996, un mes y pico antes de que se firmara la paz en Guatemala. Ese contexto anunciaba un momento expectante, finalizaban más de tres décadas de guerra interna y se palpaba algarabía en medio de la difusión de discursos democráticos. Yo era niño y recuerdo que en 1997 cuando se cumplió un año de los Acuerdos de Paz asistimos a una gran fiesta en el Centro Histórico en donde repicaron las campanas de las decenas de Iglesias que celebraban una nueva época.
elPeriódico tenía muchas particularidades que no se palpaban en otros medios: una sección cultural interesante, la columna de la penúltima donde publicaban escritores con tonos literarios y desgarradores, variedad de autores, desde exguerrilleros hasta presidentes de cámaras empresariales, pasando por poetas, periodistas reconocidos y voces que no hablaban en otras páginas como mujeres y representantes de los pueblos indígenas. Sumado a esto, la incesante investigación que publicaba temas que siguen siendo peligrosos de destapar en Guatemala. Con esto me refiero a los vínculos criminales en el Estado que desemboca en la corrupción obscena que controla la justicia y el sistema electoral.
Tampoco faltaba la columna de su presidente, José Rubén Zamora, quien punzantemente acertaba dardos contra estos esqueletos criminales que han secuestrado al país. Nombró militares vinculados al narcotráfico y en todos los Gobiernos destapó a la rosca gobernante y sus círculos de poder. Siempre tuvo elPeriódico, además, cierto estilo: portadas arriesgadas, una estética artística en donde los fotógrafos podían lucir sus mejores tomas.
Por metiche, cuando dejé la universidad, le envié un correo al entonces director de elPeriódico, Juan Luis Font, a quien no conocía, presentándome y enviándole el blog que escribía para ver si podría trabajar o ser practicante. Me recibió y estuve por meses conociendo las distintas áreas, a la gente, la forma de hacer periodismo. La entonces jefa de redacción Ana Carolina Alpírez revisaba las notas que escribía y me las rayaba con lapicero rojo. “Deje de adjetivar, señor”, me replicó varias veces. Nunca tuve una educación formal periodística y mucho de lo que aprendí fue en esa redacción. Recuerdo mi primera nota cuando me mandaron a cubrir una matanza de narcos en un hotel en la Costa Sur.
Luego me fui y regresé a los años, con Rodolfo Móvil en la dirección y mi jefa directa era Julia Corado; escribí mayoritariamente temas judiciales: cubrí el juicio por genocidio contra Ríos Montt y otros casos; después pasé a otros mundos pero nunca me fui del todo; más bien elPeriódico nunca se fue de mí. Para las protestas de 2015, publicaban las convocatorias y seguimos en comunicación con varias personas por todos estos años. Hice amigos y aprendizajes; así como yo lo viví, la mayoría de los periodistas que ejercen en distintos medios tienen recuerdos similares de esa casona que era un refugio de resistencia frente al implacable poder que siempre ha dominado nuestro país (ahora más que en otros momentos).
El día que capturaron a Zamora entré en shock, como muchos. Parecía una cuestión de película, imposible de que estuviera ocurriendo. Demostraba que el país estaba en peores grados de putrefacción del que queríamos reconocer. El proceso judicial y ahora el juicio ha sido un montaje extraordinario, sin precedentes. Lo odian porque nadie les dijo la verdad tan claramente como él lo hizo, y nadie sostuvo una institución desde la cual se mantuvo a raya a los corruptos por tanto tiempo.
Para el 15 de mayo se anunció el cierre de elPeriódico y con ello se simboliza la clausura de la esperanza que se vivió en 1996 cuando se firmó la paz. La represión campea y todos los disidentes son sospechosos. Las fuerzas democráticas debemos unirnos con claridad en defensa de los principios y una agenda común. Está mostrado que cuando se enfrenta a un totalitarismo de forma separada, los esfuerzos se diluyen y el régimen se mantiene vigoroso. Pero antes, hay que aceptar este colapso. La democracia ha muerto completamente y quien aún crea en este sistema electoral o judicial, es cómplice o se encuentra en una negación tremenda.
*Artículo publicado originalmente en elfaro.