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¿Cómo quieren que termine esto?

Los generales, ministros, magistrados, diputados y empresarios del régimen, han atado su suerte a la del clan familiar en el poder. ¿Sobrevivirán?

Manuel Orozco

19 de enero 2024

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El modelo de una dictadura dinástica que pretende imponerse en Nicaragua carece de legitimidad al interior de su propio entorno, y cuenta con un rechazo masivo entre la población, para avalar la sucesión del poder familiar. Tampoco tiene el poder económico para sostenerse en el largo plazo, con una economía rentista, que les permita retroalimentar el clientelismo político de forma indefinida. La condena y la presión de la comunidad internacional tampoco es estática, el mundo retomará su rumbo y su momento democrático para contener las aberraciones que se están cometiendo en Nicaragua. Y si no, cuidado con Donald Trump.

El ciclo de represión termina cediendo, y la resistencia vuelve a la carga.


Nuestra historia política en los últimos 50 años muestra que en los tiempos modernos el control político no es duradero, solo se dura en democracia. Los tiempos se están acortando para una dictadura familiar totalitaria.

Entonces, señores generales, ministros, magistrados, diputados, operadores políticos y socios económicos del régimen, ¿cómo quieren que termine esto?

Mientras Rosario Murillo habla de diálogo un día, después acusa de demonios a los mismos a los que les ofrecía paz y amor. Tal vez porque se mira como un monstruo que necesita demonizar al enemigo para sentirse al mismo nivel. O porque le gusta manejar dos discursos, uno de consumo internacional y el otro de consumo clientelar.

Pero la mayoría azul y blanco se mantiene atenta: lee las señales de la decadencia de Murillo, anticipa sus pasos, y mide las consecuencias de su delirio de poder. Sabemos qué les está pasando.

Desde 1967, Nicaragua ha pasado por ciclos políticos de gobernabilidad compuestos por periodos de diez años más o menos; la dictadura del último Somoza (1967-1979), la revolución sandinista (1979-1989), la transición democrática (1990-1999), la era del pacto Ortega-Alemán (2000-2007), el pacto Ortega-gran capital (2009-2017), y ahora la dictadura totalitaria Ortega-Murillo (2018-?).

El régimen familiar ha demostrado que solo puede mantenerse en el poder por la fuerza, asumiendo el control completo de la vida política y social de Nicaragua, con la finalidad de mantener a una familia al mando y traspasar el poder de generación en generación. Pero este no es el siglo XX.

Aunque en sus orígenes el orteguismo y el somocismo son distintitos, hay un paralelismo histórico entre los Somoza y los Ortega, en el que la cúpula política y económica que los rodea, antes atada al Partido Liberal Nacionalista y ahora al Frente Sandinista, hipotecó su suerte con la de la familia gobernante. Cayó Somoza durante la insurrección, y se derrumbó la cúpula del somocismo. Así, caerá inevitablemente la familia Ortega-Murillo, y se derrumbará toda esa telaraña de intereses de militares, políticos, empresarios, paramilitares, y testaferros que los rodea.

Los Ortega-Murillo son un clan político familiar cuya única forma de “pertenecer” y sentirse “aceptados” en Nicaragua es asumir el control del país por la fuerza, comprar gente, votos, y crear sus propios términos de referencia de coexistencia por la fuerza. Un clan dentro de la tribu sandinista, ajenos a la patria pinolera, de trepadores políticos, cuyas armas además de los fusiles son el dinero, la cárcel, y el destierro, para eliminar la disensión.

Aunque la “copresidenta” Rosario Murillo ha asumido mucho poder, su nivel de legitimidad, el reconocimiento de su autoridad entre los mismos sandinistas, valida, usando sus propias palabras, es minúsculo, un chingaste. Murillo es temida, odiada, pero no admirada. Y ella lo sabe…

En el país, los nicaragüenses rechazan masivamente al clan Ortega-Murillo y ellos están claros de eso. En las estructuras clientelistas y obedientes, predomina la duda, la incertidumbre, el miedo, y la desconfianza, ante la promesa de una dinastía con Murillo a la cabeza.

Cada día que pasa, el desconcierto y la desconfianza entre los generales, los ministros y los magistrados, crece, nunca baja. “¿Me irán a llamar?”. Por más purgas que hagan en sus propias filas, el apoyo político de los “leales” va disminuyendo. Ni siquiera los oficiales del Ejército y la Policía que manejan las armas, debajo del “tapón” de generales, están dispuestos a defenderlos e inmolarse por una familia que simboliza la corrupción.

El círculo de poder se ha ido achicando con miembros prominentes que se van, con gente que no puede moverse mucho porque está sancionada internacionalmente, o con cuadros que han sido purgados. ¿Entonces?

Económicamente, el país esta secuestrado por la dinastía. Pero el clan no tiene capacidad de recompensar a todo su séquito, aun cuando éste se achique, porque los costos de mantenimiento siguen creciendo. Los partidarios del régimen están pidiendo más a cambio de su “lealtad”, mientras la corrupción crece y el crimen organizado adquiere mayores cuotas de poder. El entorno clientelista solo chupa y absorbe recursos, pero no produce ni incrementa el patrimonio del clan.

La economía se ha quedado gravitando en función de los expulsados y emigrados, y éstos eventualmente se van a cansar de seguir manteniéndolos: las remesas solo son sostenibles si hay un efecto multiplicador de la migración y una demanda desde la familia. Pero la gente se está despidiendo de Nicaragua y en unos años más, si el país sigue con el clan Ortega-Murillo, la diáspora dejará de mandar plata. Los ejemplos abundan: Azerbaiyán, Argelia, Cuba, Uzbekistán, entre otras dictaduras, muestran que la porción de la diáspora que envía remesas y asume un rol transnacional es mínima; menor que en países democráticos. El Salvador, aún bajo la euforia mesiánica de Bukele, muestra que más gente ha salido bajo su Gobierno que en otro momento de su historia, y las remesas están disminuyendo, este año llegarán a 1% de crecimiento.

La realidad es que para un país cuyo 65% del ingreso son remesas y exportaciones (bajo una economía de enclave), y 17% es gasto de Gobierno, su generación interna de riqueza fuera de ese entorno es muy limitada y depende de afuera, principalmente del vínculo con Estados Unidos. Pero si la seguridad jurídica del país es inexistente, la inversión seguirá cayendo, y la brecha entre inversión y consumo privado seguirá creciendo.

De esa forma, la economía tampoco ofrece un futuro promisorio. Y si quieren seguir viviendo del crimen organizado, pues tendrán que hacer fila, ya vieron lo que les pasó en San Petersburgo, en la Rusia de Putin, con la incautación de una tonelada de cocaína trasegada desde Nicaragua. Apenas se está abriendo una “caja de Pandora”…

El cálculo de Ortega es que la comunidad internacional y Estados Unidos, no van a ejercer más presión con Nicaragua, a pesar de todo lo que haga la dictadura. Están convencidos que, entre más daño provocan y más aumentan su monopolio destructivo, es más difícil para el mundo contenerlos de manera proporcional. Pero la instrumentalización de la migración como arma política va a generar nuevos costos.

La presión externa volverá y la pregunta que debe hacerse la cúpula sandinista es qué van a hacer cuando estén totalmente esquineados, aislados, sin un lugar a donde ir, porque Rusia es demasiado frío, Venezuela quiere ser como Guyana, en Cuba ni como turista se puede vivir, y en Irán no hablan español. Y tampoco Mel Zelaya les va a devolver el favor con una visa de residencia.

¿Entonces? Los generales, ministros, magistrados y empresarios del régimen, pueden fingir demencia y depositar toda su suerte en el sabio timonel Daniel Ortega y su clarividente esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, pero todo tiene su final cuando se está en el callejón sin salida.

¿Cómo quieren que se acabe este viaje delirante? ¿Cómo terminó la cúpula somocista, después de 1979? La justicia sin impunidad será la piedra angular de la reconstrucción de la nueva Nicaragua, sin Ortega y Murillo. Quizás aún tienen otras salidas, que no pasan por la cárcel o el destierro, pero es imperativo separarse de la dictadura ahora, cuando aún pueden contribuir a documentar los crímenes de lesa humanidad. Mañana será demasiado tarde para ustedes y sus hijos que aún no son cómplices, porque las generaciones futuras verán la historia con la lupa de la verdad histórica y no de las mentiras del clan familiar dictatorial.

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Manuel Orozco

Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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