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¿Cómo entender lo que pasa en Nicaragua?

Yo tengo esperanza que mañana todo será distinto, que vamos a reganar la democracia, y a refundar la república.

Una mujer participa en una manifestación contra Daniel Ortega en Managua. Carlos Herrera | CONFIDENCIAL.

Nicasio Urbina

31 de mayo 2018

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Es muy difícil entender lo que está pasando en Nicaragua. Me resulta imposible en términos humanos, como padre, como hijo; pero me parece también difícil de entender como escritor, como lector de historia, como intelectual, como nicaragüense. ¿Con qué podemos comparar este genocidio? ¿Cuáles son los parámetros históricos que podemos usar para entender la magnitud de lo que está pasando, y para que la Corte Internacional de Justicia juzgue en su momento a los responsables de este genocidio?

Estamos frente a un gobierno asesino que, hasta el30 de mayo, día de las madres en Nicaragua, ha inmolado a 81 jóvenes desarmados, cuyo único crimen era pedir libertad y democracia, armados de su prístina entrega y su inocencia, del valor de la juventud y sus teléfonos celulares. Un gobierno que ha ordenado a sus paramilitares y a sus turbas criminales salir a las calles y dedicarse al pillaje, protegidos por la policía. Un gobierno que ha herido a más de 800 de sus ciudadanos y ha desaparecido a cientos. Nos tomará años para que una verdadera Comisión de la verdad esclarezca cada uno de estos crímenes, determine a los culpables de cada uno, y acaso logre presentarlos ante una justicia independiente.


El primer caso que se me viene a la mente es el de la dictadura militar argentina que entre 1976 y 1983 desapareció, torturó, asesinó y violó los derechos humanos de 8961 personas. Estamos hablando de un período de siete años y de un país de 30 millones de habitantes. En Nicaragua esto ha ocurrido en mes y medio y en un país de 6 millones de habitantes. Si seguimos a este ritmo Daniel Ortega va a superar la criminalidad de Jorge Rafael Videla y los asesinos de la Escuela Mecánica de la Armada argentina. El segundo caso que salta a la memoria de cualquier hispanoamericano es el de Chile, y la junta militar de Augusto Pinochet, que derrocó a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, y desapareció, torturó y asesinó a la población por un período de siete años. 3197 personas fueron muertas por la Junta militar, 28 mil fueron torturadas, y 1102 fueron desaparecidas. Esto en un país de 11 millones de habitantes a lo largo de siete años. Vemos pues, que cuando comparamos estas atrocidades con lo que están haciendo Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua, las dimensiones de la tragedia nicaragüense son espeluznantes.

Los crímenes de Daniel Ortega no empezaron el 19 de abril de 2018. Sabemos muy bien que este señor tiene en su conciencia cientos de asesinatos desde que empezó su carrera criminal como asaltante de bancos para el Frente Sandinista. Aunque es sabido que no tuvo una carrera muy brillante como comandante guerrillero, ya que pasaba la mayor parte del tiempo en un cómodo apartamento de San José, Costa Rica, sabemos que en los ochentas desató la represión contra la población miskita en lo que se ha conocido como la Navidad roja. Entre 1982 y 1985 cientos de miskitos fueron trasladados por la fuerza, violados, obligados a dejar su forma de vida tradicional, y a adoptar la ideología comunista del Frente sandinista. No sabremos nunca cuántas murieron en ese período.

Durante los años noventa, después de los acuerdos de paz de Sapoá, Daniel Ortega desató una campaña silenciosa pero consistente de exterminio de los comandantes de la Contra que rehusaron pactar con él, y someterse por unas cuántas dádivas. Sabemos que la lista de personas muertas en condiciones nunca esclarecidas es larga, baste traer a la memoria los casos egregios de Herty Levites, Alexis Arguello o Carlos Guadamuz.

Entonces, cómo entenderlo que está pasando en Nicaragua. La semana pasada la organización terrorista ETA anunció su disolución definitiva. Para algunos de sus miembros y sus familiares esto es el fin de un conflicto, y la esperanza de volver a la normalidad, a la vida familiar, volver al pueblo y poder jugar pelota en el frontón. Pero para las 831 víctimas de la ETA no hay forma de volver a la normalidad. Muchos de ellos ni siquiera han recibido un cuerpo que enterrar. Algunos de sus seres queridos quedaron destruidos por la bomba expansiva que los mató. Otros nunca han recibido un juicio o se ha señalado a la persona que perpetró el asesinato. La justicia española les promete a las familias de las víctimas que no descansará hasta que cada uno de los crímenes quede resuelto. ¿Y a nosotros, quién nos prometerá algo?

Nicaragua es el país de la impunidad. ¿Se juzgó acaso a alguno de los Somoza por todos los crímenes que cometieron durante los 45 años de dictadura? La justicia terrorista de los sandinistas lo que hizo fue ajusticiarlo en Paraguay, demostrando su vocación criminal y terrorista, pero no hubiera sido mejor hacerle un juicio en la Corte Internacional de Justicia. No era el sueño del Frente Sandinista crear un sistema justo y sistemático en el poder judicial, para que los nicaragüenses pudiéramos tener confianza en nuestras instituciones.

¿Qué confianza podemos tener ahora cuando la Policía protege a las turbas de pandilleros que saquean la ciudad? Cuando el Presidente de la Asamblea nacional llama a una marcha violenta para retomar las calles y demostrar ¿quién manda en Nicaragua?

Para entender lo que está pasando en Nicaragua tenemos que sumergirnos en los infiernos más oscuros y espeluznantes de nuestra historia. En la matanza de El Salvador en 1932, en la carnicería de las bandas de narcotraficantes en México, en los años de la violencia en Colombia. En la masacre de octubre de Bolivia o la masacre de Santiago de Lucamarca, Perú, el 3 de abril de 1983, a manos de Sendero Luminoso.

“Mañana hijo mío, todo será distinto” dejó escrito Edwin Castro, padre del actual diputado narcoléptico de nuestra Asamblea nacional. Yo tengo esperanza que mañana todo será distinto, que vamos a reganar la democracia, y vamos a refundar la república. Que nuestra policía, debidamente purgada y re entrenada volverá a ser una policía nacional, y que Daniel Ortega, Rosario Murillo, y el puñado de personas responsables por esta catástrofe serán juzgados en una Corte internacional de justicia, y permanecerán en prisión por el resto de sus vidas.

El autor es escritor y catedrático en la Universidad de Cincinnati


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