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Centroamérica ante una tormentosa crisis de globalización

El mundo no va a rescatar a la región, hay que priorizar la agenda mínima del orden democrático como hoja de ruta para montar un modelo alternativo

Estudiantes nicaragüenses izan las banderas de los países centroamericanos en conmemoración al bicentenario de la independencia de Centroamérica, en septiembre de 2021. // Foto: Tomada del Mined

Manuel Orozco

16 de mayo 2025

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En los momentos más turbulentos y existenciales del mundo, la región centroamericana se enfrenta con desafíos que exceden su capacidad de apalancarse en sus fortalezas. Hay un agobio sobre cómo lidiar con el choque entre la cooperación compleja y el poderío global, frente a veloces avances tecnológicos, confrontaciones de identidades nacionales y transnacionales, y los desafíos en contra del ejercicio democrático.

Estos son momentos en los que se trata de contar con la madurez intelectual y emocional para manejar los cambios inminentes o, de otra forma, a como dice Slavoj Žižek, “no habrá futuro cuando todo sea muy tarde para actuar”.

Centroamérica cuenta con dos obstáculos ‘generacionales’, la tradición caudillista y la informalidad social y económica que hacen aún más difícil manejar estos desafíos. Lo que se necesita es trabajar en lograr esa madurez y a la vez arriesgarse a confiar en el otro para desmontar esos demonios.

El mundo actual es una tormenta muy agitada

Donald Trump agarró a muchos por sorpresa por la forma inmediata e impactante que actuó sobre el orden global. Sus acciones son una reacción a lo convulsionado que ha estado el mundo en donde líderes y tecnócratas crearon un método para mitigar los conflictos, forjando complejos mecanismos de cooperación que después de treinta años no han logrado mantener estabilidad o resolver los desafíos que se propusieron resolver.

Mientras se integraron compromisos globales con acuerdos transversales –como la vinculación legal entre derechos ambientales, laborales y democráticos, con libre comercio; o la responsabilidad social corporativa atadas a convenios de desarrollo económico; al control armamentista frente a un tráfico de armas muy competitivo; o una migración permisible si es humanitaria– muchas de las partes en los acuerdos (regímenes autoritarios en particular) han incumplido sus compromisos, creando vacíos que generan incertidumbre.

El desacato a los acuerdos refleja que en pleno siglo XXI no hay consenso en cuál debe ser el orden político. El método de control político, económico y legal se torna existencial y subordina al orden democrático.

Paralelamente el avance tecnológico al cual Zygmunt Bauman se refería hace 25 años como de ‘tiempos líquidos’, condición en la que la velocidad del avance tecnológico es más rápida que la capacidad humana de asimilar éstos, al punto que crean estrés emocional donde la ansiedad, tensión y conflicto se vuelven un método en la cotidianidad. El estrés personal de la urgencia e importancia de adoptar e integrar tecnologías digitales y de conocimiento para estar a la par del resto de la sociedad abruma a la gente. Con la inteligencia artificial la gente gravita en espacios desiguales, con unos haciendo uso de ella, otros aprendiendo a adaptarla, otros sin entender su utilidad, otros que la ven pasar de lejos y otros que ni siquiera saben qué es eso. El impacto de esta desigualdad ya no es Norte-Sur, es sobre el ser humano mismo.

Los Estados y sus líderes interpretan estas dimensiones como una amenaza al interés nacional, subordinando al orden democrático, haciendo a un lado sus contrapesos, priorizando un esquema político que excluye y expulsa en momentos donde la diversidad, la cooperación y la equidad siguen siendo parámetros de estabilidad. Mientras tanto, la información, el conocimiento y la defensa de derechos sufren un constante acecho.

Es difícil descifrar si el orden internacional pasará por una completa sustitución de la cooperación compleja por formas de acción coercitiva, a la asimilación tecnológica a costos muy altos, a un orden electoral sin liberalismo pleno. Sin embargo, esta tensión está aumentando velozmente y volviéndose más intensa, con luces de anarquía y de incertidumbre.

Escenarios conflictivos y de distanciamiento internacional

Robin Niblett acertadamente sostiene que estamos en una nueva guerra fría en donde la confrontación militar es una probabilidad dentro de otras formas de confrontación, como la guerra híbrida, la guerra comercial, cibernética, y financiera.

El desenvolvimiento indica que la sociedad está desmontando un Leviatán conformado en el siglo XIX, alienando el estado de derecho democrático por el predominio de un presidencialismo imperial sin contrapesos sólidos.

Los problemas globales se van a ir abordando desde un enfoque local. Esta situación no es lineal, pero se acentuará más en aquellas sociedades donde la democracia ya era débil o frágil, y la meta política de los liderazgos es la permanencia en el poder en vez de perseguir el bien común. En las sociedades democráticas sen está profundizando una fragmentación del liberalismo del siglo XXI con pocas conformaciones de alianzas progresistas y paralelo a un hostigamiento autoritario contra éstos.

De ahí que resulta improbable que el reordenamiento del mundo liberal, a como lo describió el secretario de Estado, Marco Rubio, vuelva con atributos de cooperación e inclusividad y más bien enfatice prácticas excluyentes que reduzcan el interés en fomentar alianzas.

Aunque el multilateralismo no muere, está pasando a un segundo nivel, en manos de Estados que se reorganizan a la defensiva dejando a los ‘regímenes internacionales’ roles mínimos de naturaleza administrativa o hasta servil.

Hay temor en las empresas sobre cómo resolver las tensiones comerciales, en las que la imposición de aranceles tendrá menos peso que la forma de resolver la competitividad global.  El capital de inversión se mantendrá cauteloso, desmotivado y aprovechando oportunidades tecnológicas atadas a la seguridad militar y médica y menos en el comercio tradicional.

Aunque muchos esperan una confrontación entre China y Estados Unidos, lo que se viene montando es un tipo de armamentismo global, pluripolar, sin apuntar a un enemigo común, pero con la mira hacia todos lados.

No hay un rumbo en donde la balanza política y económica favorezca un equilibrio democrático liberal e incluyente. Las sociedades de alguna manera están optando por permitir esa tendencia, mientras que aquellos grupos de óptica progresista no coinciden en el propósito y el método del cambio.

Centroamérica atascada

Mientras, Centroamérica aparece en un espacio bastante relegado al desamparo o el descuido. El descuido permitirá una radicalización política hacia formas de gobernar menos democráticas, entre dejar de presionar a la dictadura en Nicaragua, a no pasarle la cuenta al populismo de LIBRE en Honduras, o dejar que Bukele continúe su rumbo autoritario. En Guatemala los poderes fácticos están ganando espacio de nuevo sobre Bernardo Arévalo. En Costa Rica el ambiente nacional es incierto, conflictivo, y dividido. No hay consenso entre los costarricenses de cómo salir del desorden político. Los candidatos están priorizando su imagen y los partidos carecen de una propuesta de nación y subestiman el poder de la inercia económica la cual acentuará más la desigualdad social en el país.

La región sigue al margen de la idea de modernizar la economía regional para cambiar el modelo tradicional, lo que atascará más a sus ciudadanos. Con una fuerza laboral sin calificación, bajo nivel educativo, informal y desprotegida, acompañada con un creciente deterioro ambiental, la población cuenta con pocas herramientas para posicionarse frente a la forma violenta en que están ocurriendo estos cambios globales.

La región contará con menos posibilidades migratorias, la válvula de escape frente al desempleo y la mala paga; porque al lado de las restricciones migratorias, la demanda de mano de obra va hacia el sector más calificado. El peso sobre la fuerza laboral será mayor y desigual mientras continúen llegando a los países los avances tecnológicos, y la incapacidad de adquirir éstos sea menor.

Con países menos democráticos, la opción de invertir en el capital humano tiende a disminuir, y ante una economía informal muy fuerte y sin menos capacidad de emigración, en pocos años el estancamiento se reflejará en situaciones de desmejoramiento socio-económico: la calidad educativa caerá con mayor intensidad, los ingresos serán menores, el acceso a la salud será muy caro, y la protesta social reprimida con balas o cárcel. 

Anticipar y prepararse frente al ambiente actual

Aunque en el pasado la región ha sido un centro de gravitación en la lucha entre poderes, hoy Centroamérica no tiene peso en la política global. La región casi no existe, ni siquiera es parte de discusiones sobre el retorno o deportación de sus gentes, ni de poder renegociar acuerdos de libre comercio o de recibir apoyo para temas sociales. Los autócratas se sienten ‘tranquilos’ que no los están molestando.

Sin embargo, como todo es dinámico y ni los autoritarismos y dictaduras son estáticas, los cambios agarrarán a todos con consecuencias diferentes. Quienes creen que la democracia y un mínimo de equidad social es fundamental para la región, les conviene montarse en un plan de acción.

Primero, deben tener claro que el mundo no va a rescatar a la región, que aquellos comprometidos con arriesgarse a montar un modelo alternativo son los que deben tener la convicción de seguir adelante. Segundo, la suma de fuerzas comprometidas cambiará el peso en contra de los autócratas, pero su adición debe ser en silencio, gradualmente, y sin la matonería de que anuncia su ‘gran confederación’. Esta suma de fuerzas ya no puede ser nacional, sino transnacional, entre grupos del tercer sector, a través de varios países, diáspora y sociedades, que priorice la agenda mínima del orden democrático como hoja de ruta. Esta tiene que ser el cemento que cree la confianza y la motivación. Tercero, su tarea no es cambiar los regímenes, o tener elecciones, sino de evocar la madurez política de sus ciudadanos para reconocer la magnitud de los retos, y confiar en restaurar la cooperación, la confianza mutua y la tolerancia entre las partes para trabajar en una propuesta de movilización política. 

La efervescencia de las tensiones globales no es buena para la región, y las partes creyentes en la democracia tienen que anticipar y preparar a su gente para mitigar los costos de estos cambios.

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Manuel Orozco

Manuel Orozco

Politólogo nicaragüense. Director del programa de Migración, Remesas y Desarrollo de Diálogo Interamericano. Tiene una maestría en Administración Pública y Estudios Latinoamericanos, y es licenciado en Relaciones Internacionales. También, es miembro principal del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, presidente de Centroamérica y el Caribe en el Instituto del Servicio Exterior de EE. UU. e investigador principal del Instituto para el Estudio de la Migración Internacional en la Universidad de Georgetown.

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