11 de julio 2019
Imaginemos que queremos instituir una buena gobernanza, y que para ello reflexionamos sobre los distintos factores que necesitamos para que esta construcción sea la mejor posible. Esto nos llevarían a pensar en condiciones y elementos que podríamos resumir en una metáfora, propuesta por el sociólogo Adolfo Hurtado, llamada "analogía para una buena gobernanza" y cuyo contenido cito a continuación:
"¿Qué tan alto, grande y sostenible podemos construir un edificio (sociedad)?
La primera condición será del terreno sobre el que se edifica (cultura política), así como la calidad y amplitud de la base que lo sustenta (legitimidad). Terrenos inapropiados harán que el edificio se hunda y con una base débil, lo harán insostenible a largo plazo. Si la base es pequeña, será bajo y albergará a menos personas.
La segunda condición será la calidad estructural de la construcción (instituciones) y los materiales que se usen para su construcción (calidad humana). A mayor altura, mayor el riesgo de ruptura, grietas e inestabilidad. El riesgo será mayor a una menor calidad estructural y de materiales.
El edificio tendrá que resistir los elementos en movimientos como el agua (bienestar económico) que podrán erosionar sus bases o como el viento (percepción de inclusión) que presionarán la estructura. Bases y estructuras fragilizadas son vulnerables a la presión de los elementos en movimientos.
El riesgo para el edificio se incrementará de manera exponencial a la degradación de sus bases y su estructura, y al incremento de la presión de los elementos en movimientos.Un edificio fragilizado tendrá dos opciones: O ajustar la estructura y las bases a tiempo, o ser abandonado, para evitar el aplastamiento de la población que vive en el (colapso)."
De todos estos factores que se mencionan en esta idea, el más importante es la calidad humana, porque el éxito de cualquier intervención depende de esta cualidad. Esto implica hablar de procesos de formación, y en particular de formación política, que podríamos definir como:
(…) un proceso institucional o personal que persigue proporcionar ciertas habilidades y estructurar una serie de contenidos (...) en el universo ideológico individual desde una percepción sobre las instituciones y acontecimientos políticos con una finalidad práctica de mantener o transformar el orden social.
La formación política es un proceso fundamental para lograr cambios sociales sostenibles en el tiempo. De hecho en los movimientos sociales y partidos políticos modernos ha existido una tradición de invertir una parte de sus esfuerzos en la formación política de sus miembros, porque, entre otras cosas, esta es necesaria para la promoción de la democracia interna, de la propia identidad de una organización política y en el caso concreto de los partidos políticos, es clave en su función como puente entre la sociedad civil y el Estado. Ciertamente, si lo que se busca es el fortalecimiento de la institucionalidad democrática, esta formación política a la que nos referimos no solo alude a formación académica, si no sobre todo una que nos permita el desarrollo de la inteligencia emocional y el respeto a los valores cívicos.
En teoría, asumimos que si existe calidad humana esta se expresará en la sostenibilidad de las organizaciones en las que participen estas personas y, a su vez, la cultura de estas organizaciones se verá reflejada en las instituciones. La institucionalidad no surge del vacío, es el reflejo de la cultura de nuestras organizaciones. A partir de aquí, uno de los retos que tenemos es el como garantizar que la calidad humana se traduzca en una cultura organizacional donde se establezcan las bases del respeto a la institucionalidad.
De lo que estamos hablando es del asentamiento de las bases de una nueva cultura política, que permita el establecimiento de un terreno óptimo para ese edificio que queremos construir. Para exponer con mayor claridad a que nos referimos, acudiré a Hurtado quién reconoce una “vieja cultura política”, entendida como el tratamiento post colonial de los asuntos públicos, y le contrapone una “nueva cultura política” o el tratamiento de los asuntos públicos en el marco de derechos. Los principales elementos políticos que diferencian a ambas visiones son:
- Caudillo vs. Representante
- Estado botín vs. Estado como instrumento público
- No diálogo vs. Diálogo
- Posición vs. Negociación
- Relación patrón / mozo vs. Relación entre ciudadanos y ciudadanas
- Deslegitimación como mecanismo de poder vs. Legitimidad como valor fundamental
- Ordenes vs. Acuerdos
Si lo meditamos un poco, veremos que la puesta en práctica de estos elementos políticos dependen del factor humano. Son los modelos mentales que tenemos sobre los estilos de liderazgo, los que determinarán si el nuevo liderazgo estará basado en la representación y la legitimidad o en el caudillismo y la deslegitimización; o si nuestras relaciones serán clientelares o basadas en los derechos ciudadanos. También, será la visión moldeada por los principios y valores éticos de estos la que determinará si seguimos viendo al Estado como un botín o como un instrumento público; y es la cultura organizacional que forjemos, con mediación de estos, la que determinará si avanzamos en base al diálogo, la negociación y el respeto a los acuerdos o en base al autoritarismo en sus diversas modalidades.
En fin, para progresar en la consolidación de una buena gobernanza, lo primero es asegurar la calidad humana, y esto lo podemos lograr mediante procesos de formación política coherente al ideario democrático.
*Facilitador en procesos de formación política; estudiante de Sociología en la Universidad Centroamericana.