20 de noviembre 2022
Durante los días 18 y 19 de noviembre, debe haber tenido lugar una reunión del Foro de Sao Paulo en Caracas, organizada por el Partido Socialista Unido de Venezuela como anfitrión. Lo advierto aquí porque, en alguna medida, este artículo, que escribo antes del encuentro, se refiere a esa agrupación de partidos de izquierda, ultraizquierda, narcoguerrillas, progresistas de distinto disfraz y otros parásitos del trabajo de otros y de los presupuestos nacionales de varios países.
En alguna nota de prensa hablan del objetivo del encuentro: avanzar hacia un plan conjunto, sin más detalles. Hasta ahora el único anuncio específico que se ha hecho es la firma de un acuerdo entre el Foro de Sao Paulo y la Universidad Internacional de las Comunicaciones. Es decir, de la corporación criminal con el parapeto que Diosdado Cabello y sus socios del régimen han creado para justificar el asalto y expropiación de la sede de El Nacional en la zona industrial de Los Cortijos de Lourdes -Caracas-, así como el robo de los bienes que estaban en el lugar, cuando se produjo la ocupación por parte de funcionarios de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Entraron con sus armas largas, como si fuese un asalto, a un lugar donde solo había un pequeño grupo de ciudadanos indefensos concentrado en su trabajo.
Antes de seguir, debo detenerme en un hecho que no ha sido evaluado en su adecuada dimensión: el casi imperceptible impacto de la carta que Nicolás Maduro dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida a propósito del 77 período de sesiones. La pieza en cuestión, leída por el ministro Carlos Farías el 24 de septiembre -en la que Maduro se autodenomina vocero de 30 millones de venezolanos, sin aclarar que más de 7 millones han huido del país-, no es más que una ensalada retórica, con un fin específico: alzar la voz en defensa de Vladímir Putin, y de los regímenes de Cuba, Nicaragua e Irán. En dos palabras: burocrático y previsible apoyo a las dictaduras.
En las propias web oficiales del Gobierno bolivariano, el lector puede encontrar la respuesta a la pregunta de cuánto apoyo recibió la carta por los gobernantes de América Latina: solo Luis Arce, el presidente de Bolivia, y el propio López Obrador, suscribieron la misiva. Este es un dato relevante. Pero quizás lo sea todavía más tomar nota que ni Gabriel Boric, ni Lula da Silva ni Gustavo Petro se anotaron en un documento político que es, sin atenuantes, una defensa de regímenes que se sostienen sobre la violación sistemática de los derechos humanos.
Este primer desencuentro entre estos tres gobernantes -todos asimilables a las corrientes de la izquierda; todos en alguna medida próximos al Foro de Sao Paulo (especialmente Lula, su fundador)- y los regímenes dictatoriales, en concreto, el encabezado por Nicolás Maduro, podría ser el indicio de que en el Foro de Sao Paulo se ha abierto una fisura destinada a crecer en las próximas semanas y meses. Estoy hablando de la fisura alrededor de la insoslayable cuestión de los derechos humanos.
De entrada, hay una coincidencia que merece ser destacada. Boric, Lula y Petro han sido testigos directos de la tragedia venezolana. Para los dos últimos ha sido inevitable, por la condición fronteriza de sus países con Venezuela. En Colombia se han instalado casi 1,9 millones de compatriotas, creando problemas de gobernabilidad casi inimaginables, que el presidente Gustavo Duque, durante su gobierno, manejó ejemplarmente. A la región norte de Brasil, en sucesivas oleadas, han ingresado más de 600 000 venezolanos, en los últimos seis años. De ese total, alrededor de 45% permanece en ese país. En decenas de reportajes y en informes de diplomáticos, los relatos de las condiciones de hambre, enfermedad y desnutrición en que llegó una parte de los migrantes, sobrecoge. Es incalculable la cantidad de personas que cruzaron la frontera solo para obtener un poco de alimentos para sus hijos. Cruzaron para evitar la muerte por inanición.
Las historias de los migrantes que se trasladaron hasta Chile, no solo por la distancia que los separa de Venezuela (solo a modo de referencia, hay que decir que la distancia entre Caracas y Santiago de Chile es superior a los 7500 kilómetros), sino también por las extraordinarias penurias que se producen durante el paso por zonas geográficas de severa hostilidad, hace de estas personas verdaderos héroes de la supervivencia. Copio el elocuente sumario de una nota de prensa que Naciones Unidas publicó el 17 de septiembre: “Hipotermia, deshidratación y 5000 kilómetros a pie, los migrantes venezolanos arriesgan sus vidas por un futuro mejor”.
No tengo duda al respecto: el indescriptible sufrimiento, el estremecimiento que han causado las imágenes de muerte y extenuación de familias enteras, incluidos niños y ancianos, no han pasado desapercibidas. Con la excepción de Maduro y los miembros de su régimen, en América Latina, han removido la comodidad de muchos en la izquierda. Y es por eso que Lula guarda silencio. Por eso que Boric se ha pronunciado en contra de la complicidad de la izquierda en relación a Nicaragua y Venezuela. Por eso que Petro le ha pedido a Maduro respeto por los derechos humanos y garantías de unas elecciones libres.
¿Acaso estos hechos nos autorizan a alguna forma de optimismo?